Dom 22.01.2006

EL PAíS  › CARLOS TINNIRELLO, DIPUTADO DISIDENTE DE AYL

El último de izquierda

Es el sobreviviente de la debacle que se llevó a la izquierda del Congreso en la última elección. De origen trotskista y militancia metalúrgica, pasó por el PST y el MAS, antes de alejarse de la actividad partidaria. Volvió con Zamora y quedó solo en una Cámara que cambió.

› Por Miguel Jorquera

Es el único representante de la izquierda que conserva una banca de diputado nacional. Carlos Tinnirello no reniega de su formación trotskista, aunque ahora desecha los “dogmas casi religiosos y las bajadas de línea”. Repartió su militancia sindical en el gremio metalúrgico con la tarea política en el disuelto Partido Socialista de los Trabajadores y en el diezmado Movimiento al Socialismo, pero la decepción terminó alejándolo de la actividad partidaria. Volvió al ruedo de la mano de Autodeterminación y Libertad (AyL) y también rompió con Luis Zamora, a quien acusa de “construir una pyme familiar en beneficio propio”. En su diálogo con Página/12 admite que se siente solo en un Congreso que “legisla en contra de la población” y desde la Red de Encuentro Social (Redes) plantea unir a los sectores políticos y sociales “respetando la diversidad de ideas y sin pedirles el ADN para saber si son marxistas o anticapitalistas”.

–¿Se siente solo?

–Sí, desgraciadamente sí. La Cámara ha cambiado su composición, hasta el año pasado, había sectores con los cuales podíamos relacionarnos para algunas actividades específicas, pero ahora no queda casi con quién hacerlo. Pero no nos sentimos solos en la relación con la gente que reclama cambios, pelea por ellos y se organiza, con quienes desde lo político y lo humano nos sentimos acompañados. Por eso la soledad en el recinto no nos afecta tanto.

–¿Considera que puede hacer algo por ellos en el ámbito parlamentario?

–Sinceramente creo que nunca se pudo gestar, salvo algunas cuestiones de solidaridad. Con ese componente ideológico, con mayoría del PJ, la UCR y el ARI, no puede salir alternativa favorable para la población. En realidad, creo que en el Congreso se legisla en contra de la población. La gente no votó que el 40 por ciento de la población cayera en la pobreza y que un 20 por ciento esté debajo de la línea de indigencia. Esto muestra que la voluntad popular nunca se tuvo en cuenta en el Parlamento.

–¿Se cuestiona si sirve o no la actividad parlamentaria?

–En un momento me lo cuestioné, ahora es un prejuicio que no tengo. Porque no depende del lugar que uno esté sino de la actitud que uno tenga en ese lugar. Nosotros nos sentimos bien con lo que estamos haciendo, lo tomamos como otro lugar de lucha donde intentamos expresar lo que se intenta silenciar al resto de la población. También es un espacio que nos permite articular con muchos sectores sociales de todo el país la discusión sobre la formación de una alternativa política.

–¿Por qué cree que la gente acude a ustedes cuando quiere expresar un reclamo, pero no los acompaña en sus propuestas políticas?

–Porque cometemos muchísimos errores. Entre ellos, la forma desastrosa en la que hacemos nuestras propuestas. Si le preguntamos a la gente si quiere que una empresa nacional vuelva a manejar nuestro petróleo, que los bancos no se queden con sus ahorros, si quiere tener acceso a la salud y a la educación nos va a decir que sí. Pero si le decimos que hay que tomar el poder, que hay que hacer la revolución, términos que son puramente declamativos, no sé si nos va a acompañar. En definitiva, los cambios los va a producir la gente a medida que considere que son necesarios.

–Sin embargo, toda la izquierda se cuestionó no haber tenido fuerza suficiente para direccionar la insurrección popular de 2001.

–Creo que hay que evaluarlo con más objetividad, al menos en los términos, porque llegó a plantearse incluso como la revolución argentina. Ese proceso no se dio a través de la izquierda sino a través de la población y la izquierda se dedicó a tratar de ver cómo le daba una orientación, imponerla, no a buscar las cuestiones comunes. Las asambleas, que surgieron casi espontáneamente, la izquierda intentó ponerse a la cabeza y las terminó destruyendo. Se viene un proceso muy conflictivo en el país, con inflación y pérdida de ingresos, y la izquierda tiene quetrabajar para ir construyendo una organización que contemple la diversidad de ideas en un movimiento político que represente los intereses sociales.

–¿Es posible? La actual diversidad de la izquierda es producto de su propia fragmentación.

–Creo en el llamado a todos los sectores de izquierda, pero también a todos los sectores sociales, mucho más amplio que la izquierda. No creo que con la simple sumatoria de organizaciones se logre solucionar los problemas políticos planteados por la sociedad. Podemos sumar 100 organizaciones de izquierda, pero si seguimos con la misma política no cambiamos nada. Seremos un poco más, que ciertamente vamos a terminar siendo menos. Debemos ser más abiertos en la construcción, confluir para construir juntos una alternativa. La izquierda busca unir a distintos grupos, pero con la misma metodología de trabajo: no le podemos pedir a todos el ADN para saber si son marxistas o anticapitalistas.

–Con esta idea también surgió AyL y terminó totalmente fragmentada.

–Lamentablemente el proyecto de AyL fue traicionado por Zamora y su entorno más íntimo entre los que se encontraba su esposa Noemí Olivetto. El zamorismo por prepotencia, autoritarismo y mezquindad política destruye ese proyecto, creímos que estábamos compartiendo un nuevo camino con un viejo compañero de lucha y nos encontramos con un individualista que priorizó sus intereses económicos a la construcción de una nueva organización política, que se comprometiera con los objetivos de cambios que aún están presentes en amplios sectores de la población. Prefirió construir una pyme para sus beneficios personales.

–¿Que debería hacer la izquierda para cambiar su imagen ante la sociedad y ser una alternativa creíble?

–Primero ser profundamente autocríticos y dejar los dogmas casi religiosos, las certezas, la bajada de línea, la manía de creer que se le tiene que decir a la población lo que tiene que hacer, es lo sustancial. La militancia de izquierda acumula un potencial ideológico-político, una fuerte trayectoria y tradición que si sabemos revalorizar a partir de modificar conductas y posturas equivocadas, podremos seguramente ser parte importante en la construcción de la alternativa política creíble. Ahora, si la izquierda se sigue sintiendo distinta, superior, o iluminada en relación a la población no hay diálogo ni construcción posible.

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