EL PAíS › LA HISTORIA DE PILAR, LA POLICIA CORDOBESA DISCRIMINADA POR SER HIJA DE UN DESAPARECIDO
Se llama Pilar Szwedowicz, pero reclama ser Pilar Zarco Pérez. Tiene 29 años y hace seis que se enteró de que su padre es un desaparecido. Ya estaba en la policía de Córdoba. Aquí, relata cómo supo la verdad, por qué su madre se la ocultó y qué le pasa en la fuerza desde que se supo su origen.
› Por Camilo Ratti
Desde Córdoba
Pilar Szwedowicz, o Pilar Zarco Pérez, como desea y pelea para que la llamen, es hija de un desaparecido que encontró su verdadera identidad a los veintidós años, cuando un amigo de David Oscar Zarco Pérez, estudiante de arquitectura secuestrado por el Ejército en septiembre del ’76 en la ciudad de Córdoba, la llamó para entregarle unas pertenencias sin saber que la joven desconocía la historia real. Esa noticia, que puso patas arriba la vida familiar y laboral de esta suboficial de la policía cordobesa, es ahora motivo de persecución en la fuerza donde se desempeña desde hace ocho años. Y aunque ella se sienta orgullosa de su padre biológico, sus jefes la discriminan por “zurdita”, al tiempo que sus compañeros la abandonan por temor a represalias. A la espera del juicio de filiación, esta mujer, madre de una niña de seis años y esposa de otro policía, cuenta a Página/12 su historia, su relación con una madre que le ocultó la verdad “para protegerla” y explica cómo lleva adelante su lucha en una institución autoritaria por naturaleza.
Parece de película, pero es pura realidad. Una realidad que giró ciento ochenta grados después de una llamada telefónica. La vida, la familia, el trabajo y hasta la propia identidad de Pilar se dieron vuelta un día del año 2000. Eran las ocho y media de la noche y ella cumplía su trabajo de custodia policial en un Instituto de Menores de la capital cordobesa cuando una persona preguntó por ella del otro lado de la línea. Era Carlos Martina, amigo de su padre en los años ’70, quien la rastreó para entregarle unas fotos y otros objetos que pertenecían a su viejo compañero de universidad.
–¿Vos sos Pilar Torres? –le preguntó Carlos, con total ingenuidad, sin saber que la chica que buscaba no tenía idea de la historia y el destino de su padre biológico.
–No, yo soy Pilar Szwedowicz, Torres es el apellido de mi mamá –le contestó la joven cabo de policía, desconcertada ante la llamada del extraño.
–No, tu apellido es Torres y sos hija de Raquel Torres y David Oscar Zarco Pérez, amigo mío y compañero de facultad que fue secuestrado en el ’76 y que hoy está desaparecido.
Sin anestesia ni rodeos, por obra del azar, el destino o vaya a saber qué, Pilar ya no sería la misma. Todo lo que creía ser, dejaba de serlo. Ya no era más la hija del maestro Aldo Szwedowicz y la radióloga Raquel Torres, sino de David Oscar, un secuestrado-desaparecido durante la dictadura de Videla y compañía.
“Hasta esa llamada mi vida era relativamente normal, con una familia tradicional: cuatro hermanos, padre y madre. Yo, la mayor de todos”, cuenta Pilar, en su casa de barrio Jardín, pocas horas antes del partido que Argentina le ganó a Costa de Marfil en el arranque del Mundial de Fútbol de Alemania. “El día que me llamó Carlos todo se dio vuelta, mi papá no era mi papá, ¿sabés lo que es que te digan eso a los veintidós años?, dice la suboficial de policía, nacida el 16 de marzo de 1977, seis meses después de que su padre biológico fuera secuestrado de su casa, ante la presencia de su mamá Raquel”.
