EL PAíS › OPINION
› Por María Josefina Casado
Este mes de octubre las Abuelas de Plaza de Mayo cumplieron 29 años. ¡¡¡29 años!!! Fueron 29 años de transformar el dolor a fuerza de coraje, de imaginación, de tesón, de terquedad. De una cerril y bendita terquedad. De una terquedad sin límites que nunca imaginaron los represores. Nunca lo imaginaron quienes hace ya más de 30 años cometieron las prácticas más sanguinarias que dictadura alguna en nuestro país llevara a cabo. Prácticas que se cobraron miles de vidas. Silenciadas en su dolor, en su final. Y silenciadas también en sus proyectos, en sus amores, en sus quereres, en sus andares.
Esas vidas silenciadas fueron las vidas de los hijos de las Abuelas, de nuestros compañeros, de nuestros hermanos, de los padres de aquellos bebes hoy jóvenes que buscamos junto a ellas.
Se llevaron sus hijos, se quedaron con sus nietos.
Quisieron echar sal sobre la tierra arrasada por los siglos de los siglos. Quisieron borrarlos de la faz de la tierra y de la memoria de todos y consumar la desaparición total en sus hijos.
Pero estaban las Abuelas.
¿Alguna vez pensaron los dictadores que las Abuelas iban a seguir? ¿Que iban a seguir y seguir y seguir?
No contaron con que estas mujeres, Madres, Abuelas, jóvenes aún entonces, no cejarían. Ni por asomo pensaron que no se iban a resignar a llorar a sus hijos y sus nietos desaparecidos. Ni se les ocurrió que a la pregunta de dónde están nuestros nietos iban a sumar otras y otras y otras: si los encontramos, ¿cómo sabremos que son ellos? ¿Cómo los identificaremos con el paso de los años? Y si los encontramos y los identificamos, ¿quién les contará sobre sus padres?
Y así, en esa marcha inventaron las respuestas: profundizando los conocimientos sobre el ADN los genetistas descubrieron que se podrían identificar a los nietos y encontrar el índice de “abuelidad”. Y exigieron al Estado que creara el Banco Nacional de Datos Genéticos que guardara las muestras de sangre de los familiares biológicos que permitieran esa identificación sin dudas. Y también lograron la institucionalización de la búsqueda en la Conadi (Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad).
Y recurrieron a la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA para dar a luz al Archivo Biográfico Familiar de Abuelas de Plaza de Mayo, que al igual que el Banco Nacional de Datos Genéticos encierra la otra parte de la identidad que no está en la sangre: las voces que cuentan las vidas, las historias familiares, las militancias, los amores, los dolores.
Las Abuelas inventaron preguntas y respuestas. Y se dirigieron a la sociedad y a los jóvenes que tenían la edad de sus nietos. Los llamaron. Les preguntaron “¿vos sabés quién sos?”. Les dijeron “entre todos te estamos buscando”. Usaron todos los lenguajes: la música, el teatro, la tele, la radio, el fútbol. Fueron a todos lados, se subieron a todos los escenarios, tomaron todos los micrófonos. Y así, lentamente muchos nietos fueron oyendo el llamado, tuvieron dudas, se buscaron y se encontraron. Entre ellos Sebastián, nuestro sobrino, el hijo de nuestro hermano Quinto y su compañera Adriana.
Por Sebastián, por Quinto y por Adriana, y por Horacio y Juan y Victoria y Pedro y Marcos y Alejandro y Natalia y Leonardo y Victoria y Marcelo y María de las Victorias y Manuel y María José y Claudia y Guillermo, y “por todos ellos y por los que aún dudan o todavía no”, por sus padres, por mantener viva esta búsqueda, por seguir reclamando justicia sin aflojar. ¡Gracias, Abuelas!
* Miembro del Archivo Biográfico Familiar de Abuelas de Plaza de Mayo, hermana de Quinto y Mariela, cuñada de Adriana y Pedro (todos ellos desaparecidos), tía de Sebastián Casado Tasca, que recuperó su identidad el 9 de febrero de 2006.
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