Lun 05.12.2005

EL PAíS  › OPINION

La apuesta

› Por Eduardo Aliverti

¿Es cierto que, mucho más que un episodio determinante, el despido de Lavagna fue el producto de una acumulación de desconfianzas y desencuentros con Kirchner? Es cierto. Tampoco la exageración de que los unía más el espanto que el amor, pero desde el momento en que el ex ministro provenía de los tiempos de Duhalde había, para la mentalidad de un tipo exclusivista como el Presidente, un defecto de fábrica. Más las actitudes de Lavagna jugando en equipo, pero con su equipo y no con la pingüinera, más –pero esto sólo tal vez– algún exceso de ego presidencial, que le hacía difícil de digerir un cartel de éxito compartido con quien, encima, no consideraba de su palo.
¿Es cierto que no es bueno que, en lugar de un gabinete de ministros con eventuales pensamientos propios, Kirchner disponga de un coro de adulones dispuestos a decirle a todo que sí? No, no es cierto o, de mínima, requiere de comprobación. Las figuras nombradas son política y profesionalmente considerables, al margen de la valoración ideológica que merezcan. Interpretarlas por adelantado como meras marionetas es faltarles el respeto.
¿Es cierto que el relevo de Lavagna implicó el oscurecimiento del resto de los cambios? Es cierto. Sobre todo, el nombramiento de Nilda Garré en el Ministerio de Defensa no es caca de paloma. Mujer al frente de milicos y trayectoria en el peronismo de izquierda; y toda esa semejante cosa cuando van a caer las megacausas judiciales contra decenas o centenares de miembros de las Fuerzas Armadas, por su participación en el terrorismo de Estado.
Este último dato, quizás y sólo quizás y en tanto gesto, signo, señal, construcción de subjetividad, conecta con la apreciación que merece el cambio juzgado como más importante. El de Miceli por Lavagna. Decirlo puede parecer una definición rápida y vulgar, pero no por eso hay que dejar de decirlo: los cambios son por izquierda, o al menos no son por derecha. Estamos hablando, está bien, de un gobierno y en particular de un presidente que no se proponen revolución social alguna sino, apenas (con comillas o sin ellas), la reinstalación de un escenario de negocios capitalista con presunta vocación de justicia social. Y, consecutivamente, el uso de las categorías “derecha” e “izquierda” es tan relativo como se desee. Pero lo que no debería estar en duda es que esto es lo que hay en términos de probabilidad, no de posibilidades.
Visto así, Kirchner hizo una jugada fuerte que tiene retorno difícil. Echó a Lavagna cuando el ministro gozaba de mucha popularidad en su carácter de “piloto de tormentas”. Si la jugada le sale mal porque la inflación se le torna entre difícil e inmanejable, sea en números concretos o en expectativa social, queda casi sin fusible para hacer saltar más por izquierda todavía. La inflación o cualquier otro “imprevisto” de los que suele deparar este país. Y entonces, sus límites ideológicos en eso de reconstruir un capitalismo serio y nacional se verán tensados como nunca. O confía en la movilización popular para afrontar el desafío, o lo van a pasar por encima y la fuga será muy presumiblemente por derecha. Se las ingeniarán para parir algo que podría ser cierto anverso de lo que representó la Alianza: entonces, el mismo modelo, pero sin corrupción, jugando hacia el centroizquierda; y en el escenario del fracaso kirchnerista, la afirmación del concepto de un Estado presente pero corrido a la derecha. Kirchner pasaría a ser un loco con buenas intenciones que contribuyó –en el mejor de los casos– a reencaminar las cosas, pero “ahora” necesita de gente “seria”, “previsible”, “confiable”. Tipos que entiendan al poder desde la lógica del poder, pongámosle, a su vez desde la lógica de una clase media ecléctica que cambia de humor como de pañales, y que de una elección a otra puede pasar de Boca a River y viceversa como si nada.
El autor de estas líneas es más o menos incapaz de detectar cuáles serían las medidas técnicamente exactas para frenar la suba de los precios, el comportamiento oligopólico del mercado, la ausencia de una política de desarrollo industrial y de conocimiento científico. Pero está seguro de que nada de todo eso se intenta o se hace desde el mero gesto de nombrar gente por izquierda. Y este gobierno da la sensación o la certeza de ser Kirchner y algunos amiguitos, embarcados, solitariamente, en la utopía de un patrón de estancia con conciencia burguesa culposa, que quiere ganarse la simpatía de la peonada gracias a símbolos, discursos y, cómo no, intentos de repartija.
El problema es que la Argentina es algo bastante más complejo que una estancia y que, si más tarde o más temprano no se confía en un arco mayor que los capataces cercanos, la taba se da vuelta. La construcción de algo diferente a lo que conocemos hace 30 años se puede decidir, pero no ejecutar entre cinco o diez personas de confianza.

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