Dom 14.07.2002

EL PAíS  › LA RENUNCIA DE REUTEMANN BENEFICIA A CARRIO Y PONE EN CRISIS AL PJ

Cuando un amigo se va

Los límites que se fijó Reutemann. Menem mete miedo. Rodríguez Saá con mejores chances. Carrió ahora está decidida. Sus escenarios, sus profecías, sus seguridades. El Gobierno tildado. Otro grano para Lavagna.

› Por Mario Wainfeld

Al fin y al cabo el hombre demostró tener un límite, un tope a la omnipotencia, a la ambición de poder, a la desaprensión respecto de los medios. Al fin y al cabo, Carlos Reutemann no estuvo dispuesto a llegar de cualquier modo, para hacer cualquier cosa, con cualquier aliado, a cualquier costo. Una serie de pruritos que lo distinguen éticamente de muchos de sus colegas y compañeros. Tal vez por eso, la primera reacción de la gente del común, reflejada en apurados sondeos, fue favorable a su decisión de correrse de la carrera presidencial.
Pero conviene no exagerar. También es cierto que al renunciante le faltó madera de político, decisión de pelear, voluntad para cambiar eso que lo hizo apartarse, es decir eso que lo quebró. Y que cabría preguntarle adónde estuvo y hacia dónde miró durante diez años en los que fue niño mimado del sistema de horror que, cabe reconocerle, en un momento cúlmine se negó a ayudar a perpetuar.
Por añadidura, cuando procuró explicar su retiro mediante un precario discurso invadido por metáforas simplistas –automovilísticas, camperas o bélicas– desnudó pasmosas limitaciones. Patético fue el modo en que la comunicó, torpes sus fundamentos, frío su modo, ausente. Ni la pasión ni el raciocinio de nadie pudieron ser estremecidos por la voz carente de modulación (cual la de algunos preadolescentes) de un hombre que daba un paso histórico y parecía ser el único en no registrarlo.
Quienes lo vieron más de cerca pueden añadir algunos datos que inducirían a la ternura si no dieran pena. Tal la obsesión del preprecandidato por su falta de pedigree peronista, tópico que lo obsesionaba. “Los afiliados no van a votar a uno que no es peronista de paladar negro”, murmuró más de una vez a sus allegados. Y varias veces se afligió ante empinados duhaldistas por una carencia que lo agobiaba: la de no conocer anécdotas del folclore justicialista de antaño, relatos sobre los años felices, viñetas de Evita “como las que cuentan Manolo (Quindimil) y (Antonio) Cafiero”.
Que esta figura tan opaca y carente de aristas fuese la que ponía orden al tablero argentino y fuera pieza central para vertebrar al gigante peronista es una prueba palmaria de la pobreza –en cuadros, en propuesta, en sentido– en que han caído la política toda y el peronismo en especial.
Lo que vio el Lole
Más allá de alguna presión u anécdota concreta hasta ahora ignota –cuya búsqueda obsesionará por algunos días a cronistas inquietos– la traducción de lo que Lole vio y lo hizo retroceder no es muy complicada pero sí muy preocupante. El presidenciable que no fue vio la ingobernabilidad de la Argentina y el salvajismo de la interna peronista. Vio una sociedad a un tris de la disolución y un partido mayoritario que define sus posiciones mediante un juego en que vale todo.
“Le tuvo miedo a Menem. Todos le tienen miedo a Menem”, describe un inquilino de la Rosada y cuando dice “todos tienen” debe leerse “todos los dirigentes peronistas tenemos”. Menem inspira pavura entre sus compañeros. Es, en parte, la superioridad que tiene aquel que maneja los códigos de la actividad, el “temor reverencial” le dicen los libros de derecho: el respeto que imponen los elegidos, Brasil jugando al fútbol, el guapo del barrio ante los parroquianos. Algo de eso hay.
Pero predomina otro miedo menos sutil, menos corporativo, menos puro en su génesis. Menem no es sólo un formidable jugador de truco, es también un competidor que juega con cartas marcadas, se lleva los porotos, patea la mesa cuando recibe malas barajas. Y ainda mais.
Adolfo Rodríguez Saá, Eduardo Duhalde, Antonio Cafiero saben que Menem, cuando disputa el poder, no sólo recurre a la oratoria, a caminar las calles, al menemóvil o a cualquiera de las tácticas de un candidato cualunque. Que su carcaj de recursos va mucho más allá, casi sin tenerlímites. Y le tienen miedo. Quizá Reutemann recibió una señal precisa por boca de Eduardo, un sobrino del ex presidente que lo visitó en el campo, quizá solo rememoró lo que todos sabían.
Como fuera, el gobernador santafesino estructuraba, daba orden y previsibilidad a la inminente elección. Ojo que, de momento, las encuestas no lo daban ganador ni en la interna ni en la general. Pero casi todos -políticos oficialistas y opositores, empresarios, analistas– descontaban que vencería en ambas. Y ese presagio –aunque tal vez los hechos hubieran refutado– tranquilizaba a los gobernadores peronistas y al establishment. Su ausencia remeda a esas latas de supermercado que, una vez retiradas, desbaratan la pila entera. No era más que nadie pero contribuía al equilibrio del conjunto.
