Sáb 21.01.2006

EL PAíS  › PANORAMA POLITICO

FRATERNIDADES

› Por J. M. Pasquini Durán

Los nuevos gobiernos de la región tienen la misión suprema de rehacer la América latina, empezando cada uno por el propio país, para borrar el estigma que la distingue en el mundo, el más lacerante, por ser la zona más injusta de todas en la distribución de las riquezas. La peor de todas en ese rubro, lo que es mucho decir en un mapamundi que muestra las manchas de la pobreza extendiéndose hacia los cuatro puntos cardinales. Al mismo tiempo, no hay mayor motivo de popularidad que la reparación de la justicia social, tanto que, a veces, alcanza con la esperanza de que sucederá para que un gobierno tenga la adhesión de las mayorías. Esto pasa, en la debida proporción, lo mismo en Bolivia que en Alemania. Desde Berlín, la última semana la prensa europea reportó que la conservadora Angela Merker sorprendió “al apoyar políticas de izquierda” porque propuso, entre otras medidas, que haya guarderías gratuitas y salario nacional mínimo para los trabajadores. De esos datos El País de Madrid (16/01/06) concluía: “La canciller protestante, educada en la antigua República Democrática Alemana (RDA) –lo mismo que la presidenta electa de Chile, la socialista Michelle Bachelet, dicho sea de paso– ha traído una renovación ideológica al partido (la democracia cristiana) que no se vislumbraba antes de las elecciones [y] en menos de dos meses desde su toma de posesión ya es la política más popular de Alemania”.

A propósito del futuro inmediato de Chile, después que asuma Bachelet en marzo próximo, apuntaba el martes pasado el escritor Antonio Skármeta, la flamante mandataria deberá “conseguir de sus ministros y asesores una insólita ecuación en América latina: por una parte, no dañar el éxito alcanzado con políticas liberales que impulsaron su fuerte crecimiento económico, y por otra, movilizar esa riqueza en beneficio de los pobres, que han sido tolerantes con las ‘etapas’ de la reconstrucción económica y política de Chile y que sienten, probablemente junto con la presidenta, que es hora de que ellos se beneficien y se les alivien las urgencias” (“Una metáfora llamada Michelle”, 17/01/06) .

La letra puede ser distinta pero la melodía suena igual en casi todos lados. Skármeta advirtió además, igual que hubiera podido hacerlo comentando la actualidad argentina, que si el intento del nuevo gobierno fuera consecuente “acaso el camino no esté lleno de rosas. Pues si por cualquier motivo el agresivo empresariado chileno se ve afectado en sus intereses, puede hacer valer su irritación. Y son gente de armas tomar”, metafóricamente hablando. Para anticiparlo bastará que Bachelet pida informes a Kirchner de lo que son las negociaciones por el voluntario control de precios con algunos oligopolios que controlan la provisión de alimentos básicos de la olla popular. Aun con los convenios firmados, los descuentos tardan en aparecer en los mostradores minoristas y en más de una ocasión el consumidor encuentra gato por liebre. Y eso sí: casi sin excepción los empresarios piden en contraparte que el Gobierno impida o contenga los aumentos de salarios, muchos de los cuales no se tocan desde hace más de una década.

Es que la cultura empresaria, madurada por décadas y abulonada con remaches durante las recientes etapas de auge neoliberal, piensa al capitalismo con una ecuación perversa: maximizar ganancias, precarizar mano de obra y trabajar para la porción de mercado de mayor consumo, ignorando al resto. Criterios mercantiles como bajar los precios para masificar el consumo, estimar la rentabilidad máxima en tres veces la tasa de inflación anual y dotar al personal empleado con los derechos de ley, entre otros la añeja jornada de ocho horas diarias, son percibidos como la receta del perdedor. La fórmula del éxito: mucha plata en poco tiempo con mínimo esfuerzo, o sea el estereotipo de un especulador financiero que, encima, no paga impuestos por sus transacciones. Los resultados están despuntando de a poco en las pantallas de la AFIP cada vez que realizan elementales cruces de datos entre lo que algunos tienen y lo que reconocen para tributar. Los accesos nacionales están taponados de plata negra.

