Como experta en educación, Mónica Pini dirigió un estudio sobre la escuela pública que dejó la década del ’90 y el lugar que ocupa en el imaginario social. Sus conclusiones, en este reportaje.
› Por Sonia Santoro
“Guardería”, “aguantadero”, “depósito”, “abandono”, “decadencia”, “violencia”. La escuela hoy tiene una imagen totalmente negativa. Y está asociada a la “cultura del fracaso”, en oposición a la “cultura del éxito” de los ’90: el triunfo de unos se erigió sobre el fracaso, prolongado en el tiempo, de muchos otros. Estas son algunas conclusiones del estudio cualitativo “La escuela pública que nos dejaron los noventa: discursos y prácticas”, dirigido Mónica Pini, de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam), que busca identificar el modo en que los discursos neoliberales condicionaron las prácticas educativas cotidianas y en qué forma las políticas económicas obstaculizaron las posibilidades de desarrollo de una educación mejor y más equitativa para los sectores más postergados, concretamente en las escuelas urbano-marginales de la provincia de Buenos Aires.
Mónica Pini es directora de la Especialización en Educación, Lenguajes y Medios, de la Escuela de Posgrado de la Unsam y se doctoró en Educación en Estados Unidos, con una investigación publicada en el libro Escuelas charter y empresas, un discurso que vende, sobre la reforma educativa en ese país. A su vuelta a la Argentina, en 2002, quiso saber qué había pasado con la educación durante los ’90 y el estallido posterior. El trabajo consistió en 27 entrevistas a funcionarios medios, supervisores, directivos y docentes, de cinco escuelas públicas del Partido de San Martín, que atendieran a población en situación de pobreza.
“Las conclusiones no son generalizables –dice Pini–, sin embargo, este conocimiento parcial refleja ciertas representaciones grupales o colectivas que vale la pena tomar en cuenta.”
El diagnóstico dice además que en las representaciones de los docentes se responsabiliza a la familia por las carencias de los chicos, en particular referidas a la adquisición de hábitos, valores y conocimientos básicos. Las dificultades para los alumnos a partir de séptimo persisten, la mayoría trabaja y el ausentismo es la antesala del abandono. Pero lo que se observa también son las carencias conceptuales de los propios docentes.
–¿Le sorprendió lo que encontró?
–Me sorprendió desde la manera en que se manifiesta, pero también yo tenía la hipótesis de que hay un ataque a la escuela pública, no se juzga que atraviesa los mismos problemas que el resto de la sociedad, hay cosas que la escuela no puede cambiar.
–¿Qué encontró de nuevo?
–Encontré algunas cosas más que la pobreza. Que lo pedagógico casi no se menciona, está desplazado el rol de la escuela pero no solo por lo asistencial sino por lo administrativo, la administración de los comedores que recae en los directivos, salvo en una escuela donde la vicedirectora se ocupaba especialmente de lo pedagógico... pero ahí había hepatitis porque no se podía comprar lavandina. Una problemática persistente es que los docentes se quejan de la falta de preparación para esa población particular porque no solo dicen que no tienen herramientas para paliar el hambre, la violencia, sino para enseñarles. Los maestros sienten impotencia y lo adjudican a lo social, la falta de recursos, a que la familia no apoya. Pero lo interesante es que hay un contracaso en el que el maestro no le echa la responsabilidad a otros sino que cuenta lo que él puede hacer y va logrando cosas. Eso me pareció interesante porque en medio de este espíritu de cultura del fracaso alguien puede decir “con los chicos empezamos a tocar música para los actos, hicimos una huerta”, que es bastante distinto a la mayoría de los docentes, donde la legitimidad del rol pasa por contener a los chicos o darles comida.
–¿Lo adjudica a la falta de formación docente?
–La formación docente es un punto neurálgico porque ni la ley (de 1993) ni la implementación pudieron darle una alternativa que sea más adecuada. Pero, por otro lado, tiene que ver con que socialmente el lugar del docente cambió, el lugar del conocimiento cambió. La pregunta es cómo se puede construir una forma de enseñanza porque también la noción de autoridad está desestabilizada socialmente. La escuela sigue dirigida a un chico que acataba, pero ahora los chicos vienen con otras demandas y sin esa noción de acatar la autoridad. Entonces, ¿cómo reconstruir esa autoridad? Tiene que recuperarse en la sociedad. Los maestros están solos porque se los acusa de cosas que los padres tampoco pueden solucionar.
–¿Y qué dijeron los docentes sobre los chicos?
–Hay una tensión importante entre tomarlos como víctimas de esta situación y también culpabilizarlos porque no tienen valores, no tienen interés, no les importa. Pero en última instancia lo justifican por la situación social y porque los padres no se ocupan. Lo que me parece complicado es la imposibilidad de tomar al chico como sujeto más integral en el sentido de que es un chico antes de ser un chico pobre y antes de sentir que uno no tiene herramientas para abordarlo. La principal herramienta es saber quién es y qué le pasa... para eso el maestro tiene poco tiempo. Pero el tema es que cuando uno descalifica al alumno se descalifica como docente porque no hay docente sin alumnos, se es docente en una relación. Creo que de ahí parte la impotencia.
–La visión general es pesimista.
–Hay una diferenciación entre unas metáforas para referirse a la escuela muy estáticas, como “guardería”, “aguantadero” o “depósito”, y otras que son más dinámicas, como “abandono”, “desinterés”, “decadencia”. Estas últimas dan cuenta de que los docentes, la mayoría con más experiencia, lo ven como un proceso, antes había algo mejor, había interés, había preocupación... Son docentes que vieron que la situación de pobreza fue mejorando, por ejemplo, porque están desde que la escuela era de chapa y ahora ya no lo es.
–¿Cómo evalúa la apertura del debate para una nueva ley de educación? ¿Es necesaria una nueva ley? ¿Alcanza con eso?
–Para mí es muy importante en la medida en que la sociedad necesita acostumbrarse a que las leyes están para cumplirse. Por otra parte, no sé si se hizo una evaluación suficiente de lo que pasó en los últimos 15 años. Sí creo que tiene que darse un debate más amplio que el de una ley porque sino los que hablan son los sectores con más poder de lobby.
–¿Qué sectores en este caso?
–La Iglesia, las empresas, algunos sectores universitarios, algunas fundaciones de grupos políticos, las cámaras de educación privada.
–¿Cuál sería para usted el eje en el que basar el cambio?
–Uno de los principales problemas de la ley anterior tuvo que ver con el contexto político pero fundamentalmente con la noción de política pública. Creo que lo más importante es que los docentes puedan participar y se los jerarquice para la implementación de las medidas concretas, cosa que no pasó con la otra ley.
–¿Cuál sería el espíritu que debería recuperarse?
–Personalmente creo que habría que revalorizar el conocimiento y la cultura en un contexto amplio y lograr que la escuela vuelva a ser el lugar en el que eso pueda hacerse. La ley como declaración de principios tiene esta idea pero ante la situación de anomia que hay en la sociedad la ley sola no alcanza para resolver.
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