Dom 06.08.2006

EL PAíS  › NO HABRA INTERNAS EN EL OFICIALISMO

Con el dedo y las encuestas

Lo decidió Kirchner esta semana. La elección en el FV-PJ se realizará según las encuestas que consulta el Gobierno. “Al que le dé mejor lo voy a apoyar”, dijo el Presidente. Quiénes ganan y quiénes pierden. Crisis de representatividad y sondeos.

Si algún precandidato oficialista, del distrito que fuere, abrigaba la esperanza de construir un aparato que le permitiese imponerse en una interna para transformarse en el aspirante oficial del kirchnerismo, puede ir dejando de lado tal ilusión. Después de todo, decía Winston Churchill, los hechos son mejores que los sueños. En este caso, el hecho es que Néstor Kirchner decidió esta semana que no habrá internas en ninguna provincia para dirimir candidaturas del oficialismo. La decisión final la tomará él, caso por caso, con las encuestas en la mano. “Al que le dé mejor lo voy a apoyar”, confesó a algunos de sus colaboradores esta semana que termina hoy.

Esta determinación presidencial implica un cimbronazo en las estructuras del peronismo –que sigue siendo el principal sostén del gobierno nacional– de varias provincias, temblor que no excluye a sectores que ingresaron al oficialismo transversalidad mediante. Sin embargo, son en algunos casos los grandes aparatos partidarios, más precisamente sus capataces, los más perjudicados por la decisión del patagónico. Dichas estructuras suelen estar en manos de los más añejos dirigentes distritales, con las excepciones de aquellos que comenzaron el proceso de control partidario a partir del apoyo que les dio el gobierno nacional instalado en la Casa Rosada hace tres años y poco más. Lo que ocurre en la provincia de Buenos Aires y en Misiones puede ser ejemplo de ello.

Partidos y sociedad

A mediados de la década del ’80, en plena apertura democrática, el peronismo inició una depuración, apuntando a la mejora de su institucionalidad, que implicó la realización, luego de varias secesiones intestinas, de elegir a los candidatos a partir de la realización de elecciones internas partidarias. El método, que el radicalismo ensalza y ejecuta hasta el paroxismo, fue bien recibido por una sociedad argentina que acababa de salir de la oscura noche de la dictadura, donde las urnas estaban “bien guardadas”, como se recordará.

Pero este ejercicio democrático fue perdiendo interés social a medida que la dirigencia política abría un abismo de intereses con el electorado. La falta de repuesta de la democracia a los acuciantes problemas económicos y sociales, la discusión, por momentos autista, de los partidos políticos, su connivencia para ejecutar pactos repudiados mayoritariamente (tal el caso del Pacto de Olivos), inició una crisis de representatividad que aún persiste.

Ayudado por el triunfo político del menemismo e ideológico del neoliberalismo, “la política” pasó a ser el lugar del “no saber”, de la prebenda, de la viveza criolla. Si bien los partidos políticos argentinos tributaron a la construcción de dicho mito, tal creencia sirvió para destruir al Estado y terminar de cambiar el modelo socio-económico de lo que fuera la orgullosa Argentina del estado de bienestar.

Este cóctel dejó a la mayoría de los compatriotas en la miseria y la exclusión, y a gran parte de la sociedad en la incredulidad y el resentimiento para con los demiurgos de tal faena.

Las jornadas de fin de diciembre de 2001 fueron la consecuencia casi natural de la alquimia que se había venido mixturando desde aquella esperanzadora apertura democrática.

En este marco, a los ojos del electorado común las internas partidarias pasaron a ser una anécdota, gimnasia de militantes o de funcionarios rentados. También se constituyeron en letra muerta en los varios proyectos de reforma política que duermen el sueño de los justos en el Ministerio del Interior o en los escritorios de varios legisladores con buenas intenciones.

Lo que nació como un ejercicio de democracia interna, se desvaneció al disolverse la entidad “partido político”, tal como se la conoció en el pasado, con honrosas excepciones, nunca demasiado populosas.

La mirada oficial

Como uno de los mejores intérpretes –si no el mejor, lo que le permitió ganar la Presidencia en 2003– del significado de la crisis de representatividad que eclosionó en diciembre de 2001, Kirchner está decidido a dejar de lado cualquier tipo de compulsa interna en sus filas. El Presidente opina que, además de contar con poco consenso social fuera de las estructuras partidarias –a las cuales desdeña–, la imagen de dirigentes, muchas veces desconocidos, peleándose como enemigos cerriles, no hará más que ensombrecer cualquier posible chance de triunfo allí donde se deba pelear palmo a palmo, amén de empeorar la imagen de “la política” incluso en los distritos donde nadie duda que el oficialismo se impondrá con holgura.

