› Por Diego Schurman
Nadie pudo ver el gesto de Cristina Kirchner. Pero seguramente orilló entre la sorpresa y la satisfacción. Bono acababa de ofrecerle a la pareja presidencial su agradecimiento delante de 70 mil almas. La primera dama ya había sentido el abrazo del líder de U2 en su paso por la Casa Rosada. Pero ahora el gesto lo reproducía en voz alta y delante de la multitud que el miércoles colmó el estadio de River.
Cristina K. ocupó el palco 20 del Monumental junto a su hija Florencia. Ese sector vip suele estar reservado para una empresa privada y es uno de los pocos vidriados. Horas antes, en el despacho presidencial, la senadora le había explicado al músico por qué es necesaria la ayuda de los países ricos a los no desarrollados. Fue cuando Bono relojeó a Néstor Kirchner y lanzó una de las frases más comentadas de la jornada:
–¡¡¡Guauaaaaaauuu, qué gran equipo!!!
Como fuera, el carismático cantante irlandés sabía de antemano dónde estaba parado y a quién tenía enfrente. Tanto, que mostró el rostro del Presidente en la pantalla ultragigante como aperitivo del rítmico Zoo Station.
Algunos, incrédulos, preguntaron si habían visto lo que creían haber visto. Daniel Scioli –en un palco lo suficientemente versátil como para reunir a su esposa Karina Rabolini y la conejita de Playboy Luciana Salazar– pareció disfrutar el momento.
Esas casualidades de la vida hicieron que en el momento en que Bono comentaba a la marea de gente su paso por la “Casa de Gobierno”, Charly García departía críticas musicales con Constancio Vigil hijo, de Editorial Atlántida. El rockero argentino fue muy generoso con el show pero hizo reparos sobre el sonido.
Paul Hewson –el verdadero nombre de Bono– ya había hecho despliegue de calidez horas antes en la Rosada. Llegó antes que Kirchner. Y amenizó la espera en el despacho de Alberto Fernández. El jefe de Gabinete, un admirador aunque no fanático de U2, trató de entretenerlo con palabras. Pero el músico estiró la mano y le señaló un cuadro de Ernesto Bertani que lo dejó embelesado.
El funcionario lo hizo recorrer otras oficinas que tenían pinturas del mismo artista plástico y prometió enviarle una. El tour culminó cuando avisaron del arribo de Kirchner. El Presidente venía de Olivos, en helicóptero, donde había estado siguiendo el partido de la selección de fútbol contra Croacia.
–Hellououuuuuuuuuuu –dijo Bono, empujando la puerta de Daniel Muñoz. El secretario privado de Kirchner se quedó impávido. Las chicas del lugar se sonrojaron.
Bono cedió a todo. O a casi todo. Fotos parado. Fotos sentado. Posando como un sex symbol. “Parezco James Bond”, dijo en un momento, simulando tener un revólver con las manos, cuando se vio rodeado de personal femenino.
–Sos una hermosa chica –hizo muestras de galantería.
–Vos, en cambio, no sos tan lindo –se río cuando le tocó el turno del retrato a un varón.
Abrió la puerta Kirchner. Y siguieron las sonrisas pero ya dentro del despacho. El Presidente hizo una introducción hablando del liderazgo de la Argentina y Brasil en la región. Bono coincidió y lo endulzó: dijo ver en él, Michelle Bachelet y Lula una síntesis del “nuevo aire que sopla en Sudamérica”. Con la presidenta electa de Chile y el mandatario brasileño también se había sacado una foto. Repasaron temas espinosos, como el pago de deuda externa, y hablaron de la inminente Ronda de Doha, para cambiar las relaciones comerciales entre los países centrales y los periféricos. El tema fue el que generó la intervención de Cristina. Bono se interesó particularmente por la participación ciudadana. Preguntó cuánta gente había votado en la última elección. Y se llevó la mano al pecho cuando Kirchner le mostró una foto con las Madres de Plaza de Mayo. “Me pone tan bien que las tenga tan cerca suyo. Gracias por darles descanso a las Madres”, le dijo el músico, quien hace 8 años, en su anterior recital en el país, las hizo subir al escenario para homenajearlas con el tema Madres de Desaparecidos.
