Jue 27.06.2002

EL PAíS  › OPINION

La masacre anunciada

› Por Miguel Bonasso

Un juez de la Nación le anticipó a este cronista, hace 72 horas, que se preparaba “una violenta represión contra los piqueteros en el Puente Pueyrredón”. “Ojo –dijo el magistrado–, van a meter bala.” El magistrado lo sabía por personal de seguridad con el que está en contacto debido a sus funciones. Este cronista intentó por varias vías hacer llegar la versión a las organizaciones piqueteras que hoy fueron sangrientamente reprimidas, pero no sabe si los mensajes llegaron a destino. Si no lo advirtió en estas páginas (como suele hacerlo) fue porque no pudo confirmar la especie de modo fehaciente y temió actuar como repetidor de un rumor originado en las activas usinas de inteligencia de este Gobierno. Ahora, desgraciadamente para muertos, heridos y familiares, la realidad ha confirmado trágicamente el anticipo. El interinato de Duhalde ya tiene sus muertos, nuevos sacrificados en la pira del darwinismo económico.
La forma en que actuaron las fuerzas provinciales, coordinadas con las nacionales de Gendarmería, Prefectura y Policía Federal, demuestra que la emboscada estaba preparada y que no hubo aquí ningún exceso, sino la recalcitrante adhesión de nuestras fuerzas de seguridad a repetir los procedimientos de la dictadura militar. Y un mensaje inequívoco del poder central. Si no fuera como queda escrito, ¿cómo podrían haber ingresado efectivos de la Federal cuatrocientos metros en terreno bonaerense?, ¿cómo podría haberse llevado a cabo el asalto sin orden judicial al local de Izquierda Unida donde hirieron y secuestraron militantes de un partido del arco parlamentario? ¿Cómo podría la Bonaerense haber ocupado el Fiorito para secuestrar gente?
Las denuncias huelgan. ¿Ante quién hacerlas? ¿Acaso ante la Justicia de la provincia de Buenos Aires? ¿A quién le puede denunciar este cronista que ayer a la tarde dos policías bonaerenses fueron vistos llevándose de la guardia del Fiorito dos bolsas de nylon, conteniendo ropas manchadas con sangre, obviamente pertenecientes a caídos en la represión? Que –una vez más– la Mejor Policía del Mundo (Duhalde dixit) hizo la que sabe y se robó pruebas del crimen. ¿Ante quién?
¿Acaso ante el secretario de Seguridad Juan José Alvarez que solía ponderar el precio de una vida por encima del de una lata de tomate? ¿Ante el señor Gobernador de la Provincia más grande e injusta de la Argentina, un progre llamado Felipe Solá? ¿O ante el patriota de la máscara de goma que está (interinamente) al mando de la Nación para tapar, entre muchos otros entuertos, los desfalcos y tropelías perpetrados en su Provincia?
A nosotros nos toca gritar: “Se va a acabar, se va a acabar esa costumbre de matar” y a ellos les toca acribillarnos a lo largo de todas nuestras vidas, para que Moneta, Rohm y otros muchachos que se llevaron algún mango sigan en libertad, impunes.
“Volvería a firmar con gusto”, dijo hace pocos días Carlos Ruckauf, refiriéndose al decreto de Italo Luder que ordenaba el aniquilamiento de una generación. Seguramente, también volvería a aplaudir la muerte de muchachitos argentinos en Malvinas que apoyó hasta enronquecer una clase política que no tiene entrañas sino bolsillos. Y el largo genocidio silencioso perpetrado contra los excluidos por mandatarios como Menem, De la Rúa o Duhalde que son implacables con los humildes y genuflexos con los poderosos.
Una vez más los paladines de la muerte se han sacado la careta de centuriones de la democracia. Que ningún varón prudente venga a decirnos que a los piqueteros los mataron por “infiltrados, por loquitos, por zurdos”. Porque eso equivale al “en algo andarían” con que se justificó la desaparición de 30 mil argentinos. Que ningún comisario de turbia foja venga a desfigurar lo que todos vimos con groseras explicaciones sobre el calibre del crimen. Que ningún alcahuete de los medios tape la olla podrida y le haga propaganda al caos. Una vez más, mataron a manifestantes populares que salen a la calle a gritar su hambre, su desesperación, el robo del futuro.
A veces el periodista debe ceder paso al ciudadano y animarse a enarbolar un sueño: esto no va a parar hasta que cientos de miles de compatriotas salgamos pacíficamente a llenar y ocupar la Nueve de Julio para gritar “¡basta! La democracia no es un juego de tahúres, ni una película de gangsters. Háganse a un lado para siempre, y dejen que hablen las urnas”. O la Nación se hundirá, sin remedio, en una nueva tragedia.

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