EL PAíS
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› Por J. M. Pasquini Durán
Noviembre es tiempo de tránsito entre los comicios y la asunción de los elegidos. También es el momento para que el presidente Néstor Kirchner organice sus fuerzas y diagrame el rumbo de la segunda mitad de su mandato. Como ocurre en el fútbol, en la política ésta es la temporada de pases y adquisiciones de jugadores: el intendente Hugo Curto y el legislador porteño Borocotó son dos de los tantos que emigraron desde sus posiciones preelectorales hacia los destellos del que suponen vencedor con más futuro, quien por ahora parece dispuesto a recibir en su casa a lo que venga, sin mirarle los dientes al caballo. Aunque sea prematuro es inevitable que en esta breve pausa los círculos de la política se conviertan en mesas de arena donde los futurólogos hacen cálculos y nombres para la competencia de 2007 y los más atrevidos se apuran para anotarse rápido al lado del futuro, así podrán reivindicarse después si no de la primera, de la segunda hora. Algunos de ellos ambicionan que esa apuesta sea tan rentable como un depósito a plazo fijo. Habrá que ver si el anfitrión se los permite.
A tono con la hora cívica, la cúpula episcopal católica renovó autoridades pero sin sorpresas estridentes. Con el arzobispo Jorge Bergoglio al frente, quedaron afuera de la comisión ejecutiva los pensamientos extremos: Aguer, de los conservadores, y Olmedo, de los progresistas. Hoy, sábado, el plenario expondrá conclusiones en un documento formal, cuyos términos fueron motivo de deliberación hasta última hora, aunque lo más probable es que la flamante conducción dialogará con la prensa recién después del primer encuentro con el Presidente de la Nación. De todos modos, lo digan o no en público, las preocupaciones centrales de este período para los obispos son tres. La primera tiene que ver con la visión ancestral del Vaticano sobre la familia, en particular lo relacionado con la educación sexual en las escuelas y las conductas para la procreación responsable, en abierto desafío a ciertas políticas públicas pero, además, a la problemática de la época actual que contraría cualquier propuesta encerrada entre dogmas. Hay quienes reciben ese tipo de sermones con acento burlón: “Ciertos discursos eclesiásticos quieren encerrar al mundo dentro de un preservativo”.
Luego aparece la cuestión social, en concordancia con la pregonada “opción por los pobres”, si bien desde que asumió Benedicto XVI la consigna casi no se pronuncia en los mensajes papales. En términos institucionales los obispos resolvieron poner sus distintos programas asistenciales (Cáritas, aborígenes y carenciados) bajo la conducción centralizada de Jorge Casaretto, nombrado titular de Pastoral Social. Por último, despunta un tema árido para las relaciones con el Gobierno y que, por ahora, emerge con forma de interrogante: ¿No es demasiado poder el que está concentrando Kirchner? Por cierto, no es una inquietud exclusiva de la Iglesia Católica, pero repasando el temario es posible deducir, sea ésa o no la intención final, que el humor episcopal tiene fuertes puntos de contacto con el pensamiento conservador de la Argentina contemporánea, a punto que puede dificultar el deseo de guardar equilibrio entre opiniones facciosas. El arzobispo de Buenos Aires y desde hoy presidente de la ejecutiva, es conocido entre sus pares por dos convicciones firmes: seguridad en la doctrina y apertura en lo social. En el Vaticano y en la Italia secular el apellido Bergoglio ganó fama y prestigio desde que las infidencias sobre la votación que consagró papa a Joseph Ratzinger lo ubican desde la primera votación, fueron cuatro en total, en el segundo lugar, con un puntaje máximo de cuarenta votos sobre los 115 cardenales. La revista italiana de geopolítica limes, invocando los anotaciones personales de uno de los purpurados, lo describe así: “La verdadera sorpresa del primer escrutinio es el cardenal argentino Bergoglio. Aunque jesuita también él, como [el arzobispo de Milán, Carlo] Martini [uno de los favoritos en algunas predicciones anteriores al cónclave], entre ambos no existió siempre una perfecta sintonía. En los años setenta, en los tiempos del general Arrupe y de los encendidos debates sobre la Teología de la Liberación, Bergoglio debió renunciar al cargo de provincial de la Compañía de Jesús porque no compartía la línea “aperturista” del vértice de la Orden. El arzobispo de Buenos Aires, sin embargo, sobre todo en los últimos años, ganó una difusa fama de “hombre de Dios”. Dicen de él: “Hombre de oración, que rehúsa la escena mediática y conduce un estilo de vida sobrio y evangélico”. Según la misma publicación, el grupo que quiso respaldarlo estaba encabezado por Karl Lehmann, presidente de la conferencia episcopal alemana, y Godfried Daneels, arzobispo de Bruselas, seguidos de cardenales estadounidenses y latinoamericanos, más algunos pocos de la curia romana. La cita es válida antes que por la cuota de acierto o error en el retrato más como referencia de la imagen que supo construir este arzobispo porteño que, al igual que el presidente Kirchner, también acumula poderes en su esfera de influencia.