Semejante asimetría, para usar un término de uso corriente entre socios del Mercosur, vuelve más insoportables las penurias de los postergados. Es cierto: torcer la dirección de los asuntos públicos en un sentido diferente, opuesto, al que le dieron los manejadores de la economía nacional desde el “Rodrigazo” hasta aquí es el nudo principal de las transformaciones anheladas por tantos, es el centro mismo de las esperanzas populares invertidas en esta camada de gobernantes coetáneos, de alrededor de cincuenta años de edad, que hablan de las mismas cosas pese a las diferencias de origen, de formación y de experiencias. Ojalá gobernar exigiera sólo los requisitos que el presidente Evo Morales, listo para asumir mañana, creyó percibir en su primera y vertiginosa gira mundial: “Transparencia, honestidad y escuchar siempre al pueblo”, dijo que aprendió de ciertos anfitriones de la ocasión. Advertirá pronto que son condiciones necesarias, pero no suficientes. Más aún: para ejercer el mando de ese modo, tendrá que reorganizar al Estado boliviano, darlo vuelta como un guante y expulsar a la megacorrupción que se lo devoró de atrás hasta el riñón, según la metáfora tanguera. Y eso, sólo para empezar, porque en Bolivia, como en el resto, también “hay gente de armas tomar” cuando el gobierno quiera meter el dedo, ni qué decir las manos, en la fuente de los privilegios.

Deshacer los nudos de lo establecido suele ser una empresa épica, equivalente a una revolución, pero en democracia, donde todo debe hacerse según ciertas formas y protocolos, de manera gradual sobre todo, paso a paso hasta la exasperación. Debido a los costos del trámite, no pocos gobiernos democráticos y bien intencionados quedaron atrapados en la pinza letal que forman, de un lado, las resistencias conservadoras y, del otro, las impaciencias transformistas. Por eso, pese a las diversidades nacionales y a las irritantes asimetrías, ninguno podrá solo contra todo. En el torbellino, en más de una ocasión lo primordial se pierde de vista.

Ahí está el litigio de las papeleras uruguayas: ¿Tendrá relación verdadera con la fabricación de papel o con la contaminación del río? ¿No será que se están desagotando por ese vertedero otras impotencias o necesidades de causas movilizadoras que opaquen lo que no se está haciendo o restañen, en las dos riberas, prestigios en declive? ¿No será hora que desde Montevideo y Buenos Aires pongan en claro qué y quiénes están detrás del conflicto y desactiven los detonadores? Si la diplomacia y la política no sirven para eso, quiere decir que los discursos acerca de una nueva realidad en la zona son puro verso.

Por otra parte, esa nueva realidad aparece cuando Lula y Kirchner deciden abocarse, de verdad, a elaborar políticas de cooperación solidaria que sean mucho más que gerenciar los intereses exportadores de los dos países, porque el Mercosur tiene que ser más que eso o envejecerá desnutrido. No puede ser que sus bases integradoras sean tan unilaterales como las que propone el ALCA, para lo cual hay que desterrar de la retórica y de la concepción de fondo esas categorías de grandes y chicos, hermanos mayores y menores, para aceptar que se trata de naciones soberanas reunidas por interés verdadero para realizar los sueños propios y los compartidos. La cooperación solidaria es la misma que debería aplicarse hacia el interior de estas naciones: los que más tienen deberían resignar una parte a favor de los que menos tienen.

Es verdad: Argentina no es Alemania, ni siquiera Brasil, pero tampoco ambos son Haití, cuando se trata de darle la mano al vecino. Uruguay no es un balneario ni Paraguay se agota en la triple frontera. Mañana, domingo, todos se cruzarán en La Paz, donde podrán saborear aires de júbilo popular y alguna infusión de hojas de coca contra el apunamiento por la altura.Estará incluso Ricardo Lagos, pese a las rispideces entre Chile y Bolivia. ¿Será un cónclave de caciques o el encuentro fraternal, aunque sea fugaz, de los constructores de la nueva América del Sur?

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