EL PAíS › SON TOMAS QUE LOS LADRONES NO SE PUDIERON LLEVAR DURANTE EL GOLPE
Los asaltantes retiraron el casete de las cámaras de seguridad, pero había otras que transmitían directamente a la casa central. Son tomas no muy nítidas, pero demuestran que usaron armas reales, que se movían con precisión militar y que hubo una mujer que actuó como controladora.
› Por Raúl Kollmann
El video de seguridad del Banco Río de Acassuso muestra claramente que los ladrones que ingresaron a la sucursal “por arriba” fueron seis, cinco hombres y una mujer. Las imágenes no son para nada claras y, tal vez –sólo tal vez– permitan una identificación de la mujer y del que actuó como jefe en el asalto. La joven tiene el pelo corto, casi al estilo francés, y entra y sale dos veces del banco. Sus facciones son captadas por la cámara sin demasiada nitidez. El que obviamente dirigía el grupo es un hombre de entre 45 y 50 años, de traje gris, al que se lo ve bajando del auto en el estacionamiento subterráneo del banco. Es un poco pelado en la parte delantera de su cabeza, usa lentes, aunque no está claro si son de utilería, y exhibe un estado físico envidiable, ya que es captado también cuando salta por encima de una de las cajas. Tiene todo el aspecto de ser un militar, un hombre de Inteligencia o de una fuerza de seguridad, que se mueve en traje muy cómodamente. Los otros cuatro ladrones, que entraron con mochilas modernas, cuyas tiras no pasan por los dos hombros sino por uno solo, son personas más jóvenes, de alrededor de 30 años, y con rasgos de clase media. El video demuestra con claridad que usaron armas reales y no de juguete.
Página/12 accedió en forma exclusiva a los detalles del video gracias al diálogo con un analista que vio y estudió las imágenes una y mil veces para sacar conclusiones sobre lo ocurrido. La sucursal Acassuso del Banco Río tenía varias cámaras pero los ladrones, demostrando que conocían perfectamente los sistemas de seguridad, se llevaron la grabación de la mayoría de las cámaras. Supuestamente en esas tomas se podría haber visto a los integrantes de la banda con mucha más nitidez y precisión. Lo que quedó es un video transmitido por la cámara que está en la zona de cajeros automáticos, en el hall interno del banco, otra cámara ubicada detrás de las cajas, la de la playa de estacionamiento del subsuelo y una cuarta colocada abajo, en la zona del tesoro. Esas cámaras transmitían directamente a la central de Banco Río y por ello perduró la grabación. La cámara del tesoro no duró nada: en las imágenes casi lo único que se ve es a un delincuente acercándose y pegándole un golpe que la destruyó.
Hace dos semanas que existe una polémica entre investigadores policiales y judiciales sobre si deben darse a conocer las imágenes. Supuestamente, la ventaja es que, si el público las ve, alguien podría decir “aquel es fulano, yo lo conozco”, haciendo algún aporte que resulte decisivo a la pesquisa. También algún policía podría identificar a uno de los delincuentes: “¿Ese no es zutano al que detuve en tal año?”. Sin embargo –según la versión del analista– las imágenes son muy poco claras, incluso en cámara lenta y con congelados, por lo que no será nada fácil que alguien identifique a los protagonistas del golpe de Acassuso.
La que más claramente aparece retratada es la mujer que participa del asalto. Primero entra al banco momentos antes del golpe. Da una vuelta por la zona de cajeros automáticos y mira si hay alguien raro dentro de la sucursal. Los especialistas sostienen que en ocho de cada diez asaltos a bancos, siempre hay alguien que entra a verificar que en las colas de la caja no haya nadie de pelito corto con aspecto de policía o alguien extraño que pudiera interponerse en el robo. La mujer flaca, de pelo corto, con camisa blanca y de entre 30 y 40 años, nítidamente juega ese papel. Su pertenencia a la banda se verifica porque instantes después entran los primeros ladrones, desenfundan, encañonan a algún rehén, y en ese momento se ve que otra vez la mujer entra por la puerta del banco. Vuelve a verificar que el asalto marcha bien y nuevamente sale de la sucursal sin que se la vuelva a ver. Parece obvio que después de eso sirvió de apoyo para pasarle información a la banda desde afuera.
La acción del asalto se inicia con el ingreso de dos delincuentes por la puerta principal del banco. Llevan una mochila con la tira pasando por un solo hombro y es obvio que dentro de esa mochila va o una ametralladora o un arma larga con el caño recortado. Una de esas armas aparecerá luego apoyada en un escritorio o mostrador y se percibe nítidamente que no es de juguete, como en algún momento se dijo. Algunas versiones de los investigadores señalaban que la banda dejó atrás armas de juguete como para reducir una eventual condena, pero el arma larga de la filmación es real, según el analista.
