Sáb 06.07.2002

EL PAíS  › PANORAMA POLITICO

Juego limpio

› Por Mario Wainfeld

El chiste viene de lejos y puede aplicarse a cualquier dictadura o democracia imperfecta. La memoria de este cronista lo ubica en Sudáfrica, en tiempos de rígido apartheid. Un líder revolucionario negro está preso, por razones perversas y discriminatorias. Hay enormes presiones internacionales para su liberación, que llevan al gobierno a decir que está dispuesto a concederle la libertad si se somete a una probation. El planteo hace disminuir la tensión... hasta que se conoce cuál es la probation. El líder revolucionario deberá combatir a finish con un león como si fuera en un circo romano, ante un estadio lleno, incluso con su propia hinchada, para que todo sea honesto. Si sobrevive, quedará libre. Se arma el escenario, comienza la lucha. El hombre es joven y ágil, alentado por sus partidarios demuestra que sabe moverse. Elude una y otra vez al león, en algún momento le tira arena a los ojos, le encaja algún patadón. Pasan los minutos, el hombre domina psicológicamente a la bestia a la que sigue golpeando y mortificando. De pronto, desde el palco oficial, las autoridades deciden cambiar las reglas: la pelea es despareja, hay que equilibrar. Se cava un pozo, se entierra al hombre, sólo su cabeza queda afuera. Se reanuda la brega. Se le abre la jaula al león que había sido retirado por un rato. El felino, furioso, sale a todo lo que da dirigido a donde está su rival. Este, prevenido, gira la cabeza, la mueve apenas y, en un rapto de feroz inspiración, le arranca los testículos de un mordisco. Hay rugidos de dolor, el león se encoge como un feto. Desde el palco oficial surge un grito unánime, dirigido al líder popular: “Tramposo, hijo de puta ¡peleá limpio!”.
Un sistema democrático es, en otras cosas, un conjunto de reglas que propenden a que haya juego limpio. Un sistema democrático en una sociedad capitalista concentrada como la argentina no genera desde el vamos juego limpio ciento por ciento. Hay varios escollos. El primero, de lejos, es la relación entre los poderes fácticos, empezando por los económicos. La plata descompensa la política y el financiamiento de los partidos políticos es un factor permanente de mala fe. El segundo es el poder del oficialismo: quien gobierna tiene recursos materiales y simbólicos de los que carece la oposición. Estos datos enturbian cualquier democracia, ni qué decir las de estas pampas.
Pero, por si fuera poco, los oficialismos de distinto tono son especialistas en alterar las reglas de juego en su propio beneficio, como los gobernantes de nuestro chistecito. El Pacto de Olivos derivó en una Constituyente en la que estaba prohibido discutir lo esencial y envició la política nacional. Desde entonces, peronismo y radicalismo estuvieron mucho más próximos a ser dos alas de un mismo partido que dos contendientes (lo que se demostró cada vez que hubo que votar de consuno cualquier vejamen a la libertad o la propiedad de los argentinos) pero todo fue presentado de modo capcioso, tramposo, como si hubiera competencia y hasta alternancia.
La representatividad de los gobernantes se esmeriló al extremo por sus pésimos desempeños, por el burdo incumplimiento de las promesas y de los contratos implícitos con los ciudadanos. Para redondear, se produjo una auténtica revolución subversiva: dos gobiernos incautaron depósitos bancarios y además mataron gente en la calle en represalia ante movilizaciones populares. Muy bajo cala en representatividad el gobierno de Eduardo Duhalde que en esta semana convocó a elecciones, un juego esencial en la democracia, pero que por sus características tienden a evocar el combate con el león, también reglamentado por el gobierno.
Hablamos de la decisión de fijar fecha de elecciones anticipadas sólo para presidente y vice. Decisión que –no vaya a ser cuestión, total estamos en familia– no fue documentada en incómodos decretos o leyes. El escenario que propone el Gobierno es el de un sucesor que gobierne en pasmosa debilidad seis meses con el actual Congreso, ámbito desacreditado si los hay. Y en el que los peronistas y los radicales cuentan con más legisladores que los que tendrían si hubiera elecciones de renovación. Casi una sentencia de muerte a plazo fijo para quien gane las elecciones si no es oficialista. Casi una pelea con el león.
