Vie 01.09.2006

EL PAíS  › OPINION

La calle, la Rosada, las velas

› Por Mario Wainfeld

A las seis y media de la tarde, apenas treinta minutos antes de la hora anunciada, la Plaza estaba casi desierta. Los vendedores ambulantes ofrecían sin pasión y por lo que parecía sin fe banderas argentinas, vasitos de plástico con una vela atravesada, oferta dirigida al target de Blumberg que se completaba con la de consumos más tradicionales: garrapiñadas, pirulines, gaseosas. Corrillos mínimos conversaban en voz baja mientras desde el palco se probaba el sonido. “¿Qué le parece lo que están tocando?” pregunta un asistente a Página/12. A Página/12 le parece fuera de contexto: los parlantes difunden una versión rockera de “Hasta siempre”, esa canción que saluda a “la entrañable transparencia/ de tu querida presencia/ Comandante Che Guevara”. “La gente” llegaría justo en hora. Los actos de Blumberg ya tienen su liturgia, la puntualidad es un punto de referencia.

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El 1° de abril de 2004, cuando la primera convocatoria de Juan Carlos Blumberg, Néstor Kirchner estaba muy lejos, fuera de la Capital. Lo mismo ocurrió en los días siguientes a la tragedia de Cromañón. Estos distanciamientos, que detonaron muchas críticas, revelaban el respeto (¿el recelo, el temor?) que tiene el Presidente cuando hay presencia masiva en la calle.

Fernando de la Rúa cayó por varias causas pero la gente en la calle fue determinante. Adolfo Rodríguez Saá era inviable pero fueron marchas y cacerolazos las que le dieron el golpe de knock out. Eduardo Duhalde dio vía libre a la Bonaerense para reprimir la revuelta piquetera y se encontró con dos asesinatos y la necesidad de adelantar las elecciones. Por no hablar de... Meza en Bolivia. La gente en la calle es el mayor desafío que lee Kirchner a su continuidad, desde que llegó a la Presidencia.

Ayer, a diferencia de los antecedentes mencionados, el Presidente estuvo en la Casa de Gobierno. La actividad se mantuvo normal, hubo un acto con el comparreligionario Gustavo Posse. Se firmaban decretos, se atendían visitas. Sólo Aníbal Fernández y Enrique Albistur siguieron la movilización en escala uno en uno, aunque ningún otro funcionario se privó de mirar con un ojo al televisor, estimar (a la baja) la concurrencia, oír partes de los discursos. El oficialismo, empezando por su cabeza, se siente menos vulnerable que antaño.

“El poder de Blumberg no es el mismo, se desgastó con el tiempo. La autoridad presidencial está mucho más consolidada que en 2004 –describía al cierre del acto un importante miembro del gabinete–. Además Blumberg se equivocó al venir a la Plaza. Fue un desafío injusto, acá siempre fue recibido. Muchas de sus propuestas se hicieron leyes, fue una ingratitud.”

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La enorme mayoría de los asistentes llegó en poco más de media hora. En los actos más convencionales, las columnas más nutridas entran por las diagonales o por Avenida de Mayo. En éste no había casi columnas, sino grupos chicos, familiares, que preponderantemente venían desde el Bajo y “subían” por la calle Bartolomé Mitre. Su edad promedio transgredía largamente la madurez. No es sencillo para el cronista determinar a ojo y por el vestuario a qué tramo de la clase media pertenecen. Su ojímetro, y algunas preguntas hechas al voleo sin valor muestral, le inducen a contar que casi todos debían ser propietarios, que seguramente no son los más ricos de la Argentina pero que a ninguno le faltaba ropa de calidad, casi toda de primera marca, zapatos en excelente estado. Es más sencillo señalar lo que escaseaba o, directamente, no había. A saber, personas jóvenes, personas de bajos ingresos, personas con zapatillas. Los más humildes estaban adelante, portaban carteles, eran familiares de víctimas con las fotos de sus seres queridos.

El asistente asiduo a otras movilizaciones también resentía la ausencia de ruido, de voces elevadas, de cierta alegría bardera que es parte de las militancias de todo pelaje. A las siete de la tarde la suerte de los vendedores de vela había dado un vuelco, a su favor. Por aquel entonces los parlantes propalaban música popular, con un predominio abrumador de “Color esperanza”.

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“Vinieron muchos menos de lo que ellos esperaban”, fue el balance que se hizo en la Rosada. Los números se discutirán durante días. Los datos básicos para ponderarlos son que –como suele ocurrir en movilizaciones entre personas no encuadradas y de clases medias o altas– nadie se apiñaba. La media plaza estaba bien poblada y fuera de ella, los presentes se extendían media cuadra, más o menos, por las diagonales y la Avenida de Mayo. En las transversales casi no había gente. La estimación oficial de ocho a diez mil personas peca de avara, y podría duplicarse largamente. En cualquier caso, el saldo de la convocatoria fue mucho menor que el de los dos primeros actos de Blumberg y, quizá, del tercero. La diferencia se magnifica si se recuerda lo que fue el activismo previo al acto de abril, en pos de la firma del primer petitorio.

