EL PAíS
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El día después, la Kábala de los resultados
› Por Luis Bruschtein
El presidente Néstor Kirchner tuvo finalmente su segunda vuelta con buenos resultados, Mauricio Macri ganó en la Capital Federal y se afirma como referente del centroderecha y Hermes Binner ganó en Santa Fe y se proyecta como referente del centroizquierda no oficialista. Como en la vieja Kábala judía, el futuro de los candidatos se va escribiendo en las cifras que brotan de los cómputos. Lilita Carrió hizo una buena elección pero no la que esperaba; para el duhaldismo el futuro es una gran incógnita; Carlos Menem pasó a la B, y Ricardo López Murphy deberá revisar su liderazgo en el esquema del centroderecha. En el Congreso, los cambios no se expresarán con la misma fuerza, porque sólo se renovó la mitad de los cargos legislativos, pero la elección de ayer define una tendencia bastante diferente a la que plasmó la elección anterior.
Los números hablan de candidatos, de lo que representan para los electores, pero no terminan de precisar el rumbo de los contenidos. Entre el amplio respaldo que obtuvo el Gobierno están los que siempre votan oficialismo, que es un voto más bien conservador, y están los que abren una expectativa de cambio, que expresan lo nuevo. El Frente para la Victoria y Cristina Fernández de Kirchner fueron propuestas nuevas para la provincia de Buenos Aires –en la elección anterior no existían– y la altísima votación que obtuvieron por fuera del aparato tradicional del PJ demuestra que atrajeron el interés de muchos votos no peronistas. Lo mismo puede decirse del candidato porteño, Rafael Bielsa, porque en la Capital Federal hace mucho que el PJ no sobrepasa el diez por ciento y muchos de los justicialistas que se fueron con Macri no volvieron. De la misma manera, el kirchnerismo colocó candidatos propios en listas provinciales de radicales cercanos, como el gobernador de Santiago del Estero, Gerardo Zamora, y otros.
En este sentido, la votación que respaldó a los candidatos del Gobierno tiene una fuerte identidad peronista pero también una gran proporción de votos no peronistas, una masa de electores que se identificaron con la propuesta del Gobierno más allá de sus identidades previas. Y lo cierto es que la composición del Gobierno todavía expresa poco el contenido de esas votaciones. En el Gobierno pueden hacer esta lectura como un triunfo del justicialismo, el resultado de una especie de interna, y darían cuenta sólo de una parte del fenómeno, porque lo que están demostrando las elecciones es que los viejos alineamientos partidarios aportan pero no las definen. No solamente funciona así para el justicialismo sino también para todos los partidos históricos. Los que se abroquelan sólo en sus viejas identidades, como sucedió con el PJ y la UCR bonaerenses, se limitan a sobrevivir y renuncian a un diálogo con la sociedad del que puedan surgir nuevas mayorías.
Hubo un intento, al principio de este gobierno, de abordar este fenómeno con la idea de la transversalidad, pero las demás fuerzas lo interpretaron, en parte con bastante lógica, como un intento de cooptación de sus dirigentes para robarles los votos. Ahora se plantea la situación al revés: están esos votos, pero no están los dirigentes y cuadros políticos que los representen. Kirchner logró convertir estas elecciones legislativas en aquella confirmación de su mandato que le sustrajo Menem cuando no se presentó a la segunda vuelta. Su figura es la que tracciona en gran medida los votos no peronistas, pero por sí sola no les ofrece organicidad ni garantiza canales de participación.
En la ciudad de Buenos Aires hubo un espacio que se dividió claramente entre Carrió y Bielsa. De hecho, Macri sacó unos puntos menos de los que obtuvo en su elección contra Aníbal Ibarra, en tanto que la suma de los votos de Carrió y Bielsa constituye más o menos la cifra que obtuvo Ibarra en esa ocasión. Las encuestas previas a los comicios demostraban que cuando subía Bielsa, bajaba Carrió y viceversa, lo que hizo más dura la competencia entre ellos que con Macri. El presidente de Boca tenía que bajar muchos puntos para que ganaran Carrió o Bielsa, dos candidatos que disputaban el mismo espacio. Esta dispersión de votos permitió el triunfo del candidato de Propuesta Republicana.
Carrió hizo una buena elección en la Capital Federal, pero no le alcanzó para ser la primera minoría del distrito. La denuncia contra Enrique Olivera, el primer candidato a legislador de Carrió, pocos días antes del cierre de campaña, fue sin duda un golpe bajo, pero sería un error achacarle la causa de no haber logrado el resultado que esperaba. Y también es cierto que la campaña del ARI tuvo ataques muy duros, como sucede en todas las campañas, pero al mismo tiempo su candidatura fue una de las más cubiertas por los medios de la Capital Federal. Los motivos de su desempeño comicial no pasan por esas variables, sino por el hecho de que su voto y el voto a Bielsa no son tan antagónicos como ellos se expresaron en la competencia. En una hipotética segunda vuelta de una futura elección de jefe de Gobierno es muy probable que ese espacio vote al mismo candidato.
El triunfo del socialista Hermes Binner en la provincia de Santa Fe, uno de los distritos más importantes del país, incorpora un nuevo elemento al mapa político. Lo perfila como un referente importante del centroizquierda y se superpone a la figura de Carrió, que no alcanzó a ganar en el suyo. El centroizquierda está dividido entre los que integran el Gobierno y los que mantienen distancia de él. En el segundo caso, se mantuvo disperso entre varias fuerzas y no tuvo hasta ahora un referente claro, lugar que seguramente ocupará el rosarino. Es un espacio difícil, porque pierde caudal cuando confronta con el Gobierno, pero pierde identidad si se le pega demasiado. La mayoría de su base electoral es menos antagónica con el Gobierno que la mayoría de sus dirigentes.
Cada candidato hará su lectura de la elección, no es una ciencia kabalística puramente matemática ni puramente intuitiva, y las conclusiones pueden ser muy diferentes. Si el oficialismo entiende los buenos resultados que obtuvo como un triunfo del justicialismo, orientará sus pasos en ese sentido para conformar una especie de gran PJ, que podría ser el camino más fácil. Si apunta a la composición más compleja de sus votos tendrá el desafío de demarcar su identidad en el peronismo y al mismo tiempo permitir otras identidades a su lado en una propuesta más abierta que las contenga a todas. No es tan difícil en el plano de la gestión, pero se hace cuesta arriba en la labor parlamentaria y en el trato con otras fuerzas organizadas, las cuales, y con toda razón, son bastante recelosas de cualquier manifestación de hegemonismo.
Dependerá también de la lectura que esas fuerzas hagan de sus propios votos, o sea del mandato que entiendan recibir por parte de ellos. Y no se trata en este caso de definirlo simplemente como un mandato ya sea opositor, de control de gestión u oficialista, sino también en cuanto a sus necesidades concretas. El país tiende a superar la crisis profunda que dejaron las políticas neoliberales y en gran medida la votación que obtuvo Kirchner es una forma de respaldo al camino que inició el Gobierno, pero así como se resuelven cuellos de botella, aparecen otros problemas marcados por la inequidad social y económica y las prácticas políticas vidriosas. Las que definirán el camino de alianzas y construcciones futuras serán finalmente las prioridades que se imponga el Gobierno en ese escenario.