Los lobbistas de la derecha, sin duda, tratarán de cabalgar en las grupas de la ética sexual religiosa y, por supuesto, en cualquier cuestionamiento al poder de Kirchner, del mismo modo que hoy galopan con el presidente mexicano Vicente Fox para criticar la resistencia del Mercosur al proyecto estadounidense de la integración comercial (ALCA). Como si fuera un dogma de fe, estos apologistas del “mercado” como un valor absoluto y único, permanecen atados a la cosmovisión conservadora que tuvo su apogeo en el país durante la década de los noventa. Indiferentes a toda evidencia, estos sectarios han dejado de registrar las vertiginosas transformaciones que ocurren casi a diario en el mundo entero. Ese anclaje en algunas fórmulas que aplican a cualquier lugar en cualquier momento ha impedido hasta ahora que la derecha nativa pueda construir una alternativa de gobierno creíble, rigurosa, sin anteojeras, pese a que su existencia sería un aporte a la gobernabilidad democrática porque dejaría de expresarse a través de canales sustitutos, ayer los militares y hoy los especuladores financieros y comerciales, o de montarse en corceles ajenos o, peor aún, hacer demagogia con el dolor de las tragedias ciudadanas o con falsas promesas de seguridad. La izquierda tiene idéntica responsabilidad en su propio campo, casi con las mismas características desde el punto de vista institucional pero con las debidas diferencias ideológicas, en especial después del rotundo mensaje del 23 de octubre último. El apunte sobre las distinciones no es banal, ya que en la Europa de estos días las conductas de centroderecha y de centroizquierda se diferencian apenas por el porcentual “social” que debe aplicar el Estado.
Son casi excesivas las coincidencias en esos bipartidismos de la Europa occidental, como se pone en evidencia frente a problemas como el de las migraciones, la multiculturalidad y la integración social. Francia, por ejemplo, desconsoló a sus socios de la Unión y al mundo en dos oportunidades durante el último año. La primera vez cuando la mayoría de los votantes rechazó el proyecto de constitución europea, con lo cual paralizó la dinámica de la integración, minada además por otros problemas, hasta el grado que muchos analistas temen que el bloque pueda desgranarse en suertes particulares. La segunda oportunidad todavía arde en decenas de ciudades francesas, asoladas por una explosión de revanchismo ciego anidado entre miles de jóvenes hijos de inmigrantes, la mayoría de origen musulmán, nacidos y criados en Francia pero siempre tratados como escoria, para usar la definición aplicada por el ministro del Interior de la administración Chirac. Como ex potencia colonial, no es la única vez que Francia afronta conflictos de esta naturaleza, pero algunos comentaristas opinan que confrontaciones como la actual no se veían desde la guerra de Argelia. Por aquellos años, pensadores como Jean-Paul Sartre y el franco-argelino Albert Camus combatieron con sus ideas del lado de los más débiles. Creían en la Justicia de la emancipación y en la igualdad de los seres humanos. Cuánto se nota su ausencia cada vez que un intelectual liberal como el italiano Giovanni Sartori se anima a sostener que acepta el canibalismo en la casa del caníbal, pero nunca la tolerará en Florencia. Qué bueno sería que las autoridades religiosas dejaran el sexo a quienes tienen el derecho a ejercerlo y se ocuparan de tantos desafíos que propone la condición humana en el planeta Tierra.