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El rabino Sergio Bergman, por amplio margen el mejor orador del día, cosechó rápidos aplausos cuando consignó que el acto no era político. Dio en el clavo, la mera mención de la política era un acicate óptimo para las silbatinas. Felipe Solá y León Arslanian compartieron el podio de abucheados. Los dos ministros apellidados Fernández, criticados por Blumberg por variadas desatenciones, ligaron sus decibeles. Cuando Blumberg mentó por primer vez a Kirchner hubo asomo de silbidos pero el orador los paró. En las siguientes alusiones al presidente primó el silencio. La política, tout court, y el gobierno bonaerense acapararon las recriminaciones.

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“En los actos anteriores la gente fue por Blumberg. Hoy se movilizaron los Sin Gorra, los de Cecilia Pando, los de Macri, los de López Murphy”, detallaban en la Rosada. Todos esos referentes estaban y no hacía falta ser un pesquisa para notar un cierto número de militares, esposas de militares y agentes de seguridad, casi todos con ropa de paisano. Pero, a ojo de buen cubero, primaban de lejos los que llegaron por la libre.

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Altri tempi abundaban uniformes de colegios privados entre los portadores de velas. Ayer no se notaban. Las escuelas religiosas, comentaba uno de los pocos funcionarios que tienen diálogo regular con la jerarquía eclesiástica, esta vez no acompañaron. Blumberg se permitió una jugada interesante, llena de contenido ideológico, yendo a la mañana a la misa por San Ramón Nonato, que pronunció el cardenal Jorge Bergoglio. El jesuita le devolvió la gentileza dedicándole buena parte de sus palabras. Eso sí, no hubo foto con el padre de Axel.

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En su discurso Blumberg repitió acres cuestionamientos a Luis D’Elía y lo acusó de haber atemorizado a virtuales adherentes al acto. El peso de las palabras de D’Elía será otro factor con el que distintos sectores deflactarán el número de personas presentes. En la Casa Rosada, la versión preponderante es que D’Elía no obedece órdenes ni pide permiso. En cualquier caso es patente que tiene una capacidad de obrar muy alta. “Kirchner le paga a D’Elía su lealtad en momentos difíciles. El gordo es un elefante en un bazar, pero su accionar permitió que muchos desocupados dejaran de cortar las calles. Eso fue en el primer año de gobierno, cuando todos decían que las movilizaciones iban a parar el país y hacer caer el gobierno. Néstor no le dio lo que él quería, ser diputado nacional, pero sí lo nombró en un puesto que puede desempeñar bien”, sincera el interlocutor de este diario.

La calle, el relato en Palacio lo confirma, fue siempre una de las principales obsesiones del Presidente.

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Blumberg volvió a algunos de sus pedidos más clásicos y desmedidos (la baja de la edad de imputabilidad, por ejemplo) con otros de nueva cosecha como la conservación vitalicia de los datos de los reincidentes. Agregó menciones a medidas sociales vinculadas con la prevención del delito, como la urbanización de las villas o la asistencia a los chicos de la calle. Su público pareció en esos momentos estar a su derecha. El aplausómetro no cimbró como sí sucedía cuando se fulminaba a “la política” o a los jueces garantistas.

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Todos los actos en la calle son políticos, sea cual fuere el mote que se les cuelgue. El de ayer lo fue, mostrando a un Blumberg fiel a sí mismo y a sus tópicos más recurrentes, pero también hablándole a un público más sesgado. Para el Gobierno es un dato que será candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires. Para su amigo Marcelo Bragagnolo no lo será de ninguna forma. A la derecha le vendría bien su presencia, no para ganar pero sí para servir de mascarón de proa y suplir ausencias patentes de candidatos.

Si lo hiciera, saltando del movimiento social a la lucha política proselitista, repetiría el intento de Graciela Fernández Meijide. Las diferencias ideológicas son obvias y su mención se ahorra al lector. Habrá que ver si el ingeniero repite la conducta de Graciela, que jamás mencionó a su hijo desaparecido en sus presentaciones de campaña.

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Kirchner dejó la Casa de Gobierno pasadas las diez de una noche tibia y clara. La tarde había rebosado sol, como se supone que corresponde a los días peronistas. En el Gobierno se combinaban satisfacción y alivio. Los organizadores se declaraban satisfechos, un par de operadores de buen nivel de Macri le daban por hecho a este diario que Blumberg será candidato a gobernador. En el cordón de las veredas aledañas a la Plaza, en la Catedral especialmente, unas cuantas velas seguían ardiendo. La calle, que estaba inusualmente despojada de papeles, no le había quitado el sueño al Presidente.

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