Dom 17.09.2006

EL PAíS  › REPORTAJE A NORMA KENNEDY, ACUSADORA DE ALDO RICO

“Yo estaba lista para morir, pero no para el genocidio”

Con 73 años, logró reabrir la causa por el secuestro y desaparición de su hermana Delia y de su cuñado Américo Sady, en mayo de 1976, por el que acusa al carapintada Aldo Rico. Esta mujer polémica, que sigue identificada con la masacre de Ezeiza, no se sorprendió por la falta de mérito dictada pero promete seguir la pelea.

› Por Alejandra Dandan

Era una nena cuando se encontró con Veneno, un amigo del pueblo que estaba llorando porque su patrón lo había golpeado. Veneno tenía la cara picada de viruela. Vivían en el campo, en Santa Elena, un pueblo entrerriano. Norma Ke-nnedy era entonces Normita, mitad irlandesa por parte de padre, mitad criolla por parte de madre: “¿Así que te pegó el gringo?”, le dijo a Veneno, y se fue con el perro Ring para tirárselo. Fue la primera pelea de una vida que la llevó de los combates contra la Libertadora al palco de Ezeiza, donde quedó como una de las responsables de la represión del día de la vuelta de Perón. Hoy tiene 73 años y otra pelea, la causa contra el líder carapintada Aldo Rico, denunciado por la desaparición de su hermana Delia y de su cuñado Américo Sady en mayo de 1976.

Norma Kennedy era capaz de pasarse noches en vela para llamar, ratificar, confirmar o saber dónde iban a comer las miles de personas que iban a movilizarse desde Misiones, Entre Ríos o Córdoba para recibir a Perón del exilio. Ezeiza, su relación de amistad con el Brujo José López Rega y con Estela Martínez de Perón la dejaron pegada a los costados más siniestros del peronismo, a pesar de que ella también estuvo presa después del golpe de Estado y a pesar de que, como cuenta ahora, los militares se llevaron a su hermana mayor, a su cuñado Américo y a Lilian “Yeyé” Alvarez.

El empeño por la reapertura de la causa por la desaparición de su hermana y su cuñado, cuya investigación quedó paralizada por las leyes de obediencia debida y punto final, la devolvió a las tapas de los diarios. Su acusación, fundada en los testimonios de dos personas, dejó al ex militar y ex intendente de San Miguel a las puertas de la cárcel. Norma Kennedy sostiene que Rico fue el jefe del operativo de secuestro.

–¿Cómo fue el secuestro de su hermana?

–En ese momento yo estaba presa en el barco Treinta y Tres Orientales, antes de que me trasladen a Devoto. El día del secuestro, mi hermana vino a visitarme con mi mamá. Ella había estado con Yeyé, y estaba segura de que iban a matarla. Ese fue uno de los pocos momentos de mi vida en los que sentí que se me venía el mundo abajo: mi hermana dijo eso y se calló, igual que yo, pero mi madre echaba fuego por los ojos. Reaccionó como cuando algo la conmovía. Me dijo que no debía agachar la cabeza y que no ceda: “Tu padre –me dijo– te está ayudando y te está mirando desde arriba. Lo que venga, también lo tiene que decidir Dios”. Y me ordenó que no cambie. Y todo fue como dijo mi hermana: esa noche del 10 de mayo se la llevaron a ella, a Américo y también a Yeyé.

–¿Dónde estaban?

–Está en el expediente. Delia estaba con sus dos hijitos y con el mío, Felipe. Estaba apurada preparando la comida porque esperaba gente a cenar, entre ellos a una compañera que ahora aparece como testigo. Ella todos los días recibía gente. Lo malo fue que cuando llegó el golpe nunca dejó de recibir a los compañeros. Pero bueno, esto era lo que teníamos que hacer.

–¿Cómo fue el operativo?

–La cocina de mi hermana era muy grande y tenía dos puertas comunicadas al living y a un pasillito. Entraron por las dos puertas. Lo que me contaron es que entraron por las dos puertas, de golpe, y se la llevaron. Eso está todo en el expediente.

