Roberto Canteros es el único de los 20 procesados por los incidentes en la estación de Haedo que sigue preso. Está acusado de haber robado el arma de una mujer policía.
“Pido a aquellas personas que viajan en el Sarmiento y que saben bien cómo se viaja, que no dejen que me condenen. TBA seguramente sigue haciendo viajar a la gente como ganado, pero yo estoy aquí detenido por ser pobre y no tener recursos para defenderme de tanta injusticia”, implora la carta que escribió en junio pasado Roberto Canteros, quien está preso desde hace nueve meses en la cárcel de máxima seguridad de Ezeiza, acusado de promover los disturbios en la estación Haedo que en noviembre del año pasado dejaron un saldo de 21 heridos, 15 vagones incendiados, varios negocios de la zona saqueados y por el que en su momento fue demorado un centenar de personas. Actualmente hay 20 procesados en la causa y solo Canteros permanece detenido por el supuesto robo del arma reglamentaria de una mujer policía, lo que constituye, desde las leyes Blumberg, un delito no excarcelable. Tiene 32 años, es tapicero desde los 12, gana 20 pesos por día y mantiene a sus cinco hijos. Aunque habla con tranquilidad, confiesa: “Todos los días me quiebro”.
En estos momentos, su destino está en manos del fiscal Carlos Daneri, que está semana deberá decidir si acepta el cierre de instrucción propuesto por el juez federal Germán Castelli y formaliza la acusación. “Vamos a jugarnos a todo o nada en el juicio oral, no tienen pruebas ni elementos, nada, para que esté preso”, advierte Fernanda Pereyra de la Fundación Investigación y Defensa Legal Argentina (Fidela), que junto a la Coordinadora por la Libertad de los Presos Políticos tomaron la defensa de Roberto luego de que la apelación oficial, en la que ni siquiera se pidió el peritaje del arma robada, fuera rechazada por el Juzgado Federal de Morón. Página/12 participó de una reunión que Canteros tuvo con sus abogados, quienes le notificaron que, con el mejor de los pronósticos, tal vez pueda salir libre a principios del año entrante. El autodenominado “rehén de TBA” respiró profundo y contó la historia que, afirma, el juez Castelli no quiso escuchar.
¡Ahí hay uno más!
“El tren venía fuera de horario y había mucha gente. Dejé pasar varios hasta que pude subirme a uno que no venía tan lleno. Trabajo con mi tío, como es un negocio familiar puedo llegar un poco más tarde. Encima, ese día no tenía muchas ganas de ir a trabajar”, se lamenta Roberto, cuyo tren se detuvo media hora en Castelar y Morón, antes de encallar en unos talleres mecánicos cercanos a la estación de Haedo, a la que finalmente llegó caminando entre las vías electrificadas junto a los demás pasajeros. Con algunos de ellos fue hasta un andén más alejado, desde donde parte un ramal que lo lleva diariamente a la tapicería de sus tíos en Lomas de Zamora. “Había mucha bronca, la gente ya le tiraba piedras al tren. Fui a averiguar y me dijeron que mi tren salía. Me quedé en el andén con otros pasajeros que también estaban esperando. Pasaron 20 minutos y apareció gente de otros lados; ahí empezó el quilombo.” Después del saqueo, Canteros permaneció en el andén viendo cómo el fuego consumía los vagones. “Habían cancelado mi tren y me quedé como un chusma, a ver qué pasaba”, asegura.
Tras cinco horas de enfrentamiento, 200 hombres de la Gendarmería y la Policía Federal salieron a capturar mediante “un operativo de pinzas” a los manifestantes. Canteros –según relata a Página/12– empezó a caminar en dirección a Rivadavia para conseguir un colectivo, se encontró con oficiales que le pidieron salir de testigo. Se negó porque estaba llegando demasiado tarde al trabajo y empezaron a insultarlo. Siguió caminando. Cuando llegó al cruce de vías vino un móvil de la policía y aparecieron cinco agentes. “‘¡Ahí hay uno más!’, gritaron. Yo estaba solo, no opuse resistencia y me metieron en la camionetita. Dieron unas vueltas, agarraron un par de pibes más y nos llevaron a la comisaría”, cuentaCanteros, que sólo tenía encima una bolsa con un buzo. Hasta ese momento, no recuerda haber visto a ninguna mujer policía.
