EL PAíS › OPINION
› Por Eduardo Aliverti
Kirchner abrió el período de sesiones ordinarias del Congreso. Un hecho que aquí y en casi cualquier país del mundo suele ser interpretado como relevante, porque los jefes de Estado lo aprovechan para hacer un balance de su gestión y, sobre todo, para definir las grandes líneas orientadoras del corto, mediano y largo plazo.
En alguna medida fue así, pero lo único que rescató la prensa –con entidad de título de portada de los diarios– fue la apelación al presidente uruguayo para conceder una tregua de 90 días en el conflicto de “las papeleras”. El resto de los conceptos de Kirchner, en dos horas de discurso, fue virtualmente soslayado de forma completa. Como si nada de lo demás que dijo el Presidente le importara a alguien. ¿La culpa la tiene el periodismo que lo vio así? ¿O la responsabilidad es de Kirchner porque a ese resto de los asuntos le confirió un carácter de problemas menores, graves pero encaminados, y sin necesidad de debate alguno?
Digamos que las dos cosas, pero sobre todo la segunda. Porque si los grandes medios de comunicación están tan preocupados, según dicen ellos, por el rumbo estratégico de la Argentina, debería haberles llamado la atención su propia actitud de concentrarse, apenas, en lo que dijo el Presidente sobre el intríngulis con los vecinos. Pero el Presidente debería hacerse cargo de que quien fija la agenda es él. Quien marca el paso es él. Y él no puede desconocer que si se aparta de lo que tiene escrito, y mira al horizonte y por ende, a las cámaras de televisión, y le dice a Tabaré Vázquez algo así como “amigo mío, te pido que reflexiones”, es obvio que lo único del discurso que tomarán los medios es ese segmento, y casi nada más que ese segmento.
Una referencia como la de Kirchner se presta, de sobra, a que el periodismo se haga una panzada de intrigas y especulaciones y tensiones analíticas. Primero se dijo que el presidente argentino cometió un error diplomático severo al apretar al uruguayo con una provocación desde el Congreso nacional. Que le convenía quedarse mudo, porque desde el otro lado del charco no tendrían otra que estimar a ese tramo de su discurso como una provocación “impertinente”. Después, cuando el presidente uruguayo rectificó a su vice y se dijo “conmovido” por la convocatoria del argentino, resultó que Kirchner había tenido una actitud humilde, que el uruguayo no podía menos que elogiar. Y en medio, la polémica sobre si el Gobierno de aquí no debería mostrar algún gesto o acción, concretos, frente al corte de los puentes. Así que sí: daba, da, para que los grandes medios y tantos de sus pretendidos grandes analistas se hagan una fiesta de disección deductiva. Pero también daba y da para que el presidente argentino no pueda hacerse el otario acerca de que, si es así, es antes que nada porque su discurso de dos horas no incluyó apreciación nodal alguna sobre los ejes que auténticamente interesan al grueso de los argentinos. O que –va como adelanto de la conclusión de estas líneas– deberían interesarles (supone uno).
En el discurso de Kirchner, visto desde la potencia temática y oratoria con que los enunció, no existieron ni el régimen previsional (ni por lo tanto los jubilados) ni el sistema tributario (ni por lo tanto quiénes y cómo pagan los impuestos en este país); ni la distribución del ingreso (ni por lo tanto por qué se sigue profundizando la brecha entre ricos y pobres); ni si hay algún modelo de largo alcance que permita ilusionarse con la inexistencia de una crisis energética, por ejemplo (ni por lo tanto cuánto hay de cierto en eso de la integración del bloque del Mercosur y adyacencias); ni si los formadores de precios ya están en vía de ser controlados como se debe y entonces la inflación debe estimarse antes como un inconveniente que como un drama. Ni. Para no hablar de que el sistema educativo apenas si recibió la relativa promesa de una nueva ley; y de que la salud y los hospitales públicos y las obras sociales brillaron por su semántica ausencia.
Hubo sí, y caramba si tiene un gran valor al cabo de todos los gobiernos claudicantes y cómplices que vivimos desde el recupero democrático, el homenaje a los desaparecidos y al espíritu de una generación que se jugó la vida por liquidar las injusticias sociales. Hubo el rescate de la responsabilidad del Estado como, de mínima, equilibrador de aquellos desequilibrios, a contramano del discurso de esa derecha animal –bueno: de esa derecha, a secas– que acá, a la vuelta de la esquina, siguió recibiendo la mitad de los votos.
Pero, y en esto va el papel que juega la ¿oposición?, izquierda incluida, y los actores sociales más dinámicos, más ideologizados, más lúcidos. Pero, decimos, si lo único impactante de un discurso del Presidente de la Nación, en la apertura de un período de sesiones parlamentario nacional, es cómo andamos en la cama con el Uruguay, cuidado con el perro.
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