EL PAíS › OPINION
› Por Eduardo Aliverti
Como no sea por la ¿curiosa? aparición del llavero en el jardín de la casa que habitaba López, las “novedades” de la última semana vinieron a ratificar el modo casi esquizofrénico con que se mueve, sin que en realidad se mueva nunca mucho, el paisaje político argentino.
Por supuesto que no siempre fue así y en cualquier momento podría ocurrir que algún hecho sacuda verdaderamente el tablero. Pero si es por el factor sorpresa, hace ya mucho que lo que parece imprevisto, y hasta conmocionante, no es más que la concreción de noticias esperables. Las presuntas salvedades, como el enfrentamiento de San Vicente y el resultado de Misiones, corroboraron a su vez que tenían patas cortas, porque nada de lo que generaron implicó que se saliera de madre lo que podía preverse.
Una de las mejores pruebas de ese estado estructuralmente paralítico de las cosas es el revuelo causado por la decisión del Banco Mundial, que concedió a Botnia el crédito necesario para terminar su planta. Nadie podía esperar decisión diferente, por múltiples motivos, entre los cuales figura a la cabeza que el directorio del BM es sencillamente una escribanía de los países más poderosos de la Tierra y de los intereses de sus multinacionales. Sin embargo, el gobierno argentino insistió con la estrategia de obtener allí una resolución favorable y le coronaron un definitivo 3 a 0 en contra, al cabo de los fallos también adversos de la Corte de La Haya y del Tribunal del Mercosur. No se está diciendo que no debieron haberse intentado y trabajado esas vías, aunque más no fuere por una cuestión de gestualidad. Pero el resultado era obvio, como siempre lo admitieron en reserva desde el oficialismo, sin que en simultáneo se haya elaborado alguna táctica de alternativa que, a esta altura, es directamente una sola, a menos que se piense en declararle la guerra al Uruguay: hablar claro, admitir que no hay marcha atrás de ninguna naturaleza en la instalación de la pastera y sentarse a negociar el mayor control posible sobre su impacto ambiental, incluyendo, tal vez, la chance de que Argentina pague el traslado de la fábrica finlandesa a una zona no conflictiva. Por fuera de eso ya no hay más nada que hacer y si Kirchner y compañía insisten en hacerse los desentendidos habrán de embarrarse peor.
Bajo el mismo paraguas de previsibilidad, en la Patagonia resurgió el conflicto por el impuesto a las Ganancias que alcanza a los empleados petroleros. Y horas después el reclamo arrastró a un conjunto de trabajadores en relación de dependencia, autónomos y jubilados que, en numero total de 700 mil, ven afectados sus ingresos de bolsillo apenas éstos superan los 2200 o 2900 pesos, según se trate de solteros sin hijos o casados con dos hijos. Gente de clase media que llega a pagar hasta un sueldo al año, o más, gracias a una estructura impositiva que continúa figurando entre las más regresivas del mundo, sin que el Gobierno dé siquiera visos de modificación, aunque paralelamente se infla el pecho con sus cifras de crecimiento de la economía, nivel record de reservas y superávit fiscal. La pregunta sigue siendo obvia y reiterativa: ¿para qué sirven esos números si no es para corregir desde dónde se recauda y cómo se distribuye la riqueza? Y en todo caso y si las autoridades insisten en ahorrar por ahorrar, por si las moscas de algún tembladeral internacional, ¿no pueden aunque sea ir previendo los focos más elementales de conflictividad? De nuevo: no hubo noticia en el encontronazo que comenzó en el sur. Hubo la crónica de un choque anunciado.
Otro tanto cabe decir de la denunciada situación de colapso nada menos que en el Hospital de Clínicas, que se suma al tira y afloja con las empresas de medicina prepaga y los prestadores de salud por el monto de sus aranceles. El tema del Clínicas también remite a cómo es posible que el hospital-escuela carezca de insumos en medio del florecer económico, y el segundo lleva a preguntarse cómo diablos no “blanquean” que el 80 por ciento de la facturación del negocio de la medicina privada está en manos de cuatro (sí, 4) empresas, que encima tienen sus propias clínicas y sanatorios y son, por lo tanto, prestadores de sí mismos. La tenaza queda así conformada por más de la mitad de la población que debe atenderse en hospitales públicos desbordados y colapsados, y un resto preso de emporios medicinales que se cuentan con los dedos de una mano. ¿Cuál es la noticia? Ninguna, porque las dos cosas se saben de memoria.
Por último, dediquemos un párrafo a los movimientos políticos, sectoriales e institucionales que, a estar por la mayoría abrumadora de los análisis que se leen y escuchan, han despertado gracias al resultado electoral de Misiones y la batahola de San