Dom 06.11.2005

EL PAíS

Para pensar el estallido

¿Episodio aislado o síntoma de un hartazgo incontenible? Las llamas que se comieron la estación de Haedo dispararon interrogantes sobre la contención social, el nivel de representación de la política y la marginalidad. Página/12 habló con cinco cuentistas sociales sobre el conflicto.

HUGO QUIROGA
Sociólogo.

–¿Cómo analiza el conflicto que surgió en Haedo?
–Un elemento que puede ayudar a pensar es el concepto de anomia, una situación social donde las normas que están regulando el comportamiento de la sociedad han perdido vigencia. Lo que la caracteriza es una falta de efectividad de las normas que están amenazadas, pero tiene que ver con una sensación de impunidad. Los usuarios de estos trenes que son maltratados por la empresa sienten que hay una situación de impunidad de la empresa. Ven que las protestas, las quejas y los reclamos no tienen un público favorable. Esto lleva a esa suerte de indisciplina social, que puso en emergencia la furia de los pasajeros. Esto se vincula a una falta de ejercicio de la autoridad política, que no pudo resolver el problema de la calidad de vida de los ciudadanos. Ese malestar estalló en este momento, en el que el cansancio llegó a su punto límite. Allí el Estado revela una falta de autoridad frente a la empresa. El transporte hace a la vida cotidiana de los ciudadanos, donde se manifiesta el malestar.
–¿Hay una crisis de representación?
–Sí, es central. A pesar de las elecciones que tuvieron cerca de un 70 por ciento de representación electoral, no ha desaparecido. Lo que está en crisis es el vínculo entre representantes y representados. Este vínculo se centra en la confianza y no se ha reconstituido la confianza. Sería erróneo pensar que se ha borrado la crisis de representación, que tiene una manifestación muy clara: una tendencia a la disolución de los partidos nacionales, se pueden contabilizar más de 1100 partidos nacionales. Esta atomización en el sistema de partidos quiere decir que hay una crisis de representación y una crisis de la dirigencia política.
–¿El enojo también se manifiesta en las protestas de los sindicalista ferroviarios?
–Estamos viviendo una situación en la que millones de argentinos no tienen trabajo ni afiliación sindical. Tenemos una estructura social diferente que configura una Argentina dual. Es evidente que falta solidaridad de los ciudadanos desamparados frente a los trabajadores que hacen huelga por algo que es justo.
–¿Cómo ve el ataque que sufrió el periodismo?
–Eso me llamó la atención. No sé si el repudio a los medios fue para que estos actos de vandalismo no fueran registrados y no hubiera posibilidad de sanción. Es evidente que eran conscientes de que lo que estaban haciendo no era lo que tenían que hacer.

ALCIRA ARGUMEDO
Socióloga.

–¿Qué elementos permiten pensar el conflicto en Haedo?
–Creo que hay dos ejes: el primero es el hecho de que se está llegando a un nivel de saturación sobre la impunidad de las privatizadas. Es como que hicieron buena letra hasta las elecciones y ahora van a empezar a presionar para subir las tarifas. Los trenes son paradigmáticos: retrasos de 20 minutos que a muchos de los pasajeros les implica perder el presentismo. Esto en una sociedad que sigue repudiando a la política, con un porcentaje de ausentismo del 70 por ciento y un 10 de voto en blanco. Hay un malestar en la población que puede manifestarse en protestas legítimas de los usuarios. Es como un gran llamado de atención. No se trata de hacer correcciones en los aspectos más groseros del sistema neoliberal, sino de dar una vuelta de 180 grados.
–¿Qué instituciones contenían este malestar?
–Creo que esto se vino desintegrando junto con el verdadero estallido de las estructuras sociales. Una sociedad que en 25 años pasa del 7 al 50 por ciento de pobreza es una sociedad que se ha desintegrado en sus bases sociales. Con el 38 por ciento de los trabajo en negro, da cuenta de una desintegración del tejido social. Las antiguas formas de representación como fueron las fuerzas partidarias y los sindicatos han perdido legitimidad, por corrupción y falta de grandeza.
–¿Algo así estaría ocurriendo con las concesiones de los trenes?
–Exactamente, después de la barbarie que se hizo por los trenes –de los pueblos fantasma que quedaron por el cierre de vías– este gobierno reitera su vocación de volver a privatizar, en vez de buscar nuevas formas de participación más transparente. Se está permitiendo la impunidad de estos grupos económicos financieros. El mensaje que se da a la sociedad explícita o implícitamente es: acá la impunidad de los poderosos seguirá sin ser tocada. Si bien en el campo de derechos humanos la política ha sido impecable, en el de la corrupción deja mucho que desear... y esto se percibe. Este tipo de cosas son las que estallan en Haedo.
–¿Cómo analiza los conflictos previos a Haedo entre pasajeros y sindicatos?
–Esto forma parte de la misma dinámica de debilitamiento de demandas legítimas, a través del enfrentamiento de pobres contra pobres. Esto también pasó cuando se privatizaron los trenes. Hicieron paros, se pelearon con los usuarios y se debilitaron.