Su dimisión debilita al peronismo de cara a la elección general, básicamente por dos motivos: pone la interna en estado de asamblea y debilita aún más al gobierno. Las posibilidades de Menem crecen dentro del padrón interno pero el nivel de rechazos que colecta su imagen parece difícil de remontar en una elección nacional.
Para Adolfo Rodríguez Saá la novedad es buena noticia: deja de estar casi condenado a “ir por afuera”, tal era su situación el martes a la noche, y le asoma la tentadora posibilidad de pelear la primaria con un discurso nac & pop frente al Menem dolarizador y proyanqui.
Por ahora, los números le dan mucho mejor al sanluiseño que al riojano aunque le cuesta mucho conseguir apoyos dirigenciales para la interna.
Para Néstor Kirchner, de menor intención de voto por ahora, polarizar con Menem puede también ser más propicio que hacerlo con el magmático Lole.
El Gobierno no puede pactar con Kirchner ni con Rodríguez Saá, no mientras su suerte esté jugada al acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Por expresarlo en términos simples, el peronismo está dividido entre quienes son pro FMI y quienes buscan marcar distancia. Los gobernadores de San Luis y Santa Cruz pertenecen al último grupo y el duhaldismo al primero. Por lo que, más allá de añejas broncas, a la hora de la hora estará más cerca del menemismo que de los disidentes. Desde luego el mejor escenario para el duhaldismo es convencer a José Manuel de la Sota para competir. Corroído por la decadente gestión en su provincia, eterno derrotado ante Menem, debilitado por haber aceptado ir detrás del remiso Lole, el gobernador cordobés deshoja la margarita. En política el cartero solo llama una vez y quizá ésta sea la suya. Curiosa apuesta la que tiene por delante. Puede llegar a presidente o puede salir tercero en la primaria y pasar a cuarteles de invierno. No le faltan motivos para cavilar ni le sobra tiempo para resolver.
Interna abierta en la doble acepción del término pinta que va a ser la justicialista. Cualquiera, como musitaba el General tras fatigar añosos libros de historia, puede quedarse con el bastón de mariscal.
Todas las latas ruedan por el piso y acaso sea el momento de un outsider, de un Fujimori, de un Nito Artaza, de un Mauricio Macri. Por dentro o por fuera del PJ, que hay pozo de festejo. Los escenarios están abiertos y son cambiantes, los encuestadores trabajarán como galeotes (sí que mejor retribuidos) y cualquier pescador puede tenerse fe en ese río revuelto.
El alivio de Lilita
Si alguien recibió –si no con alegría, que la levedad no es lo suyo– con algo parecido al alivio el repunte de Menem, esa fue Elisa Carrió. La presidenciable opositora con mayores chances no quería, a estar a sus palabras, que Reutemann fuese “mascarón de proa” del menemismo. A su ver eso maquillaba al peronismo, lo hacía más aceptable a la vista, más competitivo electoralmente, menos claro para enfrentar. “Tenés quecorrerte” le espetó por teléfono el lunes. “Se lo dije porque lo quiero”, explicó luego.
La confrontación con Menem, que Carrió percibe como ineludible (como bastante más ineludible que lo que analizan los párrafos previos de esta columna) será –discurre la chaqueña– una clara pelea por la identidad nacional. Dos países hay en pugna y uno solo prevalecerá, sostiene. Una lucha que se dará primero en el espacio simbólico, luego en el real (las calles, las plazas, el espacio público concreto) y recién al final en las urnas. “No se viene una elección común con candidatos que esgrimen plataformas diferentes. Acá hay dos proyectos de país y esto se dirime, como pasó en el 45, primero en las conciencias, luego en la Plaza y, por último, las elecciones convalidan lo que ya se decidió.”
No se trata solamente de una disputa ética, propone la líder del ARI a su gente. Con(tra) Menem hay claras divisorias políticas. Menem -describe– es la dolarización, el ingreso al ALCA, la ruptura de la unidad sudcontinental, un proyecto de exclusión. Carrió propone confrontarlo con una propuesta republicana, orientada al Mercosur, dispuesta a la integración perdida. No se nota sola en esa puja, ni siquiera a nivel internacional. “No sólo Lula estará de nuestro lado frente a Menem, también Itamaraty”. Y, en la Argentina, supone que las mayorías la acompañarán. “Se vive la mayor deslegitimación del modelo y de la política de los últimos tiempos. ¿Puede ser que gane elecciones el más deslegitimado de todos los deslegitimados?”, se indaga y se contesta que no.
La polarización con el ex presidente lleva a la chaqueña a archivar su táctica de abstencionismo activo, parida cuando Lole era el delfín del oficialismo. Con Menem hay que confrontar, arguye, y va por él.
El tránsito hasta noviembre puede ser tormentoso, augura la candidata. En un par de semanas habrán de definirse la existencia de bonos compulsivos, el cajoneo definitivo del juicio a la Corte, la creciente aparición pública de Menem. Esos focos de conflicto –confiesa temer Carrió a sus más íntimos– pueden detonar violencia del lado de un gobierno casi inexistente y aún detonar la tentación autoritaria de perpetuarse por la fuerza, con alguna forma de autogolpe. Muchos riesgos percibe la candidata en el corto plazo, el único que integra el horizonte de los argentinos.
