Vie 16.12.2005

EL PAíS  › OPINION

Ya no será una excusa

› Por Alfredo Zaiat

No hay que hacer mucha historia. Después del perverso comportamiento de sostener por años la fantasía de la convertibilidad, de financiar la fuga de capitales en los meses de la debacle de Fernando de la Rúa y de boicotear sostenidamente la recuperación económica en los últimos cuatro años, ¿quién puede dudar de que lo mejor es sacarse de encima al FMI? Pese a todo eso había banqueros, empresarios y consultores de la city que aconsejaban un acuerdo con Fracasos Múltiples Internacionales. Lo que no confesaban era ¿para qué? Algunos siguen pensando que esa tecnoburocracia es un sello de buena conducta. Otros no admiten que les sirve para seguir presionando a favor de lobbies específicos. Y unos pocos están convencidos de que lo mejor era refinanciar fuertes vencimientos persuadidos de que se podía negociar una flexibilización de las históricas condicionalidades. Todos, con más o menos argumentos, todavía le seguían asignando un papel relevante en la economía local a ese organismo desprestigiado. La cuestión en sí no era cómo seguir atado al FMI, sino cómo desprenderse de él. Se trata, en la práctica, de un aspecto eminentemente financiero, porque política y económicamente no es materia de mucha discusión desligarse de su tutela. Las alternativas eran pagar las cuotas a medida que iban venciendo, plantear la desafiliación para conseguir en la práctica una refinanciación a cinco años por el propio proceso de romper el carnet de socio de esa institución o cancelar todo en efectivo. Esta última opción fue la elegida. La duda es si ésa era la mejor de ese menú. Se trata, simplemente, de una evaluación financiera.
Antes de abordar esa cuestión, merecen destacarse por lo menos seis buenas razones político-económicas, que detalló en su momento el investigador Alan Cibils, para que Argentina deje atrás al FMI.

1

La explosiva acumulación de deuda y la crisis resultante se debieron, en gran parte, a la implementación de políticas económicas impulsadas por el Fondo durante la década pasada.

2

Los errores garrafales del FMI son muy conocidos, sin embargo esa institución se negó y se niega a admitirlos. La Oficina de Evaluación Independiente –en realidad, una dependencia del FMI– echó de lleno la culpa por la crisis a los funcionarios argentinos, repitiendo como un loro la línea usual sobre el gasto fiscal descontrolado y las reformas estructurales incompletas. Los únicos errores que el FMI admite son no haber supervisado más de cerca a Argentina. En resumen, el FMI no estaba preparado para la crisis, prescribió políticas económicas erróneas –como recortes en el gasto público en medio de una profunda recesión– e invirtió dinero para apuntalar un sistema inviable.

3

El desempeño del FMI durante la crisis argentina (desde diciembre de 2001) ha estado plagado de errores en el diagnóstico, en las proyecciones macroeconómicas y en las recetas políticas.

4

El FMI continúa actuando de modo contradictorio. Por ejemplo, insiste con la eliminación de las retenciones y del impuesto a las transacciones financieras –que suman en total un tercio de los ingresos–, pero presiona para que se incrementen significativamente los pagos a los acreedores.

5

Desde la crisis de diciembre de 2001, Argentina ha realizado pagos netos al Fondo. O sea, durante la peor crisis económica de su historia, en lugar de recibir nuevos préstamos y de utilizar los escasos recursos para reducir la pobreza, generar empleo y estimular la economía, Argentina estuvo enviando millones de dólares a ese organismo.

6

El Fondo se ha erigido en “acreedor privilegiado”, y a contramano de las leyes del mercado que promueven tan vehementemente, no son responsables ante nadie y tampoco pagan por sus errores.

Ahora bien: el pago al contado de la deuda es un esfuerzo mayúsculo, teniendo en cuenta las condiciones de emergencia sociolaboral, pobreza extendida y retroceso del aparato productivo. Lo más probable es que haya más de un motivo para otorgar la categoría de acreedor privilegiado al Fondo Monetario. (A propósito, en Washington empiezan a evaluar construir un monumento a Rodrigo Rato en la puerta de la sede del organismo, en la calle 19, al cobrar como nadie la deuda de sus principales clientes: Brasil, Argentina, Rusia y Turquía.)
Puede ser que el Gobierno haya evaluado que reclamar la refinanciación de los vencimientos implicaría quedar condicionados a implementar medidas inconsistentes para impulsar un crecimiento sostenido. También es posible que no quería hacer pagar al FMI por sus recetas de recesión con una quita del capital de la deuda, puesto que ese organismo es controlado por el Grupo de los Siete países más poderosos del mundo y una poda implicaría que esas naciones tengan que asumir ese quebranto. No es descartable que esa decisión tenga su origen en la lógica financiera de honrar compromisos en momentos de bonanza, para quedar en respetable posición cuando la mano venga cambiada. Las condiciones de la economía mundial, con bajas tasas de interés y elevados precios de los commodities, constituyen factores claves para explicar la actual holgura de las cuentas fiscales que permiten avanzar en la cancelación total. Puede ser que existan algunos motivos más para que esa institución multilateral resulte, finalmente, premiada por haber empujado al país a un ciclo de decadencia. Simplemente tiene que quedar claro que el desendeudamiento tienen un costo altísimo, que hoy queda disimulado por el período de vacas gordas que transitan sus respectivas economías.
Sin embargo, y pese a todo, parece cada vez más evidente que a Argentina le irá mejor sin la auditoría perversa del FMI. Pero ese desendeudamiento es una cara de la moneda. Llegó el turno de avanzar también con la ceca de esa misma moneda: el Banco Mundial. Todo –pero absolutamente todo– lo que ha enfatizado Néstor Kirchner en relación con el FMI le cabe al BM. Desprenderse de ese organismo también sería un “paso adelante”. Sus créditos están condicionados a políticas sociales con la matriz del Consenso de Washington, además de llenar bolsillos de consultores con contratos de asesoramiento que sirven para muy poco.
Para bien o para mal, empieza otra historia cuyo desenlace dependerá de si se sabe aprovechar la oportunidad que se abre. El FMI ya no será una excusa para no hacer bien las cosas.

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