EL PAíS
› LA ANIBAL VERON DESPUES DE LAS MUERTES
Volver a la actividad
La bloquera todavía funciona a medias, la panadería ya volvió a la normalidad. Entre visitas de asambleas y mensajes de solidaridad, la Coordinadora vuelve a su agenda social y a sus debates internos.
› Por Laura Vales
El jueves pasado, los piqueteros de la Coordinadora Aníbal Verón en Lanús se reunieron para discutir cómo seguir adelante con su historia. Después de la represión en Avellaneda y de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, su vuelta a andar ocurre en un contexto que ya no es el mismo. No se trata sólo de la represión y de la horrible marca de los fusilamientos. De un día para el otro, el asentamiento de La Fe, ese pequeño barrio en el feudo de Manuel Quindimil, pasó a ser centro de interés y motivo de curiosidad para amplios sectores de la sociedad desencantada. Las asambleas barriales los visitan; los vecinos que van dicen simpatizar con un modelo de organización capaz de crecer al margen de los aparatos partidarios. Los charlistas los invitan a conferenciar. Les reservan la silla de expertos en democracia participativa y horizontalidad. El sindicalismo alternativo los sondea para sumarlos a su proyecto. Por muchos motivos, aunque las dificultades sigan siendo las mismas, nada es igual que antes.
Vale la pena, previo a contar la asamblea, relatar un episodio que refleja ese clima de interés. La Fe es un asentamiento de los más pobres entre los pobres. Como tiene una parte nueva, con tierras tomadas hace poco tiempo, se ven muchas casas levantadas con chapa, madera y bolsas de nylon. Página/12 llegó al lugar en remise. El coche fue uno de esos modelos grandes y ostentosos, de color gris oscuro, con los vidrios polarizados de un negro suficientemente denso para que los que están afuera no puedan adivinar la silueta de los que van adentro, y los que van adentro sientan que viajan en una eterna noche. El dueño del remise resultó exactamente lo que se espera de un dueño de remise con esos gustos, un cincuentón pálido, de traje y corbata y cara de jefe de personal. Los piqueteros lo invitaron a pasar a escuchar la asamblea.
El remisero estuvo encantado. ¿Cómo describirlo? Parado apenas un paso atrás de la rueda donde los asambleístas discutían, presenció las intervenciones en torno de “delegar responsabilidades vs. participar” con la misma atención que la controversia sobre quién debía ocuparse de lavar los platos del comedor popular. Abrió las orejas para seguir cada palabra y observó el debate como si estuviera en la primera fila de “Café Fashion”. Lo mismo cuando la conversación se centró en por qué al volver de las movilizaciones nunca había nadie esperando a los marchantes con una taza de mate cocido. La curiosidad lo tenía agarrado por las pestañas. Cuando la asamblea terminó, leyó todos los carteles pegados en las paredes. Más tarde hubo que sugerirle dos veces que no era necesario que se quedara a presenciar la entrevista, notificado de lo cual se metió en su auto de mala gana, claramente decepcionado.
La asamblea había tenido un temario de seis puntos: repaso del trabajo en los barrios, relaciones de solidaridad, cocina, copa de leche, jornada del 26 de julio (a un mes de la represión) y “Juan tiene problemas con el subsidio”. Como se ve, nada especialmente apasionante. Se la transcribe porque refleja las preocupaciones de los desocupados mejor que los últimos informes de inteligencia conocidos.
Delegar vs. participar
El punto inicial de la asamblea estuvo dirigido a la situación de los proyectos productivos en los barrios. “Nos estamos dando cuenta de que no nos repusimos del todo”, dijo Pablo Solana en la rueda de unas cincuenta personas. “La panadería funciona de nuevo, pero en la bloquera se siente la falta de Darío (Santillán, uno de los chicos que mató la policía). En otros grupos no anda todo tan bien como quisiéramos. Estamos recibiendo mucha solidaridad y mucha atención, pero el riesgo es, precisamente, convertirnos en expertos en dar charlas, cuando la realidad es que nosestá costando rearmarnos. La prioridad debería ser que cada uno esté en su grupo de trabajo, cumpliendo con lo que le toca.”
–Pienso que podríamos elegir un responsable en cada grupo para darle más dinámica al trabajo –opinó Leo.
–Pienso que no –dijo una chica de buzo verde.
–Yo soy delegada de mi grupo, así que puedo venir –ofreció otra.
–Nosotros nunca tuvimos delegados, así que no sé de qué estamos hablando –dijo la chica de verde.
–No es tan así –la corrigieron desde un costado–. Acá sí tuvimos un par de responsables, lo que pasa es que se pusieron la chapa y se la dieron de jefes. Por lo tanto esta vez no hay que elegir a los más bonitos sino al que trabaje más y hable más en las asambleas.
–Pero acá somos muchos –opinó Loquillo. Todos tenemos distintas opiniones y no siempre se las podemos decir al que esté de delegado, por eso es mejor que en las discusiones participemos todos.
–Si vamos a hacer una asamblea para resolver cuestiones del trabajo, agilizaría las cosas nombrar responsables. Si vamos a hacer una asamblea con temas de formación, sería mejor que estuviéramos todos.
–Si todos participamos de la discusión, es más probable que quienes hoy están menos comprometidos se comprometan más.
Media hora más tarde la asamblea decidía por treinta y pico de votos contra siete no designar responsables ni delegados, sino participar todos de las discusiones sobre las dificultades del trabajo. La cuestión de delegar o no (incluso en su variante más abierta de la figura del responsable) es una de las tensiones presentes dentro de la organización. No se trata de un criterio unánime en toda la Coordinadora de Trabajadores Desocupados, que no es una estructura monolítica sino un espacio donde distintos grupos acuerdan acciones comunes. Pero sí en Lanús, por lo que se escuchó en la asamblea.
