EL PAíS › OPINION
› Por Franco Castiglioni
Aunque los hechos de San Vicente nos lleven a comparar la situación con los acontecidos en Ezeiza en 1973, sería una consideración absolutamente fuera de lugar, porque en aquel momento coexistían dos modelos ideológicos en disputa permanente que se reconocían en la patria socialista y en la peronista. En este caso hubo una diferencia esencial, porque la identidad de los grupos presentes tuvo una gran carencia de ideología. Es decir que los sectores que presenciaron el acto podían sentirse unidos al cantar todos la marcha peronista o al vivar el paso de la cureña con el féretro de Perón, pero no por eso compartían una idea en común. Lo que se vivió fue la expresión de una interna sindical que se mostró en el despolitizado nivel de las barras bravas. De manera tangible, no existió ni existe una confrontación de proyectos ideológicos, sino una pelea por espacios de poder. El resultado quedó a simple vista: el efecto transformador del peronismo se extinguió en San Vicente, quedó en evidencia que hoy no es más que una camiseta sin consenso ideológico, perdió el panorama de su proyecto. Aun así, de esta gresca lamentable se puede sacar algo positivo, porque sobre la base del pueblo peronista que necesita que lo hagan partícipe de un porqué y un hacia dónde ir, el Gobierno puede hacer un llamado a un gran debate para comenzar a delinear la implementación de una estructura democrática amplia. El gobierno nacional, por cuestiones tácticas, tejió alianzas con sectores que él mismo llama la “vieja política”. Tiene que cuidar que estas alianzas no esmerilen sus definiciones políticas. Tiene que saber aprovechar que lo central de su propuesta no está cuestionado. Sobre este peronismo agotado se puede abrir una instancia de discusión para intentar construir un partido que contenga nuevas ideas. Hacer del Frente para la Victoria un espacio en el que sus integrantes puedan participar en el armado de este contenido, que no sea todo definido a partir de las declaraciones del Presidente. Es necesario enraizar el debate en la sociedad para que los partidos sean nuevamente su representación. Para eso hace falta no temerle a la discusión y convocar a la mayor cantidad de participantes para enriquecerla. Es fundamental que incentive un debate en el que sean las aristas ideológicas y culturales de esa identidad, en este caso peronista, las que estén en juego, para poder potenciarlas. En Argentina no estamos acostumbrados a que en los partidos las ideas sean más importantes que los individuos. Este es un buen momento para hacerlo.
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