–¿Américo no estaba ahí?

–No. Pero en ese momento, lo llamaron. Le avisan por teléfono, creo que uno de los hijos. En este momento no se lo puedo decir con propiedad porque a mí me cuesta recordar esto: yo nunca hablo del tema para poder seguir viva. Aunque le parezca mentira, la única manera en la que usted puede seguir viva después de ciertos sucesos que tienen que ver con el dolor, con el sufrimiento, es así. Porque yo al dolor lo conocí, al sufrimiento lo conocí, pero esto era otro tipo de padecimiento. Siempre estuve preparada para morir. Yo nunca tuve inconvenientes en luchar porque tenía conciencia de que la lucha es riesgo, pero el ser humano lo enfrenta porque se preparó para eso. Pero para un genocidio no se prepara nunca nadie, creo yo. Son treinta años que han pasado y todavía estoy como aquel día. ¿Comprende lo que le quiero decir?

–¿Cómo fue que Américo terminó secuestrado, si no estaba en la casa?

–Fue seguramente cuando lo llamaron, porque apenas lo supo, voló a casa de mi hermana. A su auto lo encontraron muy cerca, abierto y mal estacionado, como si hubiese parado de golpe. Américo tenía un puesto en el mercado de Villa Pueyrredón. Salió apenas lo llamaron y llegó en el momento que se la llevaban. Y se lo llevan también porque peleó. ¿Cómo iba a dejar que se lleven a su esposa? Además, estábamos a 10 de mayo: los secuestros eran permanentes. Ya había terror. Había pánico. No a lo mejor en el hombre común. Yo le hablo de la gente de la que yo recibía mensajes. Y todo era ¡pánico!

–Usted presentó dos testigos de cargo. Sayavedra era uno de los invitados a la cena de su hermana.

–Sayavedra dijo que los gritos partían el alma. Tenía una pierna ortopédica, y como le pegaron un culatazo se la desprendieron. Quedó tirado en un costado y escuchó los gritos de Américo que decía: “A mi señora, no; a mi señora, no”. Sayavedra era dirigente de la villa que había en el mercado Dorrego.

–¿Y vendía billetes de lotería?

–No era un vendedor de billetes. Era un honorable empleado municipal que fuera del horario del trabajo vendía la Lotería Chaqueña porque así tenía otro sueldito y porque éramos gente decente. Entonces, él llegó a la casa, va a tocar el timbre y ahí le caen. ¿Quién lo interrogó? El jefe del operativo al que identificó años después cuando se produjo la operación de los carapintadas. Ese día, Saya se aparece acá y nos dice que el jefe de los carapintadas era el jefe de esa noche. A Rico lo vieron en la tele. Lo vio Saya y la otra testigo. Los dos tardaron un día en decidirse y vinieron para acá: no crea que a la gente le es fácil. Hay mucho miedo.

–¿Cuales fueron las pruebas contra Rico?

–Yo tengo dos testigos. Yo soy querellante contra toda la junta militar. Rico querelló en contra de mis testigos con tres testigos falsos: tres militares que cuentan que ese día él estaba cenando burguesamente con sus familias. Ahora yo voy a ir contra todo lo que se me oponga. Porque Rico tiene que ir preso: tengo dos testigos de cargo, habilitados, diciendo cómo los maltrató personalmente él porque él era el jefe del operativo. Los soldados le decían: “Señor, señor, avise que hay una subversiva que baja del objetivo”.

–Esa persona era la otra testigo.

–Sí. Ella no alcanzó a entrar en la casa porque el operativo cayó cuando estaba cruzando la calle. Dice que parecían monos saltando de los camiones. Ella tenía diez hijos y llevaba uno en los brazos, y ese bebé se murió poco después de muerte súbita porque nunca más lloró después de esa noche. La casa estaba en Monroe 56, pero nunca paso por ahí: es muy difícil para mí porque mi hermana era como los colores del mundo. En la cultura de mi tiempo, una hermana mayor era como una segunda mamá. Aparte mamá y sobre todo papá, que era irlandés, nos crió con eso de que el mayor cuida el menor y ése al otro y al otro y al otro. Y todo es así en las familias irlandesas: ¡te podés matar a piñas, pero tenés que quererte! Yo recibía palizas, pero no podía protestar para nada.