Uno de los problemas centrales sigue siendo la comida. En el último mes recibieron 600 kilos de alimentos destinados a cuatro barrios, envío que les alcanza, calcularon las cocineras, para 15 días. La asistencia alimentaria fue uno de los reclamos que se llevó al Puente Pueyrredón el miércoles 26, día en que no hubo diálogo con el Gobierno ni antes ni después de la represión. Lo llamativo es que pasadas tres semanas los canales con los funcionarios nacionales sigan cortados.
Ni un sí ni un no
Las organizaciones de desocupados y los gobiernos han mantenido siempre una relación de necesidad y rechazo. Preferirían poder ignorarse, pero no tienen manera de hacerlo. Los piqueteros porque su salida depende de presionar para que el Estado reasuma sus responsabilidades en lo relativo al trabajo, la salud y la educación (o las curitas de los planes de empleo y la asistencia alimentaria). Los gobiernos porque siempre los tienen ahí afuera, molestando, cortando calles, tomando edificios, cuestionando los planes sociales. En los últimos cuatro años, cada gestión siguió su estrategia. En los inicios de la Alianza, la tendencia fue conceder asistencia a los grupos de desocupados que empezaban a organizarse por afuera de las redes clientelares del justicialismo. “¿Qué necesitan?” recuerdan los piqueteros de Lanús como pregunta frecuente de los funcionarios del gobierno de radicales y frepasistas. “Organícense, armen una ONG y les mandamos asistencia. Hay que terminar con los punteros del PJ.” Las organizaciones crecían siguiendo ciclos: el barrio se organizaba, cortaba la ruta, si lograba meter suficiente presión firmaba un convenio de asistencia (en general por planes y comida) tras lo cual la organización crecía ya que más desocupados se acercaban a participar. En la próxima medida de fuerza hacer más ruido era más fácil. Con Patricia Bullrich en el Ministerio de Trabajo, esa lógica sufrió el primer traspié. El Gobierno empezó a pensar que, después de todo, terminaba financiando a los grupos que generaban los mayores focos de oposición. La pelea por asistencia se puso más difícil, e incluyó un alto número de denuncias contra las organizaciones por supuestos hechos de corrupción, presentaciones que, aunque en su mayor parte no avanzaran, creaban revuelo mediático igualando las organizaciones de desocupados con los manejos más tradicionales de los punteros políticos. Para los piqueteros, que en un contexto de desocupación creciente siguieron sumando integrantes, la cuestión central pasó a ser la defensa del derecho a usar los planes para desarrollar sus propios proyectos: comedores, mejoras en sus barrios y en casos como los de la CTD de Lanús, proyectos productivos en busca de autonomía.
Tras el 19 y 20 de diciembre, esa tensión se relajó. “Con Duhalde, la asistencia se multiplicó. Para nosotros la preocupación pasó a ser otra -dicen allí–, porque los punteros del PJ se dedicaron a recorrer los barrios con el argumento de que si la gente iba con ellos no tendría que trabajar. El mensaje era que todo sería gratis, universal y abundante. Pero nunca, en ninguno de todos esos momentos –agrega Solana–, los gobiernos interrumpieron el diálogo de la manera en que lo están haciendo ahora, con este silencio, sin un llamado.” El supone que “cuando perdieron la batalla del Plan Jefes y Jefas de Hogar, bajaron la persiana”. Otros apuntan, en cambio, que tiene que ver con la proximidad de las elecciones y la apertura de unidades básicas.
Como en el resto del país, también aquí los piqueteros debaten en torno de dos grandes ideas: si centrar el esfuerzo en construir una herramienta política de cara a las próximas elecciones o poner el acento en fortalecer el movimiento social. Los de Lanús dicen que se inclinan por la última opción. Creen que su camino es generar espacios de autonomía, afirmar los proyectos productivos y hacer más sólida la relación entre sus integrantes. Es en ese contexto que en el encuentro del jueves evaluaron su situación, la relación con el Gobierno y el camino posible con las asambleas que se acercaron. En las últimas dos semanas, más de una veintena de asambleas pasaron por la guardería de Lanús. Las de Carapachay, Saavedra, Parque Lezama y el Cid Campeador, otras del mismo Lanús son algunas de ellas, cuentan los desocupados. Los asambleístas fueron a llevarles su solidaridad y a conocer mejor cómo se organizan. Como próximo paso, se está pensando en armar una reunión de caceroleros y piqueteros de la zona sur, para coordinar acciones.
Para el 26 de julio, una de las actividades en proyecto es poner una placa en homenaje a Darío Santillán y Maximiliano Kosteki. “Tal vez no en la estación de Avellaneda, que es el lugar de la muerte –dijo uno de los piqueteros–, sino en el Puente Pueyrredón, que es el lugar de la lucha, donde sería bueno volver acompañados por otros sectores sociales.” El grueso del tiempo, como siempre, se irá en las actividades cotidianas que en general son poco visibles desde afuera: mantener los comedores, apuntalar la bloquera, sostener la panadería, gestionar por los casos de desocupados que quedaron fuera de los programas (Juan Arredondo, baleado hace casi cuatro meses frente a la Municipalidad de Lanús, todavía espera un subsidio que la intendencia le prometió), ocuparse de los enfermos, apoyar a los que tienen chicos en la escuela. Finalmente, eso y no otra cosa es lo que sostiene el resto: los cortes, las tomas de edificios, las marchas, los piquetes.
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