EL PAíS › OPINION
› Por Washington Uranga
Con el Tedéum celebrado ayer, el Gobierno y la Iglesia Católica, en particular el presidente Néstor Kirchner y el cardenal Jorge Bergoglio, pusieron un cierre simbólico a una etapa de tensiones y malentendidos en la relación Iglesia-Gobierno y, posiblemente, se abran ahora otros caminos de mayor diálogo y cooperación al más alto nivel institucional. Es verdad, tal como se ha señalado desde ambas partes, que la relación entre el Gobierno y la Iglesia nunca estuvo seriamente comprometida porque siempre existieron canales de diálogo abiertos, aun cuando la comunicación directa entre Kirchner y Bergoglio estuviese interrumpida. En medio de todo ello no debe dejar de tenerse en cuenta que el episodio del obispo castrense Antonio Baseotto (aún pendiente de resolución) y las observaciones públicas de algunos obispos leídas en la Casa Rosada como críticas directas al Gobierno, colaboraron para tensar la relación.
Hubo un paciente trabajo político de muchos actores para que Kirchner y Bergoglio volvieran a encontrar las condiciones para acercarse sin que ninguno de los dos considerara que se afectaba su autoridad o su investidura. Trabajaron para ello en particular el secretario de Culto, Guillermo Oliveri, pero también otros hombres de la Rosada y de parte de la Iglesia varios obispos que miraban con preocupación la falta de diálogo. Primero fue la presencia del ministro del Interior, Aníbal Fernández, en la sede de la Conferencia Episcopal, en la presentación de un libro de Bergoglio. Después fueron los diálogos entre los obispos y el canciller Jorge Taiana y, finalmente, la participación del Presidente en un acto, donde también estaba Bergoglio, en memoria de los religiosos palotinos asesinados durante la dictadura. Después del faltazo del 25 de mayo del año anterior, cuando decidió ir a Santiago del Estero, Kirchner volvió ayer a la Catedral metropolitana.
Sin renunciar a su prédica, Bergoglio escrutó con habilidad el texto de las bienaventuranzas para presentar como enseñanza “para todos” el mensaje evangélico, y dijo lo que a su juicio tenía que decir, sin aludir a nadie en particular, con palabras mesuradas que evitaron cualquier mención que pudiera leerse como agravio. Para el Presidente, que luego hablaría de construir una “Argentina cada vez más plural”, era importante mostrarse en diálogo con la Iglesia. Para Bergoglio y para Kirchner, también hubo “Tedéum” por el paso dado.
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