EL PAíS › LAS GESTIONES POR LA MEDICA CUBANA HILDA MOLINA
Cómo se gestó la nota sobre la médica cubana que el Gobierno entregó a Fidel Castro. El abandono del bajo perfil. Diferencias con la gestión Bielsa. Las “operaciones paralelas” de Julio De Vido y el viceministro del Interior.
› Por M. W.
“Fue lo más duro de la Cumbre, el momento más agrio”, resume un activo integrante de Cancillería. No habla de los reclamos bilaterales de Uruguay por las pasteras y de Chile por los combustibles, sino del insoluble caso Hilda Molina. Los (demasiado misceláneos) intentos argentinos para que la médica disidente y su madre puedan venir al país a reunirse con su familia chocan siempre con la negativa cubana y aun con un patente desapego a considerar el tema. Para el gobierno de la isla, rezongan sus pares argentinos, la situación de Molina es mala alquimia entre una cuestión de Estado y un tópico indigno de integrar ninguna agenda de discusión.
En Cancillería y en la Rosada, hasta el jueves, se venía coincidiendo en criticar el manejo mediático que comandara Rafael Bielsa cuando era ministro de relaciones exteriores. La difusión pública es mal método para conseguir algo de los cubanos, comentan en la Casa. Durante la presidencia de Raúl Alfonsín, Cuba permitió la salida de dos disidentes a instancias del gobierno argentino, cuentan en el palacio San Martín, pero eso fue posible porque Raúl Alconada Sempé (quien llevó las tratativas) mantuvo un inexistente perfil mediático antes y después de la movida. “Rafael nunca entendió a los cubanos –comentan cerca de lo que fue el despacho del actual diputado nacional–, hasta les envió una carta pretendidamente seductora citando la letra de una canción de Silvio Rodríguez, pensando que eso los conmovería.”
Tal vez urgido por las circunstancias, el Gobierno revisó el manejo paciente y reservado ulterior al faux pas que fue el desembarco de Molina en la embajada argentina en La Habana. Lo hizo de modo público, que tuvo enorme repercusión periodística. El presidente argentino firmó una carta escrita en primera persona del singular, mucho más despojada que la anterior, como que tiene apenas ocho líneas. En un tono deliberadamente ascético formula un reclamo más duro que los anteriores. La parquedad no obsta para que el Gobierno haya puesto, en negro sobre blanco, que el reencuentro de la familia “cubano argentina” debe cumplirse en territorio argentino, saliendo al cruce de un argumento recurrente de Castro, que es la posibilidad de que el hijo, la nuera y los nietos de Molina viajen a La Habana.
Según el relato de altos funcionarios del Gobierno, Kirchner decidió exteriorizar el pedido no bien supo que Fidel Castro recalaría en Córdoba. Como vino comentando este diario, ese dato fue manejado con el habitual nivel de enigma por los cubanos. El miércoles, horas antes de la Cumbre, los argentinos seguían en ayunas. La presencia de custodios muy cercanos a Fidel Castro en Córdoba les hacía imaginar que el hombre viajaría. Pero también pesaban precedentes cercanos que indicaban que, desde que sufrió una caída en público, el Comandante había restringido mucho sus salidas de la isla. Sólo había despegado hacia Jamaica, Barbados y Venezuela, destinos mucho más cercanos que la Argentina.
De cualquier manera, el canciller Jorge Taiana le pidió al embajador argentino en Cuba, Darío Alessandro, que tomara un avión hacia Buenos Aires, casi como escala hacia Córdoba. El llamado revela el interés del Gobierno, sólo dos embajadores de países invitados a la Cumbre regresaron al efecto a Argentina: el citado Alessandro y Alicia Castro, que voló junto a Hugo Chávez.
“Kirchner cree que Fidel es injusto con el Gobierno. Se lo invitó a Córdoba, se firma un tratado que favorece a Cuba, se le permite (y hasta se le facilita) un acto masivo que no podría hacerse casi en ningún otro país. Es un escenario muy generoso, pero los cubanos no se hacen cargo de que Argentina tiene el derecho y el deber de bregar por Molina”, dice un funcionario argentino, uno de los tantos que se fascinaron cuando estuvo cerca de Fidel. Según comentan legisladores y funcionarios locales que tienen buen trato con los cubanos, éstos suelen replicar que Kirchner está cediendo (sin motivos políticos atendibles) a embates de la derecha, que tienen buena propalación mediática. En la Rosada no se acepta ese argumento ni los tiempos vaticanos que eligen sus pares cubanos.
La impresión de Kirchner, dice uno de sus pocos confidentes, es que Castro tiene mala voluntad para hacerse cargo de algo que no puede escapar a su perspicacia: que la realidad política argentina y su sociedad son muy distintas de las cubanas.
El gobierno argentino, por vía de Alessandro, le informó el jueves mismo al embajador cubano Aramís Fuente Hernández que la protesta se haría efectiva si Castro concurría a Córdoba. El embajador llegó a amagar con la suspensión del viaje y, según fuentes locales confiables, fue simultáneamente crítico y gélido al anoticiarse de la decisión. Luego, le habló a Castro, que ya estaba en vuelo (ver asimismo nota aparte). La tensión, ostensible, fue determinante de la ausencia de Castro en la cena de presidentes del jueves.
Como suele ocurrir en el gobierno argentino, a la gestión centralizada en Cancillería se adicionaron un par de operaciones paralelas. Una la protagonizó el ministro Julio de Vido, quien comidió a Hugo Chávez para que intercediera ante Castro. Otra, ante los propios cubanos, fue realizada por el viceministro del Interior Rafael Folonier, un funcionario nacional que fue interlocutor de Fidel desde el desembarco en Pajas Blancas y que tuvo un lugar en el palco del acto en el campus universitario.
A la larga, se convino la dramatización de la escena vía un encuentro entre Taiana y su colega cubano Felipe Pérez Roque.
El conflicto, que viene acompañando desde el vamos la gestión de Kirchner, ya produjo varios roces que incluyen la decisión del presidente (notificada a Castro hace más de un año) de no visitar Cuba hasta tanto Molina no migre a Argentina.
Así las cosas, el Gobierno no puede (no debe) abandonar un pedido fundado en derechos humanos básicos irrenunciables. El estilo presidencial se hizo notar en el cortante trato de la epístola y el modo en que se implementó la entrega.
La historia continuará y lo más importante (“permitir la llegada de Hilda Molina”) sigue pendiente. En el Gobierno no hay mucho optimismo sobre el particular y, a decir verdad, cuesta creer que Fidel Castro dé el brazo a torcer.
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