Telerman asume mañana con un escenario desafiante y muy contradictorio. En el centro, estará limar asperezas y desconfianzas con Kirchner. Los posibles frenos al macrismo, la calma después de la batalla y el agradable factor de las cuentas públicas.
Complejo, contradictorio, desafiante, es el escenario que deberá afrontar Jorge Telerman cuando asuma mañana. Su legitimidad de origen es menguada, pero tiene como contrapartida virtuosa de la crisis un entrenamiento en el cargo. Corre contrarreloj para validarse y entrar en la competencia electoral, pero sin duda tendrá en meses amplio conocimiento público, y le toca una etapa con las arcas del Estado bien piponas. La entente progresismo-kirchnerismo dispone de una virtualidad numérica mayor que el macrismo, pero la actual correlación de fuerzas y organicidad van en sentido inverso. Telerman es peronista pero su actual (imprescindible) relación con el kirchnerismo tiene cortocircuitos en especial con las dos figuras del Gobierno más relevantes en la Capital: Néstor Kirchner y Alberto Fernández. La Capital ha vivido un terremoto institucional inédito aunque lo ha transitado sin oscilaciones en su gobernabilidad. El flamante jefe de Gobierno no tiene, de momento, un gran capital político pero sí mucho por ganar.
La impiadosa batalla parlamentaria dejó secuelas. El macrismo se ratificó como el principal partido del distrito. Se ha reforzado tras su victoria, es ordenado y verticalizado. Ha sabido valerse como furgón de cola del ARI cuya identidad parece diluirse o transformarse en algo así como un ala de PRO. Igualmente, la fuerza de Macri debería velar para no cebarse en sus dos éxitos seguidos (el electoral y el juicio político) pues el último lo deja expuesto a algunas sospechas. La desconfianza de la opinión pública acerca de los móviles de los destituyentes no incidió en la Legislatura pero tal vez impacte en la futura reputación de las gentes de PRO. Como poco, les enciende una luz amarilla a acciones obstruccionistas o descalificadoras respecto del sucesor de Ibarra. Eso, por omisión, puede limitar a la oposición a Telerman.
El clima de hostilidad que primó en estos meses quizá le habilite otra alternativa, la de mejorar el nivel de diálogo político, siendo que es imposible empeorarlo. Telerman da por hecho que tendrá una relación más armónica con la Legislatura y seguramente mañana se comprometerá a garantizar su propia asistencia (o la de colaboradores muy cercanos) para informar mensualmente sobre su desempeño.
Los familiares de Cromañón, aseguran cerca del jefe de Gobierno, también serán sus interlocutores, en un marco que esperan menos irreductible que el que nimbaba su trato con Ibarra.
El armado del gabinete porteño, cuyo nuevo diseño se viene conociendo, dará una pista del rumbo de Telerman quien dice proponerse armar una coalición que abarque al progresismo y al peronismo como núcleos sólidos. “No una alianza entre el ibarrismo y el albertismo, dos expresiones parciales, sino entre peronistas y progresistas”, afina un allegado a Telerman. Los socialistas agregan un estable peso electoral y un mayor peso simbólico a ese sesgo que se quiere edificar.
La confirmación del presidente del Banco Ciudad, Eduardo He- cker, y el posible reacomodamiento del jefe de Gabinete, Raúl Fernández, y de la secretaria de Hacienda, Marta Albamonte, en cargos menos poderosos que los actuales pero importantes, cumplen con no desbaratar todo el armado ibarrista. Y seguramente con premiar la confianza ganada durante el interinato de Telerman. Gustavo López, separado por antiguas hostilidades de Telerman, era una salida anunciada. Además, su condición de virtual jefe de campaña de la defensa de Ibarra durante el juicio político azuzó diferencias dentro de su propio grupo. Sus enconos con “el colorado” Fernández eran ya comidilla pública.
Telerman sabe que no lo asisten los días de luna de miel propios, se supone, de los gobernantes recién electos. Debe salir a la cancha con todo y le queda un añito para validarse por su ejercicio del poder. Como punto a favor, le ha tocado en suerte un momento de gran prosperidad fiscal. Tras años de malaria feroz, los gobiernos disponen de recursos económicos. El cambio viene ocurriendo desde 2004, Ibarra no pudo aprovecharlo plenamente pues Cromañón interfirió en su camino cuando la caja empezaba a desbordar. Con recursos y voluntad, con el voluntarismo propio de todo inicio de mandato, el entorno más íntimo de Telerman no se priva de imaginar acciones y líneas de gobierno que alumbren una nueva ciudad. Una ciudad productiva empezó a decir Telerman sugiriendo un afán desarrollista que suele ser la media de los políticos nacionales y populares. Media que ha resucitado discursivamente y como bandera entre las cenizas que dejó el neoconservadurismo, pero que no es fácil traducir en hechos. Peatonalizar la Plaza de Mayo, construir un puerto de cruceros, son algunos de los proyectos más expresivos que traducen la voluntad de capitalizar mejor el clima de negocios, en especial turísticos. Dejar alguna marca arquitectónica, edificios o puentes, que embellezcan y den un signo de época a la ciudad. El Sur, que integra las utopías de las sucesivas administraciones más que sus concreciones, podría ser asiento de complejos culturales construidos a toda velocidad. O se preguntan algunos, ¿por qué no ser sede del gobierno local en un centro político construido a velocidad de rayo?