ALEJANDRO ISLA
Antropólogo.

–¿Qué tipo de violencia apareció en Haedo?
–Son estallidos que se producen a partir de la presión de muchos años de intolerancias, por una situación de mucha compresión. Pueden estallar, como lo de Haedo, donde yo creo que debe haber habido un componente de sabotaje. La gente puede romper un vidrio de un vagón, pero me resulta extraño que quemaran la estación. Algunos componentes son extraños...
–¿Qué produce una situación de este tipo?
–En la Argentina hay una situación estructural de transformación de procesos de violencia. Lo de Avellaneda no tiene nada que ver con lo de Haedo. No tienen que ver las causas, ni las razones, como tampoco lo de Magdalena, 20 días antes: pero son formas de explosiones que se producen por una situación de presión.
–¿De dónde viene esa presión?
–De los grandes cambios en la estructura social, que empiezan un poco antes de la dictadura, con el Rodrigazo. Implicaron desindustralización, concentración económica, aumento del gasto público. Desde la perspectiva de los sectores populares hay una pérdida de puestos de trabajo y una precarización del trabajo. Si en Argentina existió un Estado de bienestar no era sólo por la cantidad del dinero que se ganaba, sino una cuestión simbólica. A partir del trabajo se tenía una vinculación con la Nación, con la sociedad, con el sindicato. Se era ciudadano en relación con el trabajo. La identidad social no es sólo cobrar un salario a fin de mes, sino que hay una cuestión simbólica. Y esto al romperse con la dictadura y luego con el neoliberalismo –y el menemismo fue como más allá de la media del neoliberalismo en América latina– generó una o dos generaciones de gente que son nietos de tipos que trabajaron, pero que no conocen el empleo. Son procesos de desocialización, que generan una olla a presión. La violencia nunca tiene una causa, sino que es multicausal.
–¿En los saqueos posteriores influye la marginalidad?
–Sí, es gente que no se puede decir que eran activistas. Robaban a cara descubierta. Eso es espontáneo, no organizado. Son pibes que están al borde de la sociedad. Son producto de la falta de instituciones que fueron contenedoras y generadoras de identidad simbólica. Hay pibes que al padre no lo conocieron, que la vieja tiene que salir a laburar para parar la olla, se están criando en la calle.
–¿Cree que existe una percepción del desamparo en los pasajeros?
–Se percibe por varios lugares este desamparo: más grave que los trenes es el tema de las cárceles. Si uno dimensiona los 30 muertos en Magdalena, es gravísimo. La mayoría eran procesados y de sectores populares. Cuando uno analiza esta cantidad de muertos en Córdoba, las denuncias en la cárcel de Mendoza, prácticamente el Estado no está garantizando la vida. No digo que lo de los trenes no sea grave, pero hubo un hecho positivo al otro día, cuando se hace una manifestación colectiva, como desagravio a lo que había pasado, pero al mismo tiempo denunciando a la empresa que tiene la concesión de ese ramal, que registra incumplimientos flagrantes. Y es el intendente de ese lugar, Martín Sabbatella, el que se pone adelante de la movilización de los vecinos y cumple esa doble función. Es interesante para pensar el tema de la representatividad.
–¿Y el repudio que sufrieron los sindicatos?
–Desde el sindicato aparece Pedraza, que fue el artífice con el menemismo de las privatizaciones. Se genera un conflicto entre los cuerpos de delegados, que son más representativos que la cúpula. Los pasajeros representan el hastío donde se produce este tipo de explosión. Pero para quemar un vagón tenés que tener más elementos. Yo no creo que los pasajeros, por más bronca que tengan, funcionen con esa perseverancia.

