EL PAíS › DISCUSION SOBRE SI EL CANDIDATO SERA KIRCHNER O CFK
Según los sondeos del Gobierno, la senadora se consolida como ganadora en primera vuelta, sea quien fuere su contrincante. El debate es sobre la carencia de cuadros políticos que puedan sostener con votos propios un proyecto de centroizquierda a largo plazo.
› Por Sergio Moreno
¿Es acaso la discusión –fomentada desde la Casa Rosada– acerca de si el candidato a Presidente por el oficialismo en 2007 será Néstor o Cristina Fernández de Kirchner una frivolidad o una maniobra distractiva? ¿Guarda interés alguno para tomar decisiones prácticas para la oposición? ¿O es la muestra de una falencia que el oficialismo ha decidido mostrar como un elefante en un bazar, llenando el bazar de elefantes? El ex ministro Roberto Lavagna, ya se dijo la semana pasada en esta columna, asigna especial interés a esa resolución, aunque las consecuencias sobre su hipotética resolución (ser candidato o no) se minimizan ante el desafío a aceptar a la hora de correr una carrera presidencial. Las hipótesis de la cortina de humo o de la frivolidad poco tienen que ver con la realidad de las discusiones que existen en la Casa Rosada: una vez más, como cuando fue tentada para ser candidata a senadora por la provincia de Buenos Aires, CFK refracta la chance tanto como entusiasma a su marido, el Presidente, quien cuenta con sondeos donde la dan ganadora en primera vuelta, sin ballotagge. Lo que evidencia esta historia –cuya génesis fue dada a conocer aquí en 2003–, sin necesidad de escarbar demasiado profundo, es la historia de una carencia: el kirchnerismo está ayuno de cuadros que pudiesen reemplazar a Kirchner o a CFK, con la cantidad de votos necesarios, para continuar con el proyecto que discuten no más de cinco personas en las mesas más estrechas del Parnaso del poder nacional.
Otras urgencias acuciaban a los recién llegados a la Rosada tres años y medio atrás, y estaba muy bien que su atención se posara compulsivamente en dichos menesteres. Las cosas cambiaron radical y afortunadamente para el Gobierno y la sociedad, que mutaron su escenario doméstico a la hora de la construcción de la política. Es quizá por eso que determinadas alquimias distritales no sólo arrepiaron la dermis de las clases medias kirchneristas sino que sembraron de dudas a ciertos sectores de la intelligentzia oficialista, ilusionada con el destierro de ciertas praxis políticas extremadamente acendradas en el peronismo más cerril y el caudillismo provincial más rancio. Esta discusión atraviesa los pasillos del ágora y se instala en las petit tables de debate en la Rosada y Olivos. Veamos el cariz que adoptan algunas de esas argumentaciones.
Alejado del abismo de diciembre de 2001, reconstituido entre 2002-2003 el poder presidencial, los sectores medios argentinos, junto a su poder de compra y consumo, su arraigada simpatía por la autoridad inmensa y mayestática que le propuso a fuerza de exposición y aciertos de gestión, la joven institución presidencial surgida de aquel raquítico pero rendidor 22 por ciento electoral obtenido por Néstor Kirchner. Uno de los estrategas más lúcidos del oficialismo hoy colige, en diálogo con Página/12, que el comportamiento social dista del capricho cuando evalúa la performance socio-económica de las mayorías. “La sociedad –acomete– no pone en cuestión a los políticos oficiales cuando hay crecimiento y mejoría de los indicadores socio-económicos. A la oposición sí y he aquí que vemos un inusitado nivel de crítica hacia esos sectores. Ante cada tenida, el votante pide calidad institucional a los opositores, en todo, en la confección de sus listas, en el planteo de sus propuestas. Todo eso que aparece como reclamo en los centros urbanos al oficialismo antes de las elecciones, se vuelve contra la oposición, porque se le exigen respuestas, creatividad, algo más que griterío y buen nivel de candidatos.” Contrariamente a las exigencias sobre la oposición, los electores piden al oficialismo efectividad en la gestión. Pero acá entramos de lleno en el debate sustancial de los kirchneristas preocupados por consolidar un proyecto de crecimiento nacional a largo plazo, más allá de los ciclos que impone la política o la economía mundial.
Un integrante del Gobierno sumergido en estos galimatías estratégicos intuye la raíz del problema. Dice: “El problema serio con el kirchnerismo es que no tiene cuadros propios con votos (remarca la posesión como condición sine qua non para encarar cualquier empresa exitosa): sólo tenemos a Kirchner y a CFK, no queda nadie más. Por eso esa orfandad y esta discusión que por momentos es blindada y por momentos no, sobre si el candidato será Kirchner o CFK puede aparentar frivolidad, pero marca un grave menester en las filas oficialistas”, pontifica el consejero.
¿Qué es un cuadro?
El término remite a un líder que puede expresar representativamente la voluntad de amplios sectores sociales, un espécimen que casi desapareció cuando se precipitó el meteorito de diciembre de 2001, dejando a la Argentina ayuna de dirigencia política, gracias a la faena que había desempeñado desde el comienzo de la transición democrática. El kirchnerismo llegó cargado de ambiciones de cambio que en parte concretó en octubre de 2005, destruyendo al duhaldismo (aunque no a su aparato), fagocitándolo. Los resultados de tal digestión aún están por verse y ese es uno de los puntos de este debate en marcha intramuros del poder.