Administrar sensatamente es un piso irrenunciable pero, colige Telerman, insuficiente para sus deseos. Circunstantes de la reunión que tuvo con Hecker comentan que le dijo algo así como que mantuviera el modo racional en que manejó la institución pero que se permitiera fantasear (y en su caso plasmar) medidas más audaces. Un clásico, mejores créditos para pymes, ya estaría en carpeta. Un novedoso sistema de subsidios a estudiantes se analiza y se guarda bajo siete llaves.
Casi ninguno de los proyectos en cuestión es nuevo, todos tienen su historia, su expediente, su momento en que fueron dejados de lado o pospuestos para mejor ocasión. Habrá que ver si en este caso prosperan. Como ya se dijo, el Estado tiene plata. Empero, por cifrar de modo didáctico un proceso complejo, la plata ha llegado más pronto que otras reparaciones o recursos. La organización del Estado, la formación de sus cuadros, la legislación que lo regula no arrojan superávit similares. El llamado desguace del Estado fue un proceso cultural tremendo que lo dejó desprovisto de poder antes que de dinero y eso no se resuelve con recaudaciones record. La tragedia de Cromañón expresó, en parte, esa impotencia estatal para gestionar nuevos modos de vivir en espacios públicos o privados. Será duro para Telerman proponerse un cambio en tiempos privados con recursos y experticias públicas.
Por no hablar de la relación con los moradores de la Casa Rosada.
¿Telerman es Felipe?
Mucho se ha dicho y poco se ha exagerado acerca de las malas ondas que emite el jefe de Gabinete nacional respecto de Telerman. Quizá se han sobreestimado las relaciones más amigables que unen al jefe de Gobierno porteño con Carlos Zannini y Julio De Vido. En otro lugar de esta edición (ver página 7) se habla con mejor detalle del tópico.
El futuro político de Telerman depende de ganarse la consideración de Kirchner, receloso de los porteños en general. Todas las comparaciones son un riesgo, pero tal vez la situación de Telerman se parezca a la de Felipe Solá un año atrás. Como él es un aliado posible, acechado por los mismos adversarios, no especialmente valorado en palacio, mirado como un personaje con usos y hábitos ajenos a la cultura pingüina. Solá pudo levantar esos cargos cuando contendió (mejor, cuando comenzó a contender con ciertos niveles de éxito) con el duhaldismo. Telerman, tal vez, consiga limar sospechas si mejora la reputación del gobierno progresista y las chances de frenar la embestida macrista en la Capital. A diferencia de Solá tiene una zanahoria atractiva delante: el acercamiento al kirchnerismo puede catalizar sus propias perspectivas como candidato en el distrito.
Mañana jurará el primer jefe de Gobierno porteño judío. Lo hará por Dios porque, más allá de su look y sus costumbres mundanas, es creyente y hasta estudia la Cábala “con mi rabino”. El tiempo dirá si el macrismo hizo negocio comandando la crisis que propició su ascenso a un cargo codiciado y de alto riesgo.
Peripecias
Muchas peripecias sucedieron antes del veredicto final, agregando suspenso a la gravedad. Votos en duda, diputados que mudaban su parecer. La incertidumbre (que a esa altura lo era para los espectadores no calificados pues la clase política conocía el resultado) le dio espectacularidad a la transmisión de tevé. Esas vicisitudes, el margen estricto que logró la moción acusatoria dejan la impresión de precariedad del resultado. Ciertamente pudo ser otro, si ocurrían un par de hechos aleatorios. Un kirchnerista más poroso a su conducción que Helio Rebot, por caso. O que Gerardo Romagnoli hubiera emprendido otro camino.
También puede maquinarse otro tipo de interpretación, más conservadora. Los bloques parlamentarios votaron en consonancia cabal con lo que lo hicieron en la Sala Juzgadora. PRO, ARI y la izquierda bajando el pulgar. El kirchnerismo reincidió en la dispersión.
Puede decirse que la mayoría de los legisladores contradijo la opinión media, expresada en las encuestas. Pero también debe acotarse que los que condenaron representaban a algo así como el 60 por ciento de los votos de la elección de 2005, emitidos cuando estaba claro que iban por la cabeza de Ibarra.
Tal vez Ibarra pagó un precio excesivo por sus debilidades políticas. Tal vez su enorme estrella política viró al infortunio extremo. También es del caso asumir que él y sus apoyos en el gobierno nacional subestimaron la magnitud de la tragedia. Más allá de las responsabilidades estrictas, 194 muertos es un hecho histórico tan macabro como fundacional. Una sociedad primitiva hubiera producido un sacrificio ritual o un auto de fe. Una democracia representativa se hubiera hecho cargo de la elaboración de la tragedia, la hubiera (¡aj!) “politizado”, generando acciones oficiales para cambiar el statu quo que la propició, modificando la estructura de gestión cultural y la del espacio público, la relación con los jóvenes, promoviendo debates, creando nuevas instancias de articulación con la comunidad y el mundo del rock especialmente. Nada de eso se hizo. Sólo quedó el juicio político, para algunos clímax de justicia, para otros altar donde se inmoló un chivo expiatorio. Esa limitación de la política, la ajenidad de la mayoría de los porteños ante un hecho tremendo debería hacer pensar a todos los protagonistas, los que festejaron y los que padecieron.
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