EL PAíS
¿Para qué sirvió este Gobierno?
› Por Sergio Moreno
El 1º de enero pasado, el imaginario de Eduardo Duhalde componía para sí un país-ave Fénix que emergería, gracias a su gestión todavía en ciernes, del caos y la desazón en que lo habían sumido diez años de menemato cerril y dos más de efectista ineptitud delarruista. Suponía, entusiasta, que la Argentina, bajo su puño forjado en batallas conurbaneras, pegaría el salto competitivo que le otorgaría una devaluación contenida, sostenida por una rígida política monetaria y una alianza con los sectores productivos que, laboriosamente pero sin pausa, se lanzaría a sustituir importaciones permitiendo recuperar puestos de trabajo y generar riqueza que, a su vez, sería derramada en los sectores más postergados de la sociedad. Esta última alquimia sería el basamento donde se asentaría la pacificación nacional, apoyada en una política de seguridad tolerante con la protesta social de los marginados y la clase media, expoliada esta última por los bancos vía corralito. A partir de allí, su Gobierno se lanzaría a acordar con el Fondo Monetario en condiciones moderadamente favorables para reprogramar la deuda y salir del default.
Con este paquete –”logros”, seguramente lo hubiesen llamado el Presidente y sus funcionarios– estaría garantizada la salida institucional pacífica y ordenada, con una reforma política casi culminada y, quizás, una reforma constitucional acordada, a fines de 2003.
Nada de eso ocurrió. Todo salió, por distintas razones, mal.
En poco tiempo más (once meses, si se cumplen los nuevos plazos que impuso anteayer; menos, si se cumple la lógica de la licuación del poder de un Gobierno ya carente de tal sustancia), Duhalde renunciará a su cargo sin haber cumplido tan siquiera una de sus metas de aquel 1º de enero, cuando Eduardo Camaño le colocó la banda presidencial. Cabría, entonces preguntarse, ¿para qué sirvió el Gobierno de Duhalde?
Ensayemos, pues, una glosa de cada una de las batallas en las que el Presidente se propuso vencer y salió tristemente derrotado.
u Alianza con las fuerzas productivas: José Ignacio de Mendiguren, ex titular de la UIA, fue la encarnación del parnaso productivista de Duhalde. El Presidente creó el Ministerio de la Producción para que el ex dueño de Coniglio derramara su saber y poder de lobby a efectos de que sus socios de la UIA y compañeros de ruta de las otras cámaras empresarias cerraran filas en derredor del nuevo proyecto de nación industrial que pregonaba desde antes de la caída de Fernando de la Rúa. El producto de su paso por el poder fue la pesificación que buscaba la licuación de las deudas nacionales. El fiasco no sólo terminó con los días de De Mendiguren en el Gobierno sino con el Ministerio, que culminó siendo una oscura secretaría del Palacio de Hacienda. Por supuesto que el proceso de sustitución de importaciones lejos está de ser la maquinaria motora de la economía nacional, habida cuenta que las empresas que incrementaron su producción lo hacen a fuerza de voluntad, sin crédito, y a ritmo de carreta.
u Devaluación contenida: La idea del por entonces ministro de Economía Jorge Remes Lenicov aparece, a la luz de los hechos, naif. La política de establecer un dólar oficial a $ 1,40 y uno paralelo que flotara según lo dispusiese el mercado se hizo trizas ante el muro de exigencias del FMI, que puso como primera condición para sentarse a hablar con el gobierno la libre flotación de la divisa norteamericana. Voluble, el Gobierno aceptó la imposición. El dólar llegó a tocar los cuatro pesos por unidad la semana pasada y la inflación acumulada –debido al traslado muchas veces injustificado del valor de esa moneda a los precios– asciende al 30,5 por ciento en seis meses, cuando la pauta anual fijada en el presupuesto 2002 era de 15 por ciento.
u Acuerdo con el FMI: Después de uno de los vapuleos verbales más denigrantes que haya sufrido gobierno argentino alguno por parte de los burócratas de turno, el Fondo enviará la semana entrante una nueva misión cuya finalidad sería llegar a un acuerdo, módico, a fin de prorrogar losvencimientos acumulados para el resto del 2002. Ese sería el corolario de seis largos meses de negociaciones con el organismo financiero, después de dos ministros de Economía y de perseguir, cual panacea, el acuerdo que “reinsertará a la Argentina en el mundo”. El organismo tiene grandes diferencias con la política financiera del Gobierno argentino y con la salida que adoptó Roberto Lavagna para encarrilar la tragedia del corralito, aun sin resolver. La negociación sustancial con el FMI quedará como labor, nada agradable, para el próximo gobierno.
u Pacificación: Hasta el miércoles de la semana pasada, esta fue la faena más exitosa de la administración duhaldista. Ese día, este logro mayúsculo en un país hiperconvulsionado y abarrotado de excluidos y desocupados murió junto con Darío Santillán, Maximiliano Kosteki y las decenas de heridos de bala y centenares de contusos que dejó la represión-cacería en Avellaneda. Es dable exigir que hasta que entregue el poder, sea cuando sea, Duhalde no acumule en su conciencia otros muertos más que estos dos chicos, carga lo suficientemente pesada como para dormir intranquilo el resto de su vida.
u Recomposición institucional: Una tibia reforma política, insuficiente y avara, será el económico legado del Gobierno a una sociedad que rompió sus lazos con la dirigencia política, sindical y empresarial del país, que no encuentra en la política el canal de mediación de los conflictos. En estos días que restan por venir, los argentinos verán adónde terminan los tímidos esfuerzos gubernamentales –hasta ahora solo una declamación presidencial– para conseguir la renovación total de los cargos electivos en los próximos comicios. No son pocos los políticos que tratan de esconder sus míseros fines de permanencia tras las mismas leyes y Constitución que tantas veces vejaron cuando fue de su conveniencia. Su afición por el curul es más fuerte, parece, que la necesidad de una sociedad en relegitimar su confianza en la democracia. El Gobierno, débil, extenuado, en retirada, deberá hacer algo más que declamar sus deseos para dejar cuando menos un aporte al futuro de las gentes que habitan esta patria.