Expuestas de esa manera, la intencionalidad presidencial tiene sentido común. No obstante deja de lado instrumentos que efectivamente hacen a la democracia, a la elección de los candidatos que, supuestamente, deben representar sus intereses en el Parlamento. También es cierto que aún no existe una reforma que contribuya a reconstituir la confianza de la sociedad en los partidos y la representatividad, y que todo el sistema carece de credibilidad.

Por otra parte, con esta determinación Kirchner hace un gesto de personalismo y demostración de fuerza que –según puede preverse– ningún condotiero provincial está en condiciones de cuestionar ni cuestionará.

Una cuestión de fondo es la forma en que el Presidente elegirá a sus campeones. En la Casa Rosada cuentan con el asesoramiento de la mayoría de las consultoras de opinión más conocidas y activas del país. La resultante de su labor será determinante para que Kirchner –según lo dispuso– elija a sus candidatos para las elecciones del año entrante. Indudablemente, este mecanismo crispará algunos nervios entre varios caudillos distritales que verán menguadas sus posibilidades al desaparecer la gravitancia de sus estructuras a manos de los sondeos de opinión.

El reemplazo del voto interno por la encuesta es, en primera instancia, un cambio para peor. Pero cuando el ejercicio del voto está cuestionado socialmente, los partidos son irrepresentativos, los aparatos pesan de manera determinante, todo el sistema da cuenta de sus crisis lo que posibilita, a ojos de la sociedad –en términos políticos–, avanzar con reemplazos como los que hará el Presidente.

Beneficiados

Esta decisión ya cuenta con ganadores y perdedores. Un integrante del primer grupo, según indican las encuestas, es el gobernador bonaerense Felipe Solá, quien debe trasponer una barrera jurídica para presentarse nuevamente como candidato a su propia sucesión. Solá es el dirigente de suprovincia que, muy lejos de los otros aspirantes, cuenta con la más amplia aceptación.

En caso de que la Justicia disponga que el mandatario provincial no puede competir, volverán a hablar los guarismos de las consultoras.

Si bien por ahora la oposición no ha presentado candidatos capaces de enfrentar al poderío del FV-PJ en el más grande distrito del país, la posibilidad de que Juan Carlos Blumberg se lance con los colores del PRO, a partir de un acuerdo de Mauricio Macri, es cierta y modificaría la posición de los banderines en la sala de mapas del oficialismo.

Otros beneficiados por esta decisión son los precandidatos del Frente para la Victoria de Santa Fe. El diputado y ex canciller Rafael Bielsa entró por esa hendidura: habida cuenta de la defección de Carlos Reutemann para probar suerte una vez más en la carrera hacia la Casa Gris –para la que fue tentado por el gobierno nacional en varias oportunidades–, el gobernador Jorge Obeid lo colocó en la grilla de potenciales aspirantes aduciendo su buena performance en los sondeos. En esta columna se reveló la semana pasada que Bielsa había aceptado ya jugarse esa patriada, donde el hombre fuerte, con más posibilidades de triunfo, es el socialista Hermes Binner, en unas elecciones que se realizarán antes que las presidenciales.

El otro candidato santafesino, el titular de la bancada de diputados nacionales del oficialismo, ponderado por el Presidente, Agustín Rossi, también ha mejorado sus expectativas: si bien no es tan conocido, el atril que le otorga su cargo le permite derramar su imagen al compás de su trabajo y exposición en la Cámara.

Un escenario más complejo se abre en la Capital Federal, donde no hay aún un aspirante firme del oficialismo y todos quienes son medidos desde la Casa Rosada –según afirman en sus despachos más ponderados– crecen en intención de voto cuando exponen “su condición kirchnerista”.

Los otros beneficiados ante esta decisión son los gobernadores radicales K. Desde la cúspide del poder en sus provincias, con gestiones apoyadas por la administración nacional en recursos y respaldo político, los mandatarios radicales están en una inmejorable posición para ocupar el espacio del “candidato del presidente”, más allá de las quejas de los PJ o FV del distrito.

El poeta inglés del S. XVIII Thomas Gray decía que “el favorito no tiene amigos”. Acá, para ser el favorito, deberá hacer amigos en los medios de comunicación que puedan otorgarle la popularidad necesaria para que el Presidente fije su interés en él.

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