EL PAíS › EL MERCOSUR DESPUES DE LA CUMBRE Y LA ENTRADA DE VENEZUELA
La agenda a veces mareaba, por la cantidad de reuniones bilaterales y temas tratados de mandatario a mandatario, lo que exhibe la voluntad de integración y de solucionar problemas entre presidentes afines en lo ideológico.
› Por Mario Wainfeld
Opinion
Uruguay reclamó por sus cuitas bilaterales y multilaterales pero confirmó su vocación de seguir revistando en el Mercosur. México brega por entrar con insistencia que sería injustificable si el Mercosur fuera una cáscara hueca. Venezuela ya es socio pleno, una victoria política del presidente Hugo Chávez pero también una transfusión de vitalidad, de energía (stricto sensu) y de un flujo memorable de divisas. Brasil fue invitado a participar de una reunión del G-8 hace pocos días, pero jugar en esas ligas mayores no lo hace renegar del liderazgo en la región, con sus beneficios y también con sus costos. La región atraviesa una época impar en la cual el desafío de la integración es un guante que recogen gobiernos que se reconocen parientes muy cercanos en lo ideológico. Todos atraviesan una faz de crecimiento, lo que genera una hipótesis de sinergia entre la economía y la política. Los problemas son múltiples, incluidos los conflictos entre países limítrofes, que son muchos en una de las zonas del mundo que ha tenido menos guerras en las últimas décadas. Los riesgos son enormes: para empezar, casi todo está por hacerse, el Mercosur productivo es de momento una bandera y no una realidad. Para seguir, los presidentes más implicados en la construcción común (Lula da Silva, Néstor Kirchner y Chávez) deben someterse en 2006 y 2007 a elecciones para revalidar sus mandatos. Los tres tienen buenas perspectivas de ser reelectos, pero si uno solo perdiera, un viento de fronda sacudiría el proyecto común.
La integración plena de Venezuela es un triunfo de Chávez, un dirigente audaz que apuesta muy fuerte y acompaña sus apuestas con recursos contantes y sonantes. Su aporte va mucho más allá de su retórica tonante y de su soltura impar ante los micrófonos. Venezuela es la tercera economía de Sudamérica, mucho más complementaria que competitiva con las de Brasil, Argentina y Uruguay. Su disponibilidad financiera es formidable, merced al boom del petróleo y sus aliados saben que pueden contar con eso. Argentina lo tiene como un consistente financista y, más allá de los reproches de cierta derecha que prefiere la dependencia con centros financieros internacionales, no parece que a Argentina le haya resultado nocivo contarlo como prestamista de última instancia.
Un tufillo a gas
La potencialidad energética de Venezuela, adunada a la de Bolivia, abre una perspectiva concreta de acompañar el larvado crecimiento productivo de los países miembros. La explotación del gas, una actividad que necesariamente establece relaciones de largo plazo, con inversión millonaria en infraestructura, es un filón para avanzar en objetivos comunes. Los productores necesitan vender, los otros necesitan comprar. El mejor comprador potencial de gas es el vecino, pero para redondear el negocio debe haber una capacidad (que sólo los estados pueden gerenciar) de armonizar intereses en el largo plazo, como en un matrimonio. Como en los matrimonios, esa utópica armonía es ardua de lograr.
La presidencia pro tempore de Kirchner remató en la incorporación de Venezuela. La de Lula estará seguramente regida por la cuestión energética. En el ínterin las disputas por precios están en el orden del día. Brasil está en entredicho con Bolivia por el aumento en el irrisorio valor que regía hasta el advenimiento de Evo Morales. Chile está de punta con Argentina porque le endosó ese incremento. Esas cuestiones se debatieron con firmeza y con visibilidad en Córdoba. Se trata de problemas serios que quizá no se salden satisfactoriamente para todos. Pero sólo un necio dejaría de anotar que se discutieron públicamente, sin escándalos, cara a cara. La agenda común tiene sosiegos y tormentas, lo fascinante es cómo se acomete.
Intereses
Nadie cree, dendeveras, que estos encuentros sean un tongo hueco y ceremonial. Por ese mismo motivo, con buenas razones la agenda internacional de los presidentes integra el menú de discusión interna. Eso obliga a los representantes de cada país a un abordaje complejo de los conflictos. Vaya un ejemplo. Chile viene disfrutando de una suerte de subsidio al consumo de gas, derivado de la frivolidad del gobierno menemista. Sus gobernantes tienen el deber de defender ese estatuto, que beneficia a muchos de sus ciudadanos. El gobierno argentino tiene el deber de corregirlo, si eso daña los intereses de sus nacionales. Pero a la vez Kirchner debe hacerse cargo de que la derecha chilena hace del punto un caso contra la presidenta Michelle Bachelet, cuyo mandato es una oportunidad para mejorar la relación chilena con sus vecinos y, en especial, para empezar a buscar una salida al conflicto de ese país con Bolivia. Quienes pulsean, entonces, no son dos comerciantes pugnando por un precio, sino dos gobernantes con responsabilidades complejas y, en parte, compartidas.