Para ponerle la cereza al postre los legisladores de uno y otro partido, en importante mayoría, se aferran a la letra de la Constitución para permanecer en sus bancas. Un fervor legalista que estuvo ausente cuando confiscaron los depósitos, decretaron el estado de sitio y votaron sandeces inconstitucionales como el déficit cero o la pesificación asimétrica.
El radicalismo, que teme a las urnas que se supone eran su razón de ser, casi no tiene fisuras a la hora de defender sus derechos corporativos. En el PJ hay más división: varios integrantes del Ejecutivo (algunos aseguran que el propio Presidente), Carlos Reutemann, Felipe Solá, Néstor Kirchner y José Manuel de la Sota quieren la renovación de todos los mandatos. La decisión del gobernador santafesino de ayer (ver página 3) ilustra que está decidido a avanzar en ese sentido.
Los demás gobernadores justicialistas pidieron renovación total de mandatos, si que con cautela, en el documento que le entregaron el miércoles a Eduardo Duhalde. Los gobernadores, los presidenciables.., no es casual. Se trata de las figuras de más predicamento del oficialismo, incluyendo a su principal presidenciable. Son los que tienen (o creen tener) futuro. Quieren seguir en política y están dispuestos a cambiar algo.
Los más irreductibles son los que ocupan las bancas. Quieren prolongar la cuenta regresiva de sus privilegios y fueros. Quieren postergar el regreso a sus lejanas provincias, a la bronca de sus vecinos, al desprestigio cotidiano de cara a quienes los votaron.
La democracia local está en severo riesgo, a tal punto que las próximas elecciones tienen el tono de ser su última oportunidad, siendo optimistas. La irresponsabilidad institucional del Gobierno que convoca a una competencia muy distante del juego limpio abreva, queda dicho, en dos fuentes, su propia conveniencia y la defensa corporativa de los intereses de un conjunto de malos legisladores que deberían tener la dignidad de ofrecer sus renuncias pero que están para la chiquita. Una actitud que tiene exasperante paralelismo con la de los integrantes de la Corte Suprema que defienden su lugar a costa de la paz social.
Para quienes integran la oposición la situación es peliaguda. Aceptar el convite tal cual implica, sobre todo para Elisa Carrió –principal competidora según las encuestas– un riesgo virtual pero temible: el de ganar para quedar pintada frente a un Legislativo hostil, salvaje y sin nada que perder. O dejar a quienes desdeñan al actual oficialismo sin boletas que los representen. El abstencionismo intransigente que, recuperando la verba yrigoyenista, propugna la diputada chaqueña, puede ser una formidable herramienta para intentar mejorar el escenario pero también puede servir para vaciar aún más a la democracia. Se trata de un tema arduo, que requiere elaboración, debate, análisis colectivos bien profundos. El voto bronca, se lo llame como se lo llame, y así se conduzca desde alguna fuerza política determinada (lo que no ocurrió en octubre de 2001) tal vez no alcance para cambiar la política y –acaso– ni para contener a los descontentos.
Los modos de la lid, abstención o participación, están abiertos a debates. El firmante de esta columna, ante una polémica que considera no dilucidada, parte de la base de que en general la tribuna quiere participación y no solo abstención. Pero todo está por verse y en estado de asamblea en una sociedad convulsionada.
La oposición política está condenada a jugar en el circo que otros armaron. Otros que serán capaces de denunciar trampa, sobre todo si van perdiendo. Condenan a millones a la desocupación y luego gritan ¡trampa! si hacen piquetes en vez de huelgas. Matan de hambre a los trabajadores, los dejan en abrumadora disparidad con los empresarios y gritan ¡trampa! cuando ocupan las calles en vez de confinar el conflicto gremial al lugar de trabajo, donde están perdidos. Vacían de contenido a la democracia, se igualan todos manoseaos en el mismo lodo y luego dicen que quienes quiebran las reglas de juego son los que reclaman que se vayan todos.
Con estos bueyes hay que arar. Los gobiernos de por acá arman las competencias para que sólo sean un simulacro, para que el león se coma al hombre. Habrá que ver si los que están en contra serán capaces de aglutinar las agallas, la destreza, la suerte y la tribuna adicta que les permitan cambiar la historia.

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