EL PAíS
› OPINION
Completar el balance
› Por Eduardo Aliverti
En forma casi unánime, se condenó no sólo la manera en que hubo aprobación legislativa para la totalidad de lo requerido por el Gobierno sino, y con prioridad, que éste avanza hacia una hegemonía autoritaria. Se habla inclusive de un Kirchner “monarca”, poco menos que dictatorial y dispuesto a lo que sea para conseguir sus objetivos, más allá de la valoración ideológica que esas metas merezcan. Frente a tal juicio, corresponden dos apreciaciones centrales que también sirven a un balance del año.
Por un lado, es cierto que el jefe de Estado, su señora y el círculo íntimo de ambos no son, siendo suaves, políticos de prolijidad y formas escandinavas. Lo cual es una característica que sobresale porque este gobierno no es mucho más –en términos de decisión y ejecución– que el jefe de Estado, su señora y el círculo íntimo de ambos. No tienen grandes cuadros (o no tienen cuadros, directamente); no tienen ministros con peso propio; no tienen intelectuales ni comunicadores de alta exposición; no tienen diputados ni senadores de vuelo grande. Son una pingüinera reducida, de escasísimos aportes externos, visceral; no se diría que sectaria pero sí desconfiada, aldeana. Y es veraz que la mayoría de las resoluciones que toman adquieren contornos que tanto son criticables desde los modos republicanos, como a partir del nulo lugar que le dejan al debate público. Esto último requiere de alguna precisión, porque el firmante de estas líneas adhiere al precepto de que el poder no se discute sino que se ejerce. Pero reconoce legítimo el apunte de que hay en el Gobierno ciertas inclinaciones antidemocráticas. Por ejemplo, el proyecto de ley que modifica la composición del Consejo de la Magistratura. O la prórroga de la Emergencia Económica, dejándole las manos libres al Ejecutivo para operar a piacere en la distribución de los fondos públicos. Y no está mal extender el señalamiento al pago total de la deuda con el FMI, usando las reservas con un volumen que bien hubiera servido para corregir varios dramas de injusticia social. ¿Una medida así no requería, por lo menos, la actitud de consultar al grueso de sectores y organizaciones sociales, y más en una gestión que se precia de gobernar en nombre del interés de las mayorías? Las críticas de esa índole son largas. Pero el tema es que se está hablando de un estilo, no de una ilegalidad. Y que las críticas son presentadas como si se tratase de lo segundo. Como si, en lugar de denostar al Gobierno desde la observación política, subjetiva, ideologizada, fuese cuestión de hacerlo porque el oficialismo estaría violando a la República y al mandato popular. Eso no tiene defensa alguna que se precie de seria.
Tomado el episodio de estos días, la única realidad es que el Gobierno alcanzó sus pretensiones parlamentarias con el quórum virtualmente propio que le dieron las urnas. Los diputados “extra” que consiguió fueron sacados entre quienes ameritan largos antecedentes de jugar con el mejor postor, y quienes habían dejado claro que apoyan al kirchnerismo por afuera. A todos los votó el pueblo. La “tendencia hegemónica” que se desprende de los proyectos aprobados y por aprobar cuenta con el respaldo de “la gente”, con sufragios ratificados y crecidos hace dos meses. Y si “la gente” se siente defraudada no se ve que ande con muchas ganas de demostrarlo. Se puede argüir que eso es así por el dato de una sociedad que fluctúa entre la estupidización y la apatía a que la condujeron y conducen las políticas de dominación. Pero entonces a animarse y decir eso. No que la dirigencia política opera desde un frasco de yogurt, o en este caso específico que “preocupan” las arbitrariedades de Kirchner y Cía. porque reflejarían una inclinación monárquica. ¿A quiénes “preocupa”? Las urnas han dicho otra cosa, y si se desconfía de su dictamen bastará con tomar nota del conformismo y la indulgencia que se observan en la temperatura social. Y la oposición, cuyo papel continúa limitándose acomentar lo que hace el oficialismo, habrá de hacerse cargo de lo suyo junto con sus votantes.
Siempre que se hacen balances –sobre todo políticos– se deja de lado la influencia y el rol que ejercen los actores sociales. La “gente”. Y resulta que “la gente” dice lo que dice y vota lo que vota, y también se equivoca, y también se desentiende, y también está hoy con unos y mañana con otros como quien cambia de amante, y también se olvida. Vaya si se olvida. Y si bien no corresponde hablar de culpabilidad, sí debe citarse la corresponsabilidad popular en las formas que toman los asuntos públicos.
De manera que bien puede caerse en la obviedad de recordar que los balances deben ser completos e involucrar al conjunto. De lo contrario, estamos ante algo así como una mirada extraplanetaria donde, en lugar de entrar todos, ingresan únicamente los que convienen al interés colectivo de lavarse las manos.