EL PAíS › OPINION
› Por Eduardo Aliverti
Los días K de marzo del 2006 se ofrecen muy favorables para el andar del Gobierno. Muestran la renuncia del gobernador de la provincia K, que despertó un entusiasmo periodístico impensable si el distrito hubiera sido cualquier otro. No deja de ser un conflicto de pago chico, pero al ser la provincia K provoca una de las muy pocas sacudidas de las que la oposición y el periodismo pueden agarrarse como lechón a la teta. Lo mismo vale para las alternativas del conflicto con Uruguay. Un tema que sí presenta aristas de fondo, porque se trata del modelo de desarrollo de esta región trasera del mundo, pero que no interesa mayormente a nadie por fuera de los vecinos involucrados. Es decir: la suerte de K no se decide en cómo vaya a resolverse ese problema con los uruguayos.
Y tenemos también las consecuencias de la destitución de Aníbal Ibarra. Se supuso que tenía destino de afectar a K en algún punto, porque K no supo, no quiso o no pudo sostener a un jefe deGobierno al que la mayoría de los porteños –nada menos– no deseaba ver caer. Pues nada de eso: asumió Telerman, y desde el macrismo más recalcitrante hasta contertulios K, pasando por casi todas las faunas, hicieron fila para demostrarle su confianza al nuevo alcalde. Desapareció el presunto golpe de la derecha; aquí no ha pasado nada, o más o menos; sigue habiendo en la Capital un gobierno progre. Y sanseacabó la inquietud institucional que la avidez de los medios, a falta de otras noticias, quiso vender como inevitable. Encima apareció Chabán y, con indignación, supo dar entre lástima y comprensión al hablar desde cierto sentido común. No se trata de que alguna o todas de estas apreciaciones sean, como son, muy cuestionables. Se trata de que K, o la corriente K, quedó indemne.
K dispone de una recuperación y/o imagen de recuperación económica nacional, que transforma en nimiedad la repercusión popular de sus andanzas de palacio. Nada de Ibarra, ni de renuncias y asesinatos sociales en su provincia, ni de peleas con los curas, ni papeleras en el Uruguay, ni el feriado del 24 de marzo, ni si la incautación de automóviles para cobrar impuestos de los sectores acomodados es un avance de justicia social o un marketing para la gilada. El país está mejor, dice “la gente”. Hay más trabajo; de mierda, pero más trabajo, y otra cosa que esto no hay, dice “la gente” o lo que la prensa anota que dice la clase media, que para los medios de comunicación es la única “gente” que vale. Creación de imaginario colectivo, que le dicen.
En medio de tan favorables días K de marzo del 2006, la única noticia que verdaderamente pone al semáforo más cerca del rojo que del amarillo es el precio de la carne vacuna. Que para los argentinos es, sencillamente, la carne. Importan algunos interrogantes, que despiertan dudas muy profundas respecto del andar estructural de este gobierno.
Primero se quejaron del precio de la carne, después suspendieron las exportaciones de carne y que por último llaman a no comer carne hasta que bajen los precios. En primer término, y ya bien se dijo desde todos los medios, la carne no es la nafta. No es que se boicotea a Shell y se carga en YPF o en Esso por unos centavos o pesos de más o de menos. La carne integra el abecé del folklore de consumo argentino pero, sobre todo, sus eventuales sustitutos están tanto o más caros que ella, medido desde la canasta familiar que tiene al propio oficialismo con varios pelos de punta por el repunte de la inflación. Si K quiere identificar los grandes ganaderos como el enemigo a derrotar, no importa si lo hace como mera construcción simbólica de un enemigo; y si quiere ponerse al frente de esa batalla, sus gestos deben ampararse en un proyecto que el conjunto popular asuma como propio, sensato y con visión de futuro. Podrá ser –tal vez– difícil de instrumentar, pero no de explicar: yo los llamo a hacer esto porque el plan es que la carne sea primero para nosotros, en estos volúmenes, que se requieren para satisfacer la demanda de proteínas, que el Estado establece como necesarias desde la articulación entre lo que tenemos y lo que necesitamos. Sólo desde allí, o sólo por allí, se puede convocar a la épica de no comer carne y de reemplazarla por porotos de soja o guiso de berenjenas. O de comer mucha más carne todavía, porque estará calculado el control del mercado y la salud de la población. Lo demás es tirar plata en solicitadas y publicidades gubernamentales en los medios. Porque si no es la épica, es el bolsillo o los intereses de las masas. Y los intereses no son lo mismo que la necesidad. Los pueblos, gracias a la propaganda del capital, suelen interesarse por cosas que no necesitan. Y, generalizando, se interesan por lo que necesitan cuando un líder se los demuestra.
K dispone de condiciones objetivas para ser ese líder. ¿Su subjetividad lo acompaña? ¿Tiene ganas? ¿O empieza a quedar preso de sus contradicciones ideológicas entre el discurso y los hechos?
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