El viernes el juez federal Alberto Juárez Araujo indagó a Aldo Rico en el marco de la causa. Aunque se especuló con su detención, el juez de San Martín declaró la falta de mérito. La respuesta del juez está tan relacionada con las idas y vuelta de la causa que Norma Kennedy no se sorprendió. “Estoy muy conturbada no porque me haya sorprendido la orden del juez sino porque la esperaba: no hay peor cosa que prepararse para la desgracia. Porque la sentís más a fondo, hasta el hueso, cuando llega. ¿Alguien me puede decir a mí que negocie la sangre de mi hermana?” dice.

Norma Kennedy pidió la reapertura de la causa de su hermana después de la muerte de su madre y luego de que Martín Balza, por entonces jefe del Estado Mayor del Ejército, aceptara la parte de responsabilidad que le correspondió al Ejército en la represión. Balza habló luego de que otros miembros de las Fuerzas de Seguridad reconociesen su participación en el genocidio de Estado. Lo había hecho Adolfo Scilingo y también uno de los imputados en la causa de Delia Kennedy: el ex sargento Víctor Ibáñez, guardia del centro clandestino de detención El Campito, en Campo de Mayo, donde hubo centenares de personas secuestradas entre 1976 y 1978 y donde habría estado su hermana. “Yo aproveché el momento en el que habló Balza –-recuerda Norma Ke-nnedy– para encontrar la forma de reabrir las causas. Con las leyes de obediencia debida y punto final no se podía hacer nada, pero yo pedí que más allá de las leyes, me permitan investigar qué había pasado con mi hermana. A mí Balza me pidió perdón por la muerte de mi hermana, pero yo dije: ‘No me pidas perdón, ¡si a mi hermana no la mataron en un accidente de tránsito!’”

–¿La causa avanzó a partir de ese momento?

–Claro. Yo aproveché eso porque hasta ahí me rebotaban. ¿Qué hice? ¡Corrí! Corrí a (al juez federal Adolfo) Bagnasco y conseguí abrir el expediente. Y de ahí fui a la Cámara de San Martín, que me rebotó, pero conseguí un voto favorable y con eso pude llegar a Casación y de ahí después de muchas peleas llegamos a este punto. Yo hice una investigación para saber dónde está mi hermana, dónde están sus restos, si es que la mataron. Eso no me lo puede negar nadie, querida.

–Entre la vuelta de Perón y el momento de la desaparición de su hermana, ¿usted dónde estuvo?

–Yo trabajaba en Bienestar Social sin un puesto importante.

–¿Usted estaba con López Rega y su hermana empezó a militar con la Tendencia?

–No, ella nunca estuvo en ninguna organización. Era amiga de personas porque todos habíamos militado juntos. De pronto, el que estaba acá se va para allá y aquel otro para otro lugar, pero cuando había huelgas antes de la Tendencia, mi cuñado colgaba un cartel en el negocio que decía: los huelguistas no pagan en este negocio. En cada huelga hacía lo mismo. Todos nos conocíamos y nos respetábamos. ¿Qué tiene que ver que cada uno piense como piense? Que le vaya bien. Defendete como puedas. Pero cuando ocurre Ezeiza, para ellos yo era la responsable porque tenía que haber estado del otro lado. Pero yo era peronista, estaba con el General.

–Con López Rega usted tenía una buena relación.

–No tenía relación. Cuando era ministro, yo ya no estaba. El general Perón no iba a voltear a su secretario privado y a su ministro por mí. Me lo dijo bien claro en Madrid. Yo tengo muchos enemigos. Si yo hubiese sido de esa mentalidad no hubiesen matado a mis hermanos.

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