EL PAíS
› OPINION
Pagando al Fondo
› Por Marcelo Zlotogwiazda
La decisión de cancelar anticipadamente 9810 millones de dólares de deuda con el Fondo Monetario Internacional puede ser interpretado de varias maneras, pero hay una lectura incorporada como eje del discurso oficial que es claramente falsa: la decisión no aporta ni un ápice a la independencia económica, en el sentido de dotar a la política económica de márgenes de maniobra mayores. El fundamento de la afirmación es simple. El Gobierno no se libera de ninguna presión fondomonetarista por la sencilla razón de que no existía presión alguna, ya que no hay en vigencia ningún acuerdo con el Fondo, es decir no hay metas que lograr, ni condicionamientos que cumplir. Lo único que cambia en la relación con el organismo es que en lugar de pagar puntualmente los vencimientos tal como venía ocurriendo, se va a pagar todo junto. Dejando de lado grandilocuencias políticas falaces y entrando a terrenos técnicos, el Presidente y su ministra argumentaron que la decisión va a permitir un ahorro, en la medida que lo que rinden las reservas depositadas en bancos internacionales es inferior a los intereses devengados por la deuda con el FMI. Si esa fuera la lógica a aplicar, convendría entonces precancelar otro tipo de deudas que sin lugar a duda alguna le cuestan al Estado más que lo que va a precancelarle al Fondo. Y aunque suene elemental y chicanero, no se puede dejar de lado el beneplácito explícito del Fondo por el anuncio de desendeudamiento que primero realizó Brasil y luego la Argentina. ¿Es posible que algo que los satisfaga tanto a ellos sea bueno para el pueblo? Posible es, pero cuesta creerlo. Hay otro plano de análisis y polémica que tampoco se debe pasar por alto. Si resulta que por arte de una decisión política desde ayer existen reservas de “libre disponibilidad” para pagarle al Fondo ya, cae de maduro preguntarse por qué no utilizarlas para atenuar alguno de los dramas sociales que tiñen de oscuro amplios sectores de la población. La pregunta es ciertamente inquietante, y obviamente subyace en ella el fuerte tono crítico. Pero al respecto cabe señalar dos cuestiones. En primer lugar, que en ese plano la decisión anunciada ayer no cambia nada: el Gobierno de todas maneras jamás evaluó la alternativa de usar las reservas para prioridades de tipo social o para algún otro fin. La misma crítica que se le puede hacer hoy era válida ayer. En segundo lugar, desde el análisis macroeconómico corresponde como mínimo considerar si en el contexto de un leve pero persistente repunte inflacionario es atinado para los intereses populares volcar al mercado interno una masa de recursos tan monumental como la que se va a girar al exterior para alegría de Rodrigo Rato. Si se concede a la suposición oficial de que la caída de reservas no va a traducirse en un dólar más alto, al fantasma inflacionario le resulta indiferente que los dólares estén en las reservas o en las arcas del FMI. Pero es probable que un recalentamiento económico resulte contraproducente para el poder adquisitivo de los que menos tienen. Entonces si el histórico anuncio nada aporta a la independencia económica (ni a la soberanía política ni, por supuesto, a la justicia social), ¿para qué lo hacen? Se pueden ensayar dos hipótesis. Una es que no se trata de economía sino de pura política, de una audaz movida que, aunque madrugada por los brasileños, le permite al Gobierno un golpe de efecto, ganar iniciativa, y a juzgar por los primeros ecos, recoger apoyo popular. Una segunda hipótesis sería que escondido bajo la esquizofrenia entre el discurso anti-Fondo y los elogios del mismo Fondo haya un intento de ganar pura confianza capitalista, como presumiblemente lo reflejarán los mercados financieros a partir de hoy.