El clima se distendió a la hora de los regalos. Miguel Núñez, el vocero presidencial, le anunció que le enviaría al hotel un pack de DVD con los conciertos que varios artistas argentinos, entre ellos León Gieco, realizaron en el Salón Blanco del Gobierno.
Bono entregó Pedro y el Lobo, un clásico infantil al que él le incorporó ilustraciones propias que le permiten recaudar fondos y hacer beneficencia. Cuando el músico vio que Kirchner le acercaba la pelota de pato y el rebenque le tuvieron que explicar que se trataba de los insumos necesarios para jugar al deporte nacional. El músico no entendía demasiado, aunque arriesgó algo acerca del prestigio del polo argentino en el mundo. Y sin dar vueltas reconoció que lo suyo era el fútbol.
No por nada preguntó por Maradona y las chances de Argentina en el Mundial de Alemania. Kirchner, que poco antes se había quedado anonadado con el gol de Lionel Messi, le empezó a hablar maravillas del jugador del Barcelona.
–El único problema es tu representante, que prefiere a Agüero –se rió el Presidente señalando al empresario Daniel Grinbank, un fanático de Independiente. Bono sentía que le hablaban en japonés. Ni Walter Kerr, el traductor oficial, podía traducirle la pica futbolística. Finalmente, con paciencia de orfebre, el racinguista Presidente le explicó la histórica rivalidad entre el equipo del Cholo Simeone y el de Julio César Falcioni.
Bono se tentó con el sillón presidencial. Le dijeron que ahí se sentó Perón y no dudó en tomar el mando y simular dar órdenes por teléfono. Había pasado una hora y lo invitaron a hablar con la prensa. Lejos del protocolo, entrelazó con los brazos a Kirchner y a Cristina como si fueran buenos amigos. Reiteró lo que había dicho puertas adentro, agregó aquello de superar viejos antagonismos de izquierdas y derechas y se acercó a los periodistas para hablar, saludar y otros menesteres.
Cuando salía rumbo al estadio, se acercó Aníbal Fernández. Al ministro del Interior lo acompañaba su hijo, un fanático de la banda de Dublín. La bonomanía llegó a la explanada de la Casa Rosada.
–Te vienen a ver a vos –le dijo Kirchner mostrándole cientos de personas que se había agolpado.
El músico se acercó y se reverenció. Y después se subió a un auto con destino al Monumental.
El Presidente lo saludó agitando la mano, como quien despide a un pariente en la estación de Retiro. Un piso arriba, Cristina seguía embelesada. “Es una persona formidable, tiene una calidez impresionante”, decía abriendo bien grandes los ojos.
–Menos mal que se fue ese Bono –provocó entonces Carlos Zannini. El secretario Legal y Técnico subía las escaleras a paso raudo, y sin dejar espacio para la respuesta.
–¿Kirchner conocía a U2? –le preguntaron a la primera dama.
–Sí, conocía a Bono.
–¿Pero conoce algún tema de U2?
–Ahhhh no sé, hay que preguntarle a él –esquivó con la cintura de Nicolino Locche.
A un costado, Alberto Fernández reía.
–Yo no tengo resto para ir al recital –justificaba su ausencia el funcionario.
–¿Por qué recibieron a Bono y no a Mick Jagger? –lo chicanearon.–
–Porque Kirchner y yo preferimos a Los Beatles –devolvió el estilete, rememorando una vieja interna rockera.
Un minuto después, Fernández estaba en el despacho del mandatario junto a una ristra de intendentes bonaerenses y Cristina marchaba a River a escuchar música –en el sentido más amplio de la palabra– para sus oídos.
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