El pelo de uno de los dos individuos que protagonizan la primera entrada al banco es muy negro, por lo que da toda la impresión de que usó una peluca. La cámara nunca le toma el rostro de frente, pero desde el costado se percibe que tiene una barba de dos o tres días. La impresión es que se trata de alguien de unos 30 años. El sujeto que ingresa con él al banco lleva puestos anteojos negros y tampoco hay una imagen nítida de su cara. A primera vista tiene unos 35 años y usa una pistola. Lo que se ve en cámara es que ambos entran al hall del banco, donde están los cajeros automáticos, sacan las armas y encañonan a dos mujeres que están en esa zona. Son las primeras rehenes. Como las imágenes existentes provienen principalmente de esa cámara de la entrada, no se registró el momento en que desarmaron al policía que estaba en la sucursal ni cuando dominan al vigilador privado.
Las imágenes más interesantes corresponden a la llegada del auto en el que vienen dos individuos, uno de ellos el de mayor edad –cerca de los 50– y sin dudas jefe del grupo. Baja del vehículo, de traje gris, y se mueve como un comisario, un jefe de un comando civil-militar o de un grupo de operaciones de Inteligencia. Según manifiesta el especialista que vio y analizó el video, el hombre parece habituado a usar traje y se mueve así vestido sin ninguna dificultad. La calvicie que se le percibe parece bastante avanzada, lleva bigote –aunque no está claro si es de utilería-, anteojos y un andar muy recto, marcial. La cara del hombre aparece por un breve instante en cámara cuando salta por encima de una de las cajas.
Los otros dos sujetos que participan del robo también tienen pinta de clase media. Uno de ellos tiene puesto un chaleco de pesca, usa capucha y gorro, y también tiene la barba crecida. Al otro se lo ve con los lentes puestos y guantes del tipo de los que se venden en las estaciones de servicio. El de capucha y gorro es el que destruye la cámara ubicada en inmediaciones del tesoro.
La imagen global del grupo –según percibe el analista– no tiene nada que ver con personajes como el Gordo Valor, la Garza Sosa, el Negro Sombra o Lala López. En términos futbolísticos, físicamente no se parecen a Carlos Tevez o a Ariel Ortega, sino a Hernán Crespo o Walter Samuel. Son delincuentes que se mueven con una apariencia de profesionalismo adquirido en alguna fuerza de seguridad. El jefe tiene un aire al actor norteamericano Gene Hackman.
En ninguno de los momentos captados por las cámaras se ven equipos de comunicaciones. Una imagen muestra a un delincuente con el arma en la mano y se percibe con claridad que su mochila no está vacía. Allí podría estar alguno de los explosivos o, justamente, algún equipo de comunicaciones. Hasta el momento, sigue siendo un misterio la forma en que los ladrones se comunicaron entre ellos, más aún si se tiene en cuenta que la sospecha es que no sólo entraron delincuentes por arriba, es decir por las entradas del banco, sino también por el túnel, de manera que algún tipo de comunicación debió existir. Lo más probable es que hayan usado bandas de radio, pero no hay datos precisos.
Otro elemento que resalta la filmación –según afirma el experto que dialogó con Página/12– es que el mueble que pusieron sobre el túnel, para despistar durante algunas horas a la policía, es muy liviano y fácil de mover. De manera que parece indudable que ese mueble no fue colocado de afuera por algún rehén o empleado cómplice, sino que sencillamente los delincuentes lo movieron desde la boca del túnel antes de emprender la huida, para que el boquete no se notara.
El debate sobre si exhibir las imágenes o no, mostrar los pocos congelados en que se ven rostros –sólo de la mujer, el jefe y, lateralmente, uno de los integrantes de la banda– demuestra que, aunque los investigadores exhiben un notorio optimismo, hasta el momento puede haber pistas pero no elementos contundentes. En el caso más sofisticado y parecido al Banco Río en la reciente historia criminal argentina, el robo de los boqueteros al Banco de Crédito Argentino, el muy parcial esclarecimiento se dio por una absoluta casualidad. Los delincuentes habían construido un túnel de 50 metros que, según declararon ingenieros en el juicio oral, fue una obra maestra, ya que pasó debajo de una avenida y esquivó varias columnas de edificios que, en caso de averiarlas, hubieran producido algún derrumbe. Los sujetos se llevaron unos 20 millones de dólares y la pista clave fue aportada por un mendigo que contó que le llamó la atención un hombre que desde un teléfono público ubicado cerca del banco hacía llamadas, pese a tener dos celulares en la cintura. El análisis de las comunicaciones de ese teléfono público permitió ubicar a ex integrantes de la SIDE que fueron condenados a ocho años de prisión y están en libertad desde 2001. Eso sí, nunca se encontró ni el uno por ciento del botín.
Los criminalistas consultados por este diario sostienen que la experiencia internacional indica que los casos sofisticados se esclarecen con algún dato que llega por casualidad, como el del mendigo, por una pelea en la banda por mal reparto del dinero o por algún conflicto sentimental, especialmente cuando un ladrón que se hizo rico de un día para otro abandona a una mujer. Esos mismos criminalistas afirman que cuando se publican videos o fotos que son borrosos llaman centenares de personas dando pistas que rara vez llevan a los culpables. Lo mismo ocurre cuando se ofrece una recompensa. Tendrán que evaluar ahora los investigadores si tienen alguna pista fuerte que valga la pena seguir o si se tiran a la pileta publicando las imágenes, esperando que alguien los ayude a esclarecer un golpe que, por el nivel de planificación, inversión y eficiencia del comando, es inédito en la Argentina.
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