Mientras se discutía si había sido algo espontáneo o planificado, de entre los detenidos por el operativo de represión sólo se pudo “rescatar” un arma reglamentaria con la que se incriminó a Canteros y un chaleco antibalas que mantuvo preso 6 meses a un cartonero llamado Matías Barreto. Fue un día de múltiples improvisaciones: hasta un chico de 7 años estuvo demorado en la comisaría; era el hermanito de Barreto, a quien su madre encontró horas después llorando desconsolado en la puerta de la comisaría.
El cabecilla
“No dormí en toda la noche. Estuve mirando por la ventana esperando que llegara, hasta que amaneció y me fui a recorrer las comisarías. Nadie sabía nada, fui a las cárceles y tampoco. Tardé una semana en encontrarlo”, recuerda angustiada María, la esposa de Canteros, quien tras su detención fue derivado a la comisaría de Haedo, a pocas cuadras de la estación. Allí los agentes tenían “una calentura bárbara” porque el enfrentamiento había dejado a seis policías y dos bomberos heridos. “Estaban excitados. Nos pusieron de rodillas y nos empezaron a pegar. Nos gritaban de todo. Me acuerdo de que uno insistía conmigo: ‘vos sos el cabecilla’, me decía.” Canteros estuvo tres días en esa comisaría, incomunicado. “¿Saben ustedes por qué no fueron llevados a la fiscalía inmediatamente?”, se preguntó uno de los familiares de los detenidos en una reunión a fines de abril pasado: “Porque estaban inflados a golpes”. Antes de prestar declaración indagatoria en el juzgado de Castelli, Canteros se llevó otra sorpresa: “Me agarró la defensora oficial y me pidió que no declarase sobre el arma. ¿Qué arma? ¿De qué están hablando? En ese momento, se me vino el mundo abajo”. Roberto jura no haber tocado un revólver en su vida: “No me gustan las armas, tengo cinco hijos, me daría pánico tener una en casa y que hubiera algún accidente”.
Los siete locos
En la comisaría, Canteros se fue enterando de que a los pocos días era liberada una veintena de menores, luego 57 mayores y dos semanas más tarde Castelli terminaba excarcelando a 10 detenidos más. A los pocos meses, los únicos presos por haber instigado, planificado y organizado los hechos podrían ser considerados “Los Siete Locos”: Canteros era, obviamente, el Astrólogo de la peligrosa cofradía de Arlt, sus cómplices los cartoneros Matías Barreto y José Gutiérrez, que tiene un retraso mental que lo equipara a un niño de 10 años; dos vendedores ambulantes, Fredy José y Julio Gutiérrez; un cortador de prendas llamado Rodrigo Valdez y un estudiante de educación física que ese día iba a dejar un currículum. Todos ellos estuvieron presos durante 6 meses; cuando salieron organizaron una marcha en Haedo por la libertad de Canteros, que desde el pabellón de buena conducta no se olvida de ellos: “Recibí mucho apoyo de gente que ni siquiera me conoce, la verdad es que los demás pibes son laburantes como yo y por eso entienden lo que estoy pasando”.
Fumando espero
“Me destruiste la familia”, le dijo Canteros al juez Castelli cuando fue a visitarlo en mayo pasado. “El nunca me dio la oportunidad de defenderme; necesita tener a alguien preso, está sumando puntos”, cuenta indignado Canteros, que desde que está en la cárcel perdió peso, volvió a fumar como cuando era adolescente y le tomó el gusto al dominó. Por suerte, los presos lo respetan: “Muchos no lo pueden creer. Están sorprendidos de que yo esté acá”, cuenta Canteros, que desde que está preso no hace más que extrañar lo que muchos odian: su vida cotidiana.
Informe: Emilio Ruchansky.
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