EL PAíS › OPINION
› Por Luis Bruschtein
La política norteamericana para la región mantiene una estrategia anacrónica de guerra fría hacia Cuba y otra que trata de demonizar ejes del mal, que apunta a la relación entre Bolivia y Venezuela. Es una estrategia que tiene que ver con sus propios intereses y no se compadece con la de los países latinoamericanos que ya han sufrido sobredosis de intervencionismos y divisionismos. Lo que menos necesita la región es que los gobiernos de cada país comiencen a juzgar a sus vecinos y se enfrenten por sus diferencias en vez de reunirse por sus puntos de acuerdo.
La derecha y hasta algunos oportunistas de centroizquierda han usado a Chávez como cuco en las competencias electorales y trataron de identificarlo con sus competidores. El presidente electo del Perú, Alan García –ex populista, ex izquierdista–, visitó ayer Chile y usó ese discurso. Dijo que la intervención de Chávez en Bolivia es “asfixiante”, tratando de aprovechar en su favor la histórica hostilidad entre chilenos y bolivianos y al mismo tiempo referenciarse con la presidenta Michelle Bachelet. Ese oportunismo, que a García lo ayudó en la segunda vuelta para captar los votos del centroderecha, resulta más bien rastrero. Puede haber diferencias ideológicas y políticas, pero es irresponsable denunciar una intervención que no existe.
Por el contrario, cuando Bachelet pasó por España dijo más o menos lo mismo que acaba de decir Kirchner ahora y bajó los decibeles de la demonización del venezolano, a la que, después de las nacionalizaciones, se agregó la de Evo Morales. Los europeos y alguna centroizquierda eurocentrista tienden a usar las mismas categorías para mirar los procesos políticos en Europa y América latina, cuando existen pocos puntos de equivalencia. El presidente socialista español, José Luis Rodríguez Zapatero, ha evitado esa trampa y no se sumó al coro auspiciado por Washington. Podría haber elegido el camino más frecuentado por estadistas de países centrales para boicotear al gobierno boliviano y así introducir un foco de desestabilización en toda la región. Pero no lo hizo.
Fue una posición difícil de sostener porque las nacionalizaciones bolivianas afectaron intereses de empresas españolas. Esa actitud del presidente español le valió el bombardeo de los medios, de la derecha y la confusión en una opinión pública que está muy lejos de América latina. Por eso no es extraño que tanto Bachelet como Kirchner hayan elegido los foros españoles para defender a Evo y a Chávez.
Más allá de que la intervención de Kirchner pueda ser utilizada en la política doméstica, en realidad se trató, al igual que el de Bachelet, de un gesto hacia Rodríguez Zapatero. Chile y Argentina tienen relaciones normales y amistosas con Bolivia y Venezuela, pero más que un gesto hacia ellos, fue una manera de respaldar la posición progresista del presidente español y neutralizar las presiones que soporta por estos temas.
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