Lun 12.06.2006

EL PAíS  › OPINION

En el país de los ciegos...

› Por Eduardo Aliverti

El caso de Roberto Lavagna no es curioso, pero sí muy significativo acerca de cómo está la oposición que, para usar un convencionalismo, se ubica del centro a la derecha. O la oposición en su conjunto, si nos apuramos.

Quizá sea apropiado un primer apunte a propósito de la forma en que la necesidad de contar con poder, o protagonismo, influencia a las personalidades más aparentemente insospechadas de caer bajo ese influjo. Lavagna es, desde hace muchos años, un hombre de la burocracia estatal. Cultivó siempre un perfil bajo y cáustico, que algunos prefieren llamar “florentino”. Rasgo poco o nada habitual si se lo coteja con la figuración inherente a un cargo como el de ministro de Economía, que encima comenzó a ejercer en los tiempos sísmicos del Duhalde post-diciembre 2001. Salió airoso de eso, como intacto había quedado tras dejar su cargo en el gobierno de Alfonsín. Después ejerció, a la par de Kirchner para el reconocimiento público, la comandancia del default y del exitoso canje de la deuda. Se fue con toda la gloria y, cruzados los sesenta largos junto con un pasar económico que no es difícil presumir como holgado y seguro, lo esperable era la placidez de dedicarse a consultoras, ganar plata como conferencista aquí y en el exterior y mantenerse sin riesgos en un lugar de referente. De gestionador eficaz (que es la probanza de que carecen la mayoría de los economistas). Pero no. Resolvió volver al ruedo y enchastrarse en una pelea política que involucra nada menos que al peronismo. ¿Alguien lo imagina, además, metido en el folclore de una candidatura, subido a una tribuna, contestando mandobles, esquivando zancadillas y golpes bajos a cada rato?

No da el semblante, realmente. ¿O será lo contrario? ¿O será que ése es el único perfil en condiciones de oponerse con algún éxito al paso kirchnerista? ¿Qué encuentran en Lavagna quienes lo cortejan y quienes podrían cortejarlo sin ningún problema? Porque, a ver: en principio parece que la ficha cayó hacia un costado radical-duhaldista, desde donde abonan un discurso que de tan divagante puede ser ubicado entre la socialdemocracia y el populismo y ni de izquierda ni de derecha sino todo lo contrario. Pero perfectamente podría encajar con el casi inclasificable posicionamiento de Carrió, y lo mismo con la derecha macrista. Y desde ya que también cuajaría como candidato gubernamental. En una palabra y electoralmente hablando, Lavagna es polifuncional. Claro que, si a la funcionalidad se la ve de otra manera, lo más probable es que sirva mejor que nadie a los intereses del oficialismo, porque terminaría de partir al voto opositor (de allí las especulaciones, asaz maquiavélicas para el gusto de este periodista, en torno de que su reaparición es una maniobra del kirchnerismo).

En este mejunje donde mucho, algo o nada puede ser verdadero, pero donde todo es verosímil, sí se puede dar por cierto que Lavagna es el símbolo de la desorientación “opositora”. Las comillas vienen a cuento de que, en verdad, ninguna figura considerable de ese arco expresa alternativas potables y creíbles. El Gobierno mantiene en el debe múltiples aspectos de justicia social (empezando por el hecho de que no cambió la matriz del modelo neoliberal), pero no puede pensarse seriamente que alguno de sus contendientes discursivos haría cosa distinta. Porque la inmensa mayoría de ellos, como si fuera poco, carga con la pesadísima mochila de sus antecedentes. Es más: lo que intentan aprovechar de Lavagna es justamente su (enorme) porción de eficiente acompañante kirchnerista. O sea, el colmo del patetismo.

Algunas versiones indican que el ex ministro habría desmentido, a operadores del oficialismo enviados para tantear sus auténticas intenciones, la decisión de candidatearse. Aun cuando sea así –y por aquello de lo falso que sin embargo puede ser verídico– el análisis ya no tiene marcha atrás; porque, como lo demostraron las reacciones despertadas por su reinserción, el carácter de figura solitariamente prestigiosa movió las piezas hasta un punto que era y es impensable desde la dirigencia establecida. Macri corriendo a decir que ya está listo para ser presidente. Carrió haciendo oficial su postulación y admitiendo que el reaparecido le quitará sufragios. Alfonsín colgado del travesaño con la compañía duhaldista o viceversa.

Acordemos: está bien que Lavagna sea una persona prestigiada, de buena aceptación popular e intocada por denuncias de corrupción. No hay mucho de eso en el mercado. Pero tampoco es una personalidad sobresaliente y como candidato-dirigente político, en toda la acepción de la palabra, es mucho más una incógnita que una certeza. Si a pesar de eso le alcanza para sacudir el tablero tanto como lo hizo, ¿qué mayor pauta sobre el grado de orfandad de la política argentina, por fuera de la agenda que fija el Gobierno?

De ahí el rol simbólico que tiene su animación, al margen de que sea o no candidato de la fuerza que fuere.

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