› Por Fernando Cibeira
“Si quieren que me vaya, me avisan y se acabó”, amenazó el gobernador Sergio Acevedo en junio pasado como cierre de un áspero diálogo telefónico con la Casa Rosada. Santa Cruz se sacudía con protestas sindicales en ciudades como Caleta Olivia y Pico Truncado y el gobernador se quejaba de la falta de apoyo que aseguraba encontrar en el gobierno nacional. En la Rosada, en tanto, le recriminaban su poca muñeca para resolver los problemas de una provincia chica y con recursos que, de repente, se había convertido en periódico foco de conflicto. Por entonces, Acevedo había completado una extraña parábola: de indispensable mano derecha de Néstor Kirchner viró a ser su contracara en la provincia, en una relación que, todo lo indica, nunca pudo despejar sus desconfianzas de origen.
Es que, en sus comienzos, Kirchner y Acevedo militaban en ramas rivales en el peronismo santacruceño. Acevedo integraba el Movimiento de Renovación Peronista (MRP) que conducía Rafael Flores, pero cuando llegó el momento de la ruptura, en los albores de los ’90, pegó el salto al Frente para la Victoria –junto a dirigentes como el jefe de la SIDE Héctor Icazuriaga– y a partir de allí se convirtió en soldado de la causa kirchnerista. Nacido en Esquel, Acevedo –49 años, abogado, divorciado, tres hijos– pasó su infancia en un paraje perdido de la cordillera en donde sus padres eran maestros. De allí, dicen, su carácter callado, los modos tranquilos y la predilección por el bajo perfil. Pero del tipo de esos callados que, cuando se enojan, explotan.
Con el retorno democrático, fue dos veces intendente de Pico Truncado y luego ocupó una banca en la Legislatura provincial. Ya todoterreno del kirchnerismo, integró la Constituyente que habilitó la reelección indefinida del gobernador, fue diputado nacional, luego vicegobernador de Kirchner y de nuevo diputado. Empezó a alcanzar protagonismo a nivel nacional en 2002, cuando presidió la Comisión de Juicio Político que intentó, sin éxito, remover a la mayoría automática de la Corte Suprema durante la gestión de Eduardo Duhalde. Cuando antes de asumir Kirchner anunció su gabinete en Santa Cruz, Acevedo y Alberto Fernández fueron los únicos funcionarios presentes. Acevedo explicó que aceptar la conducción de la SIDE no significaba que renunciara a su aspiración de convertirse en gobernador en 2003. Era claro: el Presidente necesitaba alguien de su íntima confianza para el cargo y resolvió colocarlo a Acevedo, aunque fuera por unos meses. Tan irremplazable se veía por entonces. Luego fue gobernador con un record de votos para la provincia. En su discurso, derivó ese éxito en el marco de la popularidad del proyecto kirchnerista. Sin embargo, a partir de ahí, entre Presidente y gobernador hubo más espinas que rosas. Acevedo se empecinó en la búsqueda de gestos de independencia en un territorio que Kirchner gusta tener bajo control. Cada designación, cada medida comenzaron a ser motivo de fricción.
Las discusiones subieron de tono cuando la provincia fue noticia recurrente por las protestas de municipales y las tomas de petroleras. Pero cada vez que el agua estaba por llegar al río, Kirchner y Acevedo se motraban juntos y disipaban los rumores. Como cuando anunciaron la repatriación de los fondos de Santa Cruz, en agosto del año pasado. Pero hubo más problemas, vino lo de Las Heras y el lazo se rompió.
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