Estaban dirigidos a los asistentes de la concentración de plaza San Martín. Fueron unas ciento cincuenta personas que se reunieron muy cerca del acto principal, del que los separaban pocos metros y un gran operativo policial. Hubo varios cruces verbales.
› Por Laura Vales
La camioneta de sonido, una combi con dos parlantes en el techo, avanzó entre las banderas rojas hasta quedar frente al cordón policial. Dos adolescentes bajaron de ella un par de mesas. Las llevaron hasta el medio de la calle y le tiraron una alfombra encima: ya estaba listo el palco para el contraacto. Luego ayudaron a trepar a un presentador.
–Compañeros –dijo él una vez que le alcanzaron el micrófono–, hacemos esto para que los genocidas nunca puedan volver a esta plaza.
“A-se-si-nos”, gritó el grupo que lo rodeaba. En la esquina de la avenida Santa Fe y San Martín se habían reunido unas ciento cincuenta personas, integrantes de Convergencia Socialista, el Movimiento Argentina Rebelde, el Teresa Rodríguez-Cuba y la Asamblea. Llevaban carteles con un mensaje para los participantes del acto promilitar: “Devuelvan a Julio López”. Y tapizaron el asfalto con volantes por “castigo a todos los culpables”.
Apenas cien metros los separaban de la plaza San Martín, donde ya sonaban los salmos preparatorios del otro acto. En ese corto terreno, la Federal había puesto dos camiones hidrantes, cinco celulares y gran cantidad de patrulleros: el operativo no ahorró en despliegue. Pero era, a la vez, un operativo poroso: cualquiera podía atravesarlo, caminar desde un acto hasta el otro. Y de hecho, muchos lo hicieron, por curiosidad o provocación. Parados sobre el cordón de la vereda, observando el contraacto de la izquierda, dos sesentones de traje a cuadrillé y porte militar comentaban la vista.
–No se dieron cuenta de que el comunismo se terminó –dijo uno.
–¿Cuántos son? –preguntó el otro, con una risita. Pero no llegó a completar el cálculo, porque desde los parlantes del camioncito alguien gritó hacia la plaza: “A esa bandera argentina ustedes la mancharon de sangre. A esa bandera no la pueden levantar”.
-A-se-si-nos –volvieron a corear desde las filas de la izquierda.
-Ven-de-patrias –les contestaron los de traje.
-Cu-ca-rachas –dijo el de la risita. Y en voz más baja: –Con las cucarachas no se conversa.
No era el primer momento de tensión entre los dos actos. Media hora antes, las columnas se habían cruzado en el otro extremo de la plaza hasta quedar enfrentadas. Allegados a los militares retirados gritaron “asesinos” a los de Convergencia Socialista y recibieron como respuesta cantos con la consigna “Paredón”.
Pero ahora, ya en pleno contraacto, los oradores de la izquierda empezaban a hablar. Todos pidieron cárcel para los genocidas y criticaron la gestión de Kirchner. “Tiene la intención de juzgar a muy pocos, de castigar a menos y de preservar el aparato represivo”, sostuvo Juan Carlos Beica, de Convergencia Socialista. Habló también Oscar Kuperman, del MTR-Cuba: “Estamos repudiando a los que saquearon y torturaron”. Y Rubén Saboulard, de la Asamblea de San Telmo: “Ustedes, que hicieron del robo de bebés una política de Estado, no tendrían en ningún país civilizado del mundo derecho a hablar”. Beica cerró el acto con unas palabras para los policías del cordón, a quienes llamó a “defender al pueblo”. “Si alguno entendió el mensaje, va a ser parte de las milicias civiles”, vaticinó, surrealista. El contraacto ya terminaba. Cuando las columnas se desconcentraron, un escuadrón de barrenderos de Cliba peinó la esquina con sus escobillones, hasta que en el asfalto no quedó ni un solo volante.
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