EL PAíS
› OPINION
Ideas falsas
› Por Martín Granovsky
Existe la impresión falsa de que Mauricio Macri está haciendo política por primera vez en su vida. No es cierto. En 1990, en nombre del grupo empresario Socma, presidido por su padre, estuvo ligado a un escándalo que involucró al entonces intendente de Morón, el hipermenemista Juan Carlos Rousselot. Rousselot fue destituido después de adjudicar un plan de cloacas a Socma, de acuerdo con un convenio firmado con Mauricio Macri. Rousselot volvió a la intendencia en 1991, fue reelecto en 1995 y así pudo insistir en el plan de cloacas. Macri es un gran admirador de esa etapa menemista donde se definió el proceso de concentración. Su crítica no va al fondo de la Argentina que diseñó Carlos Menem. Sólo suele cuestionar que los recursos de las privatizaciones “se despilfarraron”.
Otra impresión falsa es que, en el fondo, Macri no sabe qué país quiere y que por eso calla, se conforma con preparar equipos y no arriesga definiciones. Tampoco es verdad. En abril último, en un reportaje que le hizo María Laura Santillán, un Macri dijo que la falla de la dirigencia argentina es que “entre todos no hemos logrado generar una realidad que derrame hacia abajo un mínimo bienestar”.
La teoría del derrame la aplicó la dictadura de Augusto Pinochet en Chile. Consistía en decir que el solo crecimiento sería suficiente para que la nueva riqueza rebalsara y se derramara desde arriba. En Chile no funcionó: crecieron los pobres, que sólo el gobierno del socialista Ricardo Lagos pudo reducir. Y en la Argentina, no se ve otro derrame que las monedas de cincuenta centavos o un peso que llevan los automovilistas para dar limosna en las esquinas.
Es fácil adivinar cuál sería la respuesta de Macri a estos datos de la realidad. Podría decir que la Argentina no debe quedarse en el pasado. Podría argumentar que es un tipo moderno, moderado, actualizado y práctico. De ideología, nada, como si no hubiera ideología en la teoría del derrame. Como si los consultores de un candidato, o incluso buenos economistas, pudieran suplir el instinto que el político lleva bien adentro. Un instinto que, en el caso de Macri, lo acerca más a los grupos que vivieron del Estado que a la idea de un Estado eficaz para controlar a los grandes grupos económicos.
Sin la competencia de Patricia Bullrich, que es sólo un caso de picardía personal y no de proyecto político, ni la de Ricardo López Murphy, dogmático en su austeridad fiscal, Macri tiene condiciones para disputar el espacio de centroderecha que habitaron alguna vez Alvaro Alsogaray, Adelina Dalesio de Viola o Domingo Cavallo. Resta saber si el peronismo está tan destruido que será Macri, o Menem, el que represente el otro polo frente a Elisa Carrió.