Pilar relata el episodio sin dramatismos. “Era la una de la mañana y mi mamá esperaba que mi papá llegara de la universidad. Mi viejo era del centro de estudiantes. Cuando se sentaron a comer, una veintena de hombres irrumpió a las patadas en la casa, empezaron a pegarles y a romper todo. Mi mamá sólo se acuerda de las botas de los tipos y de que mi viejo les dijo que ella era una amiga de Santiago del Estero y que estaba de visita. Así, los militares se lo llevaron a él, a ella la dejaron atada y yo, que estaba en su panza, me salvé”, relata. Sola, aterrorizada y con una bebé de meses, Raquel conoció a Aldo Szwedowicz. Se fueron a vivir a Buenos Aires, donde consiguieron trabajo. De esa unión nacieron su hermana Lourdes, que hoy tiene 23 años, y Juan Pablo, de 21. Después de estar diez años en Capital Federal, por razones de seguridad, decidieron radicarse en San Carlos Minas, un pueblito de la zona de Traslasierra, al oeste de la provincia de Córdoba. Ahí nació Micaela, su hermana menor. “Cuando cumplí 19 años, decidí venirme a estudiar a Córdoba, e ingresé a la Escuela de Suboficiales de la Policía. Aunque mi mamá no quería, porque tenía miedo de que viviera sola y siguiera esa carrera, a mí me gustaba la idea de ser policía, tenía vocación”, recuerda Pilar. Dice “tenía” y advierte sobre el tiempo verbal utilizado.
Una vez recibida, en diciembre del ’98 se casó con Jorge, también policía, a quien conoció en la Escuela. “Un año después, en noviembre del ’99 tuvimos a Trinidad, nuestra única hija hasta ahora. Hasta aquí, todos felices y contentos”, agrega.
“Cuando Carlos Martina me llamó era para decirme que estaba muy agradecido por todo lo que había hecho mi papá por él cuando eran estudiantes. Que mi viejo era muy buena persona, muy buen compañero, que estaba haciendo la tesis para recibirse y que estuvo en el proyecto del Estadio mundialista del Chateau Carreras. El me llamó porque pensaba que yo sabía la historia. Es más, cuando yo nací, Carlos discutía con mi mamá para que me llamara Pilar, como quería mi papá. Por eso, cuando empezó a rastrearme, preguntó en la policía por Pilar Torres. Terminó encontrándome a través de un abogado que le dio los números de teléfono de dos Pilar. Nos llamó a las dos y con una tuvo suerte”, asegura. “La conversación no duró mucho porque yo estaba en horario de trabajo y no podíamos seguir hablando. Así, le pedí su teléfono y quedamos en llamarnos. Como yo mucho no creí la historia, le conté a Jorge y él me dijo que los datos eran muy precisos. Entonces, medio atormentada, al otro día la llamé a mi mamá, quien me negó todo. Seguimos averiguando y todo coincidía. Después de un mes y medio de reflexión, la encaré a mi vieja y la fui a ver a su casa, en San Carlos Minas”.
–Sin argumentos, un poco acorralada por lo sucedido con Carlos, por fin se decidió a contarme la verdad.
–¿Cómo fue?
–Yo no la justifico, porque creo que la verdad siempre debe primar, pero también entiendo su explicación de que si lo hizo fue para que no me discriminaran como lo están haciendo ahora en mi trabajo. En definitiva ella trató de protegerme para que no sufriera, porque me contó que en esa época la gente que tenía a un desaparecido en su familia era discriminada, te trataban como un leproso. Por supuesto, después de que fueron pasando los años y seguimos conversando del tema, reconoció que cuando me hice grande debió haberme contado la verdad sobre mi padre. Es mi derecho saber la verdad, por más dura que sea.
Pilar aprovecha para quejarse: “Es difícil la situación porque yo tengo que entender a mi mamá, a mi marido, el trabajo..., es mucho”. “Es difícil entender a todo el mundo. Tuve contención psicológica, pero el desafío es asimilarlo uno mismo”, dice mientras aparece Trinidad, su hija de seis años, que interrumpe la entrevista para reclamar unos huevos de chocolate que la madre había prometido. Sin éxito, con Pilar concentrada en responder las preguntas, la niña vuelve una y otra vez con distintas excusas, hasta que encontrará un motivo para entretenerse sola: una bandera argentina que el padre le compró para ver a la Selección de fútbol. Eso alcanzará para dejar a la madre hablar con el cronista. Pilar cuenta entonces cómo hizo para explicarle a su hija la historia del abuelo muerto, ése de la foto. Sus ojos se llenan de lágrimas y la voz se le resquebraja: “Trinidad sabe que tiene tres abuelos: Aldo, mi papá adoptivo, David Oscar, el abuelo que murió, pero que la cuida desde el cielo, y Hugo, el papá de su papá, que me ayudó muchísimo con el juicio de filiación que está por salir en breve y que la justicia provincial demoró, negándome el análisis de ADN durante cuatro años”.