JUAN MANUEL ABAL MEDINA (h)
Politólogo, funcionario porteño.

–¿Cuáles son las causas de este estallido?
–La reacción inicial es un enojo frente a la política de los noventa. No creo que haya falta de contención política. El accionar del gobierno de Morón y la política general del gobierno nacional de ponerse firme con las concesionarias fueron claros. ¿Cuál es el problema? Las políticas de los noventa que permiten, con contratos armados a medida, el estado de las concesiones.
–¿Cree que este malestar puede extenderse a otras situaciones?
–No. Fue un estallido, una acción colectiva puntual, que existe frente a un reclamo no solucionado. Es un hecho aislado en sí mismo, que se explica por el servicio pésimo.
–¿Por qué cree que el hartazgo también alcanza al sindicato, cuando son los ferroviarios los que hacen huelga?
–Los cortes le impiden llegar a tiempo al pasajero a un trabajo que le retribuye un salario escaso. Es un cansancio con respecto a las consecuencias de los noventa: el desempleo y la política de concesiones en los noventa. Los piquetes y lo ocurrido en Haedo son hechos muy diferentes, pero la explicación última es la misma. Este cansancio se está canalizando desde la política para frenar estas acciones. Desde ciertas políticas de contención a los cortes de calles y una política más dura frente a los servicios públicos privatizadas. Las empresas daban por hecho que podían aumentar las tarifas y no fue así.
–Los pasajeros no parecen percibir cambios en las condiciones en las que viajan...
–Esas soluciones van a llevar tiempo y van a requerir inversiones concretas de las empresas. El estallido fue producto de la crisis y el hartazgo ante las consecuencias concretas en las políticas aplicadas en la pasada década, que generaron pobreza y desempleo y un marco muy agresivo ante el ciudadano. Uno escuchaba a los que protestaban: “Y encima gano 600 pesos”. Esto pone en escena las consecuencias de la década pasada.

ROBERTO GARGARELLA
Sociólogo, abogado constitucional.

–¿En qué se quedó pensando al ver los incidentes?
–Tenemos que pensar por qué se reacciona con golpes y por qué esos golpes son vistos con sentido de justicia. Es lo que hay que destacar de todo esto, la pérdida paulatina de un sentido de espacio público compartido. A la gente cada vez le cuesta más entender que los trenes o los teléfonos son bienes que nos pertenecen a todos.
–¿A qué podemos atribuir este fenómeno?
–A las políticas que se han venido tomando desde hace años. Se ha descuidado sistemáticamente un aspecto que va más allá de ordenar las cuentas, y que pasa por una despreocupación de fortalecer los vínculos de integración social. Tenemos que preguntarnos por qué hay ciudadanos que destrozan bienes comunes y que no ven en esos actos manifestación alguna de agravio hacia la sociedad sino que, por el contrario, encuentran en ellos un sentido de justicia.
–Parecería que la culpa de todo la tiene el Estado...
–Y si no hay una política que alimente el compromiso cívico, ¿cómo podemos pedirle luego a la ciudadanía que se haga cargo? Hay que repensar la concepción en torno a lo que se define como espacio público. Insisto, tenemos que pensar por qué se reacciona a partir de los golpes. Una de las respuestas es porque flota un sentido de injusticia tal, que el destrozo termina siendo visto como acto de justicia.
–¿Se puede afirmar que esto refleja cierta crisis en los esquemas tradicionales de representación?
–En parte, pero esto pasa más bien en cómo se concibe una buena política y también por la percepción de un Estado que no está cuando se prende fuego un local, o un servicio como el tren pertenece a aquellos que se benefician a nuestra cuenta, dándonos poco a cambio. Son todos síntomas, que si se unen no sólo muestran la ausencia del Estado sino también una negligencia con los vínculos sociales.

Reportajes: Werner Pertot y Carolina Keve.

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