EL PAíS
› EL CALCULO DE UNA PATOTA POLICIAL QUE MATO SIN ALTERAR LA CADENA DE MANDOS
Mucho más que el exceso de un loco
El asesinato de Darío Santillán, uno de los piqueteros muertos el miércoles en Avellaneda, fue ordenado, calculado y decidido pese a la advertencia de un fotógrafo.
Por Martín Granovsky
y Laura Vales
El plan de matar estimulado por el poder político e implementado el miércoles por la Policía Bonaerense tuvo un punto máximo de cálculo: Darío Santillán, uno de los dos asesinados, fue identificado por la patota policial al mando del comisario Alfredo Franchiotti y muerto por ella.
Funcionarios del gobierno nacional y del provincial trataron de intoxicar a la opinión pública desde el primer momento intentando persuadirla de que había un plan insurreccional en marcha y no, como lo reflejó Página/12 desde el inicio, una manifestación violenta de un grupo de piqueteros que no fue prevenida por la policía y, para colmo, terminó en una cacería donde el objetivo fue matar. Cuando la verdad quedó al descubierto los funcionarios se dieron vuelta en el aire, y entonces apareció un nuevo argumento. Ayer, susurraban la idea de la patrulla loca actuando bajo la jefatura de un comisario chiflado. Como si dijeron que hubo errores o excesos. La identificación y asesinato de Santillán no aparecía, en esta operación de acción psicológica, como una maniobra fría sino como el fruto de un policía desbordado. La explicación era, incluso, risible. El comisario Franchiotti enloqueció porque habría recibido una piedra disparada por una gomera. Más aún: como un jefe barrabrava, el comisario también quedó fuera de sus cabales porque habría sido provocado cara a cara por Santillán durante la manifestación.
Santillán, miembro de la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón, una de las más radicalizadas de los piqueteros, llegó al lugar de la protesta poco después de las once de la mañana. Este diario lo cruzó cuando iba caminando con dos compañeros suyos frente al Puente Pueyrredón, un poco más adelante de la vereda del Bingo de Avellaneda. Santillán tomó después Pavón para reunirse con los piqueteros de la Verón, que ya formaban una columna frente a la estación Avellaneda, el mismo lugar donde lo asesinarían dos horas más tarde.
La columna empezó a marchar unos minutos antes del mediodía. Página/12 presenció cómo los piqueteros empezaban a avanzar por la avenida, todavía varias cuadras antes del Puente Pueyrredón, mientras la policía hacía un primer cordón cien metros adelante de ellos, cortándoles el paso, a la altura de Carrefour. Mientras en la columna la gente resolvía cómo seguir, el grupo de los más jóvenes, una treintena de adolescentes, juntó en la esquina las primeras piedras y cascotes.
Cuando los manifestantes se acercaron a ese primer cordón, los policías se corrieron y los dejaron pasar. Los manifestantes pasaron sin que volara una piedra. Los efectivos repetirían la misma maniobra una vez que los piqueteros estuvieron debajo del puente, sólo que esta vez no se corrieron y empezaron las trompadas y palazos. Y tras ellas, los gases lacrimógenos.
Santillán participó de ese enfrentamiento, en la primera línea de la columna piquetera. Las imágenes lo muestran chocando con la policía, con un caño de metal en las manos, y otra en el piso, en posición fetal, después de recibir un golpe. Después, se recompuso y llegó hasta la estación de trenes de Avellaneda, huyendo de la policía que perseguía a los manifestantes disparándoles de atrás mediante el uso de balas de plomo y no de goma. En su caso, el seguimiento era personalizado. Hasta la estación.
Sergio Kowalewski, el fotógrafo que entregó su valiosísimo testimonio en la edición de ayer de Página/12, dijo que Santillán se detuvo dentro de la estación para auxiliar a Maximiliano Costeki, que había llegado hasta allí huyendo por la avenida y desangrándose a medida que escapaba de la policía. Kowalewski contó que unos segundos después él mismo salió a pedir una ambulancia y que cuando regresó vio cómo “un policía tiraba hacia adentro de la estación, apuntando a la puerta del medio”. En ese momento se desbandaron los que atendían a los heridos. Kowalewski salió otra vez al patio cuando escuchó más disparos. “Me di vuelta y vi a este chico Santillán como tratando de incorporarse”, dijo. “La siguiente imagen que tengo grabada en la memoria es el perfil del oficial, la gorra y la Itaka alineadas apuntando hacia la espalda de Santillán, y en un segundo plano hacia atrás, el otro oficial. Fue casi a quemarropa.” El fotógrafo pensó que le habían dado en las piernas a Santillán. El tiro fue en el cóccix. También vio cuando los policías, tras balearlo, lo sacaron de la estación. Antes de que Santillán socorriera a Costeki, otro testigo que pidió reserva de su nombre contó que él había sentado al piquetero herido. “Llegamos al hall y lo senté”, dijo. “No con los pies hacia arriba como apareció después. Estábamos ahí los dos y lo vi llegar a Darío (Santillán), que se acercó y trató de reanimarlo. Después nos dijo que nos fuéramos, que rajemos, que él se quedaba. Salí y crucé al otro lado de la avenida, donde había una mujer que no sabía para dónde salir. La policía ya estaba cerca. Calle abajo venía creciendo la nube de gas lacrimógeno. Empecé a correr, hice unos metros y escuché disparos.”
Mariano Espinosa, fotógrafo de la agencia Infosic, dijo que “el pibe de la gorra blanca (por Santillán) estaba auxiliando al otro. Yo entré al hall de la estación detrás de la policía, por una entrada de la izquierda. Cuando la policía entró, el de la gorra levantó las manos pidiendo que no disparen. En ese momento tomé la fotografía”.
La Justicia deberá tomar otra parte importante del testimonio de Kowalewski. Indicó a este diario que le advirtió a Franchiotti sobre la masacre que habría si la policía entraba al hall de la estación. “El me mostró que tenía el cuello lastimado como justificando con eso la continuidad de la represión”, dijo. Y siguió así: “Yo insistí explicándole que había chicos que ya se estaba yendo. El comisario me volvió a mostrar su herida. Entonces la marqué la diferencia: ‘Ustedes están con fierros y ellos con gomeras’. En eso aparece por detrás un gordo de Infantería que me dice: ‘Si no te gusta andate del otro lado’”.
El Gobierno en alguno de sus dos niveles –nacional o municipal– sería temerario si usara el testimonio de Kowalewski para demostrar su idea primitiva de la patrulla perdida, perdida incluso mentalmente. Lo que la versión del fotógrafo prueba es, por lo menos, lo siguiente:
- Que Franchiotti ingresó a la estación detrás de Santillán.
- Que lo vio con vida.
- Que Santillán fue herido por las balas de plomo de la policía.
- Que la herida fue una herida de muerte.
- Que los policías desordenaron la escena del delito.
- Que dejaron abandonado a Santillán después de arrastrarlo malherido y desangrándose.
- Que Franchiotti fue advertido por Kowalewski, es decir que la entrada en la estación Avellaneda la realizó con plena conciencia de sus actos y plena conciencia de lo que podía ocurrir.
- Que incluso llegó a argumentar racionalmente (aunque fuese ridículo) amparándose en la herida del cuello.
- Que su conducta puede quedar agravada porque no solo es un policía, y de ahí su mayor compromiso con la ley, sino un alto oficial de policía.
- Que no puede hablarse de emoción violenta no solamente porque se trata de un policía sino porque Franchiotti no reaccionó a una agresión sino que corrió varias cuadras en busca de su blanco.
- Que Franchiotti y sus oficiales pueden haber conocido de antes a Santillán, un manifestante habitual en los cortes del Puente Pueyrredón.
- Que o Franchiotti mismo le disparó a Santillán, o se comportó como el jefe de la patota que ejecutó fríamente al piquetero.