EL PAíS
Contra la prepizza económica que el Fondo le impone a la Argentina
Dani Rodrik, con cátedra en Harvard, rechaza la pretensión de montar sobre el fracaso neoliberal una versión ampliada del mismo recetario. Muestra cómo sólo tuvieron éxito los países que diseñaron estrategias de crecimiento adecuadas a sus circunstancias.
› Por Julio Nudler
“La actual obsesión con los bancos centrales independientes, los tipos de cambio flexibles (flotantes) y la fijación de metas de inflación no es más que un capricho.” Esto dice Dani Rodrik, profesor de economía política internacional de la Universidad de Harvard, sobre esas estrategias que ahora mismo le está imponiendo el FMI a la Argentina, entre otras economías en crisis. En un reciente escrito en el que plantea “¿Después del neoliberalismo, qué?”, este economista que es coordinador de investigaciones del Grupo de los 24 muestra que el recetario neoliberal no produjo crecimiento en los países subdesarrollados. “No es que haya generado crecimiento a costa de una mayor pobreza, más inequidad y degradación ambiental –afirma–, sino que fracasó en proporcionar la expansión económica que el mundo necesita para enfrentar esos problemas.” Para este pensador crítico, “el neoliberalismo es a la economía clásica lo que la astrología es a la astronomía”, como bromea con desprecio.
Ante el obvio fracaso del Consenso de Washington, decálogo neoliberal compendiado a fines de los ‘80 y que rigió los pasos de Carlos Menem y otros dirigentes regionales, sus defensores sostienen ahora que lo que falló es la aplicación. Por ende, han elaborado un Consenso ampliado (ver aparte), que incluye profundas reformas institucionales y resalta la necesidad de “buen gobierno”. En esta visión encajan propuestas como la de Rudiger Dornbusch y Ricardo Caballero (ver nota central en estas páginas), que apuntan a convertir a la Argentina, en todo caso como prueba piloto, en una especie de protectorado, transfiriendo la conducción de la economía a un pelotón de tecnócratas importados.
Citando diversos casos, que estudió profundamente, y entre ellos el chino, Rodrik afirma en cambio que el pasaje hacia un alto crecimiento económico muy rara vez se logra con la aplicación de esquemas importados. Casi nunca abrir la economía al comercio y a los flujos de capital juega como un factor detonante del crecimiento. Suele cumplir sí ese papel una combinación de innovaciones institucionales no convencionales, con algunos elementos tomados del recetario ortodoxo. “Lo que el mundo necesita ahora es menos consenso y más experimentación –asegura Rodrik, en rechazo del pretendido uniforme que a todos sienta por igual–. Las agencias multilaterales deberían mejorar la capacidad de las democracias nacionales para acometer esas innovaciones.”
En América latina –según repasa el autor– sólo tres países han crecido más rápidamente en los años ‘90 (apogeo del pensamiento único) que en el período 1950-80. “Y uno de esos tres países –relata– fue la Argentina, cuyas esperanzas de salvación económica a través de la integración financiera con el mundo yacen ahora en ruinas.” Pero los ejemplos sobran. Entre las antaño economías socialistas, la producción real sigue estando hoy por debajo de su nivel de 1990 (año sandwich entre la caída del Muro y la disolución de la URSS), salvo en cuatro. Pero incluso en Polonia, el caso sin duda más exitoso, los índices de pobreza son más altos que cuando la rebelión obrera en los astilleros de Gdansk.
Además de sufrir una creciente injusticia social, la mayoría de los países que adoptaron la fórmula del Consenso de Washington fueron estremecidos por severas crisis financieras, incluida por supuesto la Argentina, y más de una vez. “Los pocos casos de éxito se han presentado –recuerda Rodrik– en países que marcharon a su propio son y distan de ser modelos de neoliberalismo.” Se trata de China, Vietnam e India, “que violaron virtualmente todas las reglas del manual neoliberal, aunque se moviesen hacia una economía más orientada al mercado”.
Para este economista que también impartió cátedra en la Universidad de Columbia, la globalización, tal cual es hoy, se maneja con una agenda sesgada, que privilegia excesivamente la liberalización en el comercio y en los mercados financieros, no prestando atención alguna a los mucho mayores beneficios que podrían derivarse de liberalizar el comercio enservicios mano de obra intensivos, que los países subdesarrollados pueden vender en cantidad. Rodrik escribe que esta globalización “ignora la legítima necesidad de los países subdesarrollados de contar con espacio y autonomía para definir sus propias estrategias”.
De la lectura de este artículo, en el que Rodrik enfatiza las particularidades de cada economía y el absurdo de imponer a todas una misma prescripción, surge una especulación: ¿no será uno de los problemas de la Argentina la formación de la mayoría de sus economistas, impregnados en sus posgrados, por lo general cursados en Estados Unidos, de esquemas que no pueden funcionar en las peculiares condiciones de la economía local? De todas formas, antes del auge neoliberal Latinoamérica tampoco fue un suceso, a diferencia del extremo oriente asiático.
Quizá la diferencia haya residido en que los gobiernos asiáticos proveyeron a sus empresas en los años ‘60 y ‘70 tanto de promoción (zanahoria) como de disciplina (garrote). En cambio, en el desarrollo latinoamericano, basado en la sustitución de importaciones, hubo mucha promoción y muy poca disciplina. Esta llegó en los ‘90, pero a través de la apertura comercial, mientras se evaporaba la promoción, con tremendos efectos destructivos.
“Los mercados no se crean a sí mismos, ni pueden autorregularse, autoestabilizarse ni autolegitimarse”, sostiene Rodrik, para quien el crecimiento económico requiere más que un estímulo temporario a la inversión y a la iniciativa empresaria. Su énfasis es la gestación de instituciones que luego sostengan ese crecimiento. Pero tales instituciones “tienen un fuerte elemento de especificidad: descubrir qué cosa funciona localmente requiere experimentación... Esa especificidad –apunta– explica por qué países como China, India, Corea del Sur y Taiwan entre otros siempre combinaron elementos heterodoxos con políticas ortodoxas.”
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