Confirmada su nueva identidad, Pilar le contó a sus jefes policiales que era hija de un desaparecido. “No creía que tuviera que esconderlo”, dice. Y, confiada en que su excelente legajo era suficiente, les pidió que la transfirieran a un lugar más tranquilo porque estaba schockeada por la noticia. Nunca imaginó que eso sería casi una declaración de guerra para sus superiores. “Un comisario mayor me dijo que no podía hacerse cargo de mis problemas, porque él no tenía la culpa de lo que me había pasado. Y sin dejar que le explicara, arremetió: ‘con esos aires de zurdita, de ideas diferentes, de pensar distinto, de modificar las cosas, lo mejor que puede hacer es que vaya pensando en renunciar. Usted no es digna de la institución, de vestir el uniforme’”, le dijo el oficial a la agente de 29 años que tiene una foja de servicio impecable, sin apercibimientos ni sanciones, además de altísimas calificaciones en los exámenes anuales.
Según cuenta el actual secretario de Seguridad provincial, Alberto Bertea, llegó a decirle que la quería “bien lejos” y que iba a terminar su carrera “sirviendo café”. Estos hechos fueron deteriorando su estado de salud físico y mental. Por este motivo, y a partir de las recomendaciones de los médicos, Pilar está ahora con carpeta médica.
–Tuve varios ataques de alta presión por toda esta situación de discriminación en el trabajo, y los médicos me dijeron “o el trabajo o tu vida”. Como tengo varias licencias atrasadas, estoy tomándome un tiempo para analizar qué hago de mi vida. Pero la verdad, hoy no sé si tengo ganas de volver a la policía. Te vas desilusionando porque el autoritarismo policial es tremendo. Y no hay muchas posibilidades de defenderte de esos caprichos autoritarios”.
Aunque entiende la actitud de los jefes porque la policía es una institución “muy represiva, donde no hay ideales ni importan los problemas humanos”, se siente un poco defraudada por sus compañeros: “En general, cuando yo hice público que era hija de un desaparecido me entendían bastante, valoraban que no mezclara el trabajo con cuestiones personales, pero hoy, al hacerse público mi caso, empecé a dejar de recibir apoyo. Supongo que por miedo a represalias, pero es así”.
Otro de los problemas centrales que enfrentó a Pilar con sus superiores es su opinión sobre la falta de formación en la fuerza, lo que potenció su caracterización de “zurda”. “Cuando vos pedís días de estudio, la mayoría de las veces no te los dan. Las autoridades dicen que quieren fuerzas más instruidas, más capaces, pero es puro discurso. A ellos no les conviene tener gente pensante en la fuerza, porque es más fácil manejar a sus cuadros cuando el conocimiento no circula. Además, para ser jefe, más que formación se necesita ser autoritario y no protestar por nada.”
Los genes judíos que lleva en su sangre por parte de su padre también fueron motivo de discriminación. “A Bertea, que no es policía y no sabe nada de seguridad, no le gustó que le pidiera permiso para ir al homenaje que el 24 de marzo pasado la comunidad judía realizó a las víctimas de la dictadura militar en el cementerio San Vicente”. Judía e hija de desaparecido, para esta persona de mente estrecha, es algo insoportable. Una compañera mía que trabaja en su oficina le escuchó decir: “Yo a esta chica no la quiero ni a 500 metros a la redonda, no es confiable, puede llegar a filtrar información, no la quiero ni ver.”
–Menos mal que no estamos en el ’76 –ironiza Pilar.
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