Va a las sesiones, pero sólo habló dos veces. No hizo oposición al oficialismo en temas clave y presentó un único proyecto de ley. Menem lleva cinco meses como senador, pero su presencia ni se siente.
› Por Eduardo Tagliaferro
Dieciséis meses atrás, desde Chile, había prometido volver “como un león carnívoro”. Doblando la apuesta del Perón que regresó del exilio español como un “león herbívoro”, Carlos Menem amenazaba a fines de 2004 con dar batalla política contra Néstor Kirchner. Hace cinco meses, luego de perder las elecciones en su provincia natal, ocupa una banca como senador por la minoría de La Rioja. Lejos de aprovechar esa tribuna, el ex presidente no brilla ni siquiera por ausencia. Suele estar presente en la mayoría de las sesiones. Pero habló tan sólo en dos ocasiones, una de ellas para insertar su discurso. No participó de las sesiones en las que el oficialismo impuso sus iniciativas más fuertes, como aquellas de diciembre del año pasado en las que se aprobó la reforma al Consejo de la Magistratura. De los tres proyectos que lleva presentados, dos son pedidos de informes. La única propuesta de ley que lleva su firma pretende derogar otra ley, una que fija límites entre La Rioja y San Juan. Aunque se proclame carnívoro, el león se muestra domesticado.
“Está en el período de adaptación”, solían decir en el menemismo poco después que el riojano asumiera su banca, para justificar por qué se lo veía como una figura decorativa y silenciosa en el Senado. Los más indulgentes repetían: “Nunca antes ocupó un cargo legislativo”. Diciembre pasó sin pena ni gloria. En febrero, cuando en las sesiones extraordinarias se respaldó la eventual presentación argentina ante la Corte Internacional de La Haya por la instalación de dos papeleras sobre la costa del río Uruguay, Menem habló por primera vez. “Que la sangre no llegue al río”, fue la frase que los medios destacaron de su breve intervención. El mismo se encargó de destacar que era la primera. “No quiero que ocurra conmigo lo que le sucedió a un diputado por La Rioja allá por el año 1958, en una sesión que presencié. A los dos años de haber asumido ese diputado, en un debate muy ardiente, a un diputado que estaba hablando se le descompuso el micrófono y no había forma de hacerlo funcionar. Entonces ese diputado por La Rioja le dijo: ‘Colega, utilice el mío que todavía está nuevito’. No quiero que ocurra lo mismo conmigo”, dijo.
La voz del riojano resurgió en el recinto cuando se discutió la iniciativa con la que el oficialismo convirtió en feriado el 24 de marzo, en recuerdo del golpe de Estado contra Isabel Martínez de Perón en 1976. Se opuso a la propuesta con el argumento de que el término feriado remite a una fecha festiva, pidió que el 24 de marzo sea declarado de “duelo nacional” y solicitó permiso para insertar su discurso.
Aunque no es frecuente que un legislador pida leer la inserción de otro de sus pares, eso fue lo que hizo Cristina Fernández de Kirchner, apelando a sus reflejos, cuando arreciaban las críticas al oficialismo. Tomó el discurso de Menem y, comparándolo con el de Terragno, desacreditó los cuestionamientos del senador porteño. Cada vez más empequeñecido en la misma banca que antes del 10 de diciembre ocupaba el bonaerense Antonio Cafiero, la presencia de Menem en el Senado cobraba entonces su razón de ser para el oficialismo. Pese a que antes de asumir como senador la Cámara Federal porteña confirmó su procesamiento por omitir en su declaración jurada una cuenta bancaria en Suiza, ningún oficialista objetó su pliego. Más allá de las razones jurídicas o formales, más de una vez las cámaras bloquearon alguna jura “por inhabilidad moral”.
En las cinco comisiones de las que participa, Menem ocupa el lugar raso de vocal. Está en la de Justicia y Asuntos Penales, la de Defensa Nacional, la de Asuntos Administrativos y Municipales, la de Economías Regionales, micro, pequeña y mediana empresa y la de Coparticipación Federal de Impuestos. Su desempeño en esas comisiones muestra un ritmo más cansino que el de por sí cansino ritmo del Senado.
Antes de sumarse a las filas del kirchnerismo, el catamarqueño Ramón Saadi figuraba entre los pocos senadores que se acercaban a saludar al riojano. No son pocos los que están sentados en las bancas que le deben una buena parte de su estrella. Carlos Reutemann, Rubén Marín, Julio Miranda, alguna vez aparecieron fotografiados a su lado. Pero ahora que le toca estar lejos del poder, la mayoría evita que la cercanía física los encuentre en una foto. Los asesores de la primera dama dedican esfuerzo y estrategias a evitar que la senadora coincida con el riojano en los pasillos por donde se accede a los automóviles. “Presidente, hágala callar”, supo reclamar alguna vez su hermano Eduardo en una de las tantas discusiones que mantuvo con Fernández de Kirchner. Los que imaginaron que ese duelo tendría una nueva versión con la llegada de Carlos a la Cámara alta se equivocaron.
A pesar de las pocas intervenciones y de los escasos proyectos presentados, Menem no se privó de votar junto con el Gobierno la prórroga de la emergencia económica. Rechazó el presupuesto de 2006 cuando se lo votó en general, aunque en particular acompañó algunos artículos. También se opuso al pago adelantado de la deuda que la Argentina mantenía con el Fondo Monetario Internacional.
Antes del habitual feriado de Semana Santa, la cámara se tomó un largo receso. Menem prolongó su ausencia por unos días más. Lejos del recinto le pidió al Gobierno “un salariazo”. Comparte con el puntano Adolfo Rodríguez Saá su pedido de normalización del PJ. El riojano recuerda que el propio Perón se definía como el último conservador de la Argentina y sueña con ser el referente de la derecha vernácula para enfrentar a Kirchner. Derecha que ya no lo ve como alto, rubio y de ojos celestes. Para Menem el futuro llegó hace rato.
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