La reina Beatriz de Holanda, su hijo Guillermo y Máxima Zorreguieta visitaron la mayor colonia holandesa en la Argentina. Estuvieron también en la Corte Suprema para interiorizarse sobre justicia.
La escena parecía sacada de una película de Disney: bajo el improbable vuelo de las mariposas, la reina Beatriz fue recibida ayer en Tres Arroyos por una oleada rubicunda de vecinos que flameaban banderas de Holanda, y caminó sonriente entre una hilera de niños. Con un colorido vestido floreado celeste, morado y blanco, y un particular sombrero haciendo juego, munida de un ramo de flores a tono con su ropaje, la reina recibió la llave de la principal colonia holandesa en la Argentina y agradeció a sus habitantes. La acompañó su hijo, el príncipe Guillermo, y la princesa Máxima Zorreguieta, que lució una chaqueta bordó, un pantalón beige y un sombrero similar al de su suegra. La vida color pastel. Por la tarde, la reina tomó el té con los integrantes de la Corte Suprema de Justicia, a quienes les preguntó por el funcionamiento del sistema judicial argentino.
Rodeada de una atmósfera bucólica, Beatriz, de la casa real de los Orange-Nassau, arribó en el Tango 02 a Tres Arroyos, una ciudad al sudeste de la provincia de Buenos Aires, que fue fundada en 1889 por pioneros de los Países Bajos. Una segunda oleada llegó en 1924 y una tercera, en 1954, por lo que allí vive la comunidad holandesa más grande de la Argentina. Un grupo de niños caracterizados con trajes holandeses tradicionales la recibieron al bajar. Luego se sumaron otras decenas de alumnos, todos rubiecitos, con sus banderines de Holanda, que entonaron una canción en holandés en señal de bienvenida. Luego recibió las llaves de la ciudad y recorrió en procesión las calles durante una hora y media.
La historia familiar parece perseguir a Máxima, cuyo abuelo fue intendente de esa ciudad. Nada se dijo al respecto. Tampoco se habló ayer de su padre, Jorge Zorreguieta, quien fue ministro de Agricultura y Ganadería durante la última dictadura. El jueves, la reina había planteado sus inquietudes sobre los años de plomo.
A las 14.30 se dirigió a la Corte Suprema, donde estuvo reunida con el presidente del tribunal, Enrique Petracchi. “La reina le presentó a sus altezas reales y fue recibida desde los costados del corredor y desde las galerías del palacio con una prolongada ovación”, relata un comunicado de la Corte, que se asemeja –por su estilo– a los viejos noticieros de Sucesos argentinos. El delicioso documento cuenta que, “luego de brindar facilidades fotográficas, comenzó una distendida charla durante la cual la reina manifestó su gran complacencia por la visita que estaba efectuando en nuestro país y por la gran calidez que encontró en toda la gente, desde las calles hasta en los salones”, por parte del personal judicial que se agolpó para verla.
En una reunión amena, regada con café, té, agua y jugo de naranja, la conversación con Su Señoría transcurrió principalmente en inglés, con algunos tramos en castellano entre Máxima y Petracchi, en los que intervino la traductora real para explicarle a Beatriz lo que estaban diciendo. La reina hizo numerosas preguntas sobre el sistema judicial argentino e intentó trazar comparaciones con el holandés. Por último recibió de manos de Petracchi un medallón dorado con una inscripción que recuerda su paso por la Corte y se retiró, dejando detrás los acordes de la orquesta de honor de la Policía Federal.
La reina compartió anteayer con el presidente Néstor Kirchner y la primera dama, Cristina Fernández, una cena en el Palacio San Martín, que incluyó cordero y panqueques de postre. En retribución, ayer por la noche, la reina agasajó al matrimonio Kirchner en el Teatro Colón con un ballet interpretado por la compañía de danza holandesa Introdans, al que siguió una recepción con un surtido buffet.
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