La capacidad de sorpresa de aquel primer kirchnerismo parece haberse opacado un tanto. Hay quienes, como el confidente consultado, sostiene que a excepción del Presidente y su mujer –con una capacidad electoral envidiable y de difícil construcción– poco y nada se hallará en el campo. Otro integrante del gabinete nacional con matices tributa a esta misma teoría. “¿Qué significa que no tenemos cuadros? No los tenemos en el sentido de la sorpresa, en el sentido de generar una política novedosísima nombrando jueces de la Corte Suprema de la categoría de Eugenio Raúl Zaffaroni y de Carmen Argibay –por citar ejemplos–, o a (María José) Lubertino al frente del Inadi, que va a introducir más que un revulsivo ahí adentro, en el buen sentido; cuadros políticos-teóricos que mantendrán una política económica desarrollista, con intervención del Estado cuando sea necesario, de crecimiento y cuyo norte sea la preocupación por la mejora en la distribución del ingreso; cuadros que quieren romper con el status quo establecido, dentro de márgenes lógicos, pero con la audacia necesaria para reformular la política doméstica en la Argentina. Por ejemplo, no quedarte con Juan Schiaretti en Córdoba si podés quedarte con Luis Juez, o con el Pichi Campana (ex estrella nacional del básquetbol). Nadie dice que estos dos sean los nuevos Metternich del s. XXI, pero tampoco son Manolos Quindimil; y si no nos sacamos de encima, rápido, a los Quindimil, se nos va el tren”, se aluna el ministro.
Algunos pareceres
El jefe de Gabinete de ministros, Alberto Fernández, expuso ante algunos confidentes cercanos estas carencias, coincidiendo en las partes menos tranquilizadoras. Se lo ha escuchado decir que en el Gobierno “hemos desarrollado buenos cuadros de gestión. Carlos Zannini (secretario de Legal y Técnica), Julio De Vido (ministro de Planificación Federal), Felisa Miceli (ministra de Economía), y hasta yo mismo. Pero ninguno de nosotros tiene votos, al menos la cantidad necesaria para garantizar la consecución de un proyecto a largo plazo. Hay que destacar que a muchos de los nombrados –y varios se me escapan– ni nos conocen las caras. Fue una necesidad de la hora la de atender la hecatombe post 2001. Ahora, con otras elecciones casi encima, vemos las falencias: estamos otra vez ante la paradoja de la frazada demasiado corta”, dice el ministro coordinador.
Para continuar con la imagen, la frazada hace pendular aún más al peronismo, tan dado a los vaivenes en lo que va de la apertura democrática y tras la experiencia traumática del latrocinio menemista. Nada garantiza que una miríada de dirigentes hoy kirchneristas muten nuevamente a las formas que habían adoptado a comienzos de los ‘90, Versache incluido.
Kirchner suele decir que la dirigencia –especialmente la peronista– cambió mucho, que “es sorprendente”. Cuando uno mira su acción, la del peronismo, como va quedando tras el cincel patagónico, poca diferencia ve en esos cambios: una praxis semejante a la del más cerril duhaldismo (si el espécimen proviene allende la General Paz) o un pragmatismo temerario cuando de defender intereses particulares se trata. Acaso la negativa de un condottiere conservador como Carlos Reutemann ante el centésimo pedido de la Casa Rosada (producido en este último viaje a Nueva York) para que encabece la fórmula oficialista en Santa Fe (dando un ejemplo paradojal de “nueva política” a quienes trataron de erigirse en sus adalides) derrame un poco de vergüenza que, en el anquilosado peronismo, tiene menos peso específico que una encuesta verosímil.
A concertar
Con estas bambalinas, ¿qué es esto de la concertación plural impulsada por el kirchnerismo? Aparenta ser un buen intento de manutención del poder a partir de un proceso electoral, pero su alcance no excede más que ese postulado. Es un armado táctico, coyunturalista. Los radicales (ellos mismos lo dicen en los diarios) tras las elecciones podrían volver a su partido si es que les conviene más y el pragmatismo de Raúl Alfonsín vuelve a abrirles las puertas.
La tan meneada concertación aparenta carecer de las características de un proyecto de largo plazo –o tan siquiera mediano– ni tributa para mejorar a futuro la institucionalidad del país. Veamos el caso de la provincia de Buenos Aires donde, se quejan en la Casa Rosada, no hay un cuadro auténticamente kirchnerista que tome la herencia de Kirchner-CFK (si bien puestos en términos hereditarios puede sonar un tanto trágico y poco democrático) y pueda liderar con votos el proceso. Según el senador José Pampuro –este último uno de los interesados del desenlace de los episodios en el distrito más poderoso del país– el gobernador Felipe Solá no contaría con la total confianza de Kirchner porque “no le garantiza lo que hará en 2011”. ¿Felipe presidente? ¿Y con qué modelo? ¿Aquel conurbanero que aprendió del duhaldismo o el que le podrían imponer de sus restos culturales, que es lo que con más evidencia surge en el territorio? Pampuro lejos está de querer confrontar con el gobernador. Tampoco con el ministro del Interior, Aníbal Fernández, otro de los aspirantes, pero accede por este laberinto a las conclusiones sobre las carencias kirchneristas para la construcción de un proyecto que pueda modificar las anquilosadas estructuras de la política nacional.
Ya son varios los dirigentes que sostienen que en la provincia hay que patear el tablero, darla vuelta como un guante, de extremo a extremo, institucionalmente, modificar su Constitución, la de sus legislaturas, sus mandatos. Si se quiere, dividir la provincia, “veremos en cuántas partes”. “Hay que abrir un debate que posibilite una mejora de la calidad de vida general de la gente; ahora esa provincia es un infierno. Mejoró pero dista mucho de ser un hábitat amable para los bonaerenses”, dice un destacado dirigente territorial.
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