Quizá por eso, quizá por su modo carismático, la presidenciable con mayor intención de voto dedica lo que –según cánones convencionales– es poco tiempo a la urdimbre de sus equipos y planes de gobierno. “Esta es la etapa de congregar”, explica a sus fieles, en especial a los más cartesianos, que urgen precisiones mayores respectos de coaliciones, candidatos, programas o cuadros técnicos.
“No se engañe –dice un diputado que la sigue desde no hace mucho pero le tiene plena fe–, Lilita no da puntada sin nudo, esta semana puso la agenda. Le marcó la cancha a Reutemann, avanzó con el tema de la caducidad de los mandatos y le hizo medio guiño a Aníbal Ibarra.” En público, empero, Carrió dice que el ciento y único objetivo de la remake de El Molino intentada en la Casa de Santa Cruz con Kirchner y el jefe de Gobierno porteño, es la revocación de los mandatos.
Un par de virtudes innegables adornan a Carrió: su insuperada capacidad de análisis y de diagnóstico sobre la realidad argentina, la primera. Su decisión para confrontar con poderes que ella misma designa como enormes y capaces de cualquier desmesura, la segunda. Con ese bagaje, casi sin partido, pese a un par de errores tácticos severos (su manejo electoral en octubre de 2001, por caso) llegó a ser la principal candidata de oposición, de lejos. Muchos lastres tiene para llegar a ser presidenta. Entre ellos los de ser “mujer, periférica y gorda” como –con una suerte de coquetería a la inversa– destaca ella misma. También la de ser joven,que menciona menos pero que también puede pesar en una sociedad conservadora, machista y pacata por lo menos a la hora de elegir sus mandatarios.
Profética, carismática, Carrió está convencida de estar puesta en el lugar justo para una lucha por la identidad nacional. En el otro extremo del ring, ella no duda, estará Carlos Menem.
Tildados en la Rosada
En la Rosada estaban todos tildados el miércoles, empezando por el Presidente. Dijeran lo que dijeran después, todos estaban convencidos de que Reutemann sería candidato. El anuncio los dejó tiesos, desamparados. El Gobierno no tenía plan B porque su estilo es no tenerlo... de hecho suele no tener demasiado armado el plan A. Devaluó sin medir las consecuencias, pesificó asimétricamente sin haber hecho algún serio ejercicio de simulación y llamó a elecciones sin haber cerrado trato con el caballo del comisario. Se hace camino al andar, proponía Antonio Machado pero este Gobierno, sin plan de ruta, suele ir a la banquina en cada curva. Ahora algunos corren en pos del Gallego De la Sota y otros miran con más simpatía a Menem. En el actual Gabinete hay quien no le hace ascos al menemismo, entre otras cosas por haber revistado en sus filas. Tal el caso de Jorge Matzkin y Miguel Angel Toma.
Todos en el Gobierno tienen sobrados motivos para estar nerviosos por el rebrote menemista pero hay alguien que podría ser el más perjudicado: Roberto Lavagna. El ministro de Economía viene definiendo su propuesta como antagónica con la que promueven ciertos banqueros coaligados con Menem. Y ha definido a la dolarización como una catástrofe, amén de una necedad.
Lavagna ha demostrado ser el más político de todos los ministros de Economía de los últimos cuatro años. En un marco de severas restricciones ha sabido proponerse objetivos módicos (de cualquier modo superiores a sus fuerzas) y ha exhibido más muñeca para defender sus posiciones frente al FMI y a sus voceros locales del Banco Central. Planteos muy de mínima, cosa de no estrellarse pero un piso de voluntad y dignidad a la hora de pulsear por ellos. Esta equilibrada mezcla de voluntad y sensatez no le basta para tener resultados apreciables en el manejo de la corcoveante economía criolla. Pero al menos trata de controlar lo que puede, registra cuáles son sus enemigos y no sobreactúa la sumisión. Con Reutemann como delfín ya lo suyo era la cuerda floja. Si Menem llega a liderar al PJ lo suyo será la salida más o menos abrupta y con él se irá uno de los pocos islotes de sensatez del embravecido mar del gobierno.
La sensación térmica dice que creció Menem. La intuición de Carrió va en el mismo sentido. Viendo las encuestas, midiendo la calle, escuchando su paupérrimo discurso en Escobar –pensado más en función de quienes tienen autos blindados o gestionan visas al exterior que en el electorado peronista– cuesta creer que el riojano llegue muy lejos.
Pero nada es seguro en estas pampas en las que el peronismo, tan luego el peronismo, parece naufragar porque un nuevo rico de la política que estaba a un tris de ganar el Loto dio un paso al costado asumiendo que las ligas mayores le quedaban grandes.

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