Como todos son presidentes democráticos, sujetos al veredicto popular, sus márgenes (enhorabuena) son estrechos. El contencioso entre Chile y Bolivia, uno de los retos políticos más grandes para el próximo lustro, es un caso interesante en el que las élites de gobierno tienen un punto de vista más constructivo que las mayorías de sus sociedades. Más allá de sus ostensibles diferencias en materia de trayectoria política, formación y llegada al poder, Bachelet y Evo Morales comparten el afán de buscar una resolución a las crueles consecuencias de una guerra del siglo XIX. Sus sociedades, todo lo indica, son proclives a reflejos más nacionalistas, menos abiertos al diálogo. La voluntad de los líderes, una condición necesaria y promisoria, no se bastará si no consiguen persuadir a mayorías ponderables de los gobernados.
Las bilaterales
La secuencia maratónica de encuentros bilaterales o multi enloqueció literalmente a protagonistas y cronistas. Es una derivación ansiógena de un escenario de enorme protagonismo de los presidentes y de intercambio entre ellos. Nadie se ampara en el protocolo para dejar afuera lo que no es colectivo y entonces pululan los encuentros entre Chile y Bolivia, Argentina y Cuba, Uruguay y Argentina, Brasil y Bolivia. Claro que esos breves encuentros no son para hacerse arrumacos, pero es muy pavo leer como patología que los protagonistas tomen el toro por las astas y discurran las contradicciones.
Una lectura atenta permite observar también tensiones interiores, que fueron notorias en la delegación uruguaya. El ministro de Economía, Danilo Astori, se empacó en su afán de proponer tratados de libre comercio con Estados Unidos. Pero su tesitura no fue rebatida apenas por el canciller Reynaldo Gárgano, también la refutó Tabaré Vázquez. El presidente oriental, tras extrovertir su posición en el conflicto del río Uruguay, hizo profesión de fe en el Mercosur. Muchas razones habrán incidido en su perseverancia, entre ellas no habrá sido irrelevante el hecho de que, para el referente de una fuerza de centroizquierda, sería un costo identitario enorme quedarse afuera de ese proyecto en su actual coloratura política. Ya se dijo, las agendas interior e internacional son dialécticas, como casi todo.
El gobierno uruguayo y el paraguayo pusieron el dedo en la llaga de una las deudas que más pronto podrían empezar a repararse: las asimetrías entre socios grandes y chicos. La diferencia de magnitud entre los dos grupos, la relativa bonanza de los primeros hace ahora imaginable que esos países hagan un esfuerzo (medido en recursos materiales) para acortar la brecha. El canciller Jorge Taiana suele decir que ese cometido era incumplible para Argentina al menos antes de 2000, porque no lo pensaba yluego por la brutal crisis de fin de siglo. El argumento es sugestivo pero ahora se da vuelta, éste es el momento de transformar los buenos deseos en bienes materiales. Kirchner lo reconoció en su discurso de cierre. También lo hizo Lula, en una pieza oratoria memorable, que revela un nivel de estadista que tiene pocos reconocedores en la Argentina. A menudo por izquierda, en otras tribunas por desdén de clase, el presidente brasileño no es calificado a la altura de sus calidades políticas. Su manejo en la cumbre incluyó ese discurso que redondeó una actuación pública en la que representando al más grandote fue quien más ahorró visajes, mohínes o sobreactuaciones de sus pulsiones personales. La cúpula del gobierno argentino se tomó su tiempo, ciertamente, para reconocer los puntos que calza el líder del PT. Ahora, con el Presidente a la cabeza, la relación es óptima, la confianza altísima. Lo que, como ya se dijo en otros ítem, es una condición necesaria pero no suficiente.
La primacía de la política
Las personas del común tienen una propensión que el periodismo sabe alimentar bien: la de dar por hecho que todo lo interesante en política es su trama oculta, lo que se cocina detrás de los cortinados, sólo accesible a pocos elegidos. O sea, la de dar por hecho que todo lo visible es simulacro, que lo esencial es opaco a la mirada de los profanos. Las cumbres presidenciales, incluida la que concluyó en Córdoba, desafían en buena medida esa vocación de leer bajo el agua. Lo que se dramatiza es lo más importante, los intereses no se camuflan en una verba engañosa, los conflictos se ponen sobre la mesa, los objetivos se sinceran. No se trata de incurrir en la ingenuidad de proclamar que todo se hizo público pero sí de resaltar que cualquiera puede tomar cuenta de lo principal merced a una buena lectura de los diarios y una mirada atenta a lo mucho que mostró un asedio mediático que no tiene parangón histórico. La inteligibilidad de la política es un aliciente para la consolidación de la democracia, una condición necesaria... bueno, usted ya sabe. Tampoco es baladí que sean los gobernantes avalados por el voto popular y no empresarios trasnacionales sin compromisos sociales quienes diriman cuestiones económicas estratégicas.
Cada momento histórico ofrece opciones o escenarios que deben ser modificados y asumidos a la vez. La Cumbre puso en escena que el Mercosur existe, que quedarse afuera no es alternativa seria para ninguno con posibilidad de integrarlo, que su componente más poderoso (un gigante con pies de barro en la miseria, de todos modos) está dispuesto a hacerse cargo de su parte. Lo demás, las condiciones objetivas, los conflictos seculares, la enorme injusticia social que campea en todos y cada uno de los países de la región está en el duro inventario. Tanto como la perversa tendencia a la balcanización que tiene dos siglos de vida y que obliga a mirar con cautela (y cuidar en consonancia) esta coyuntura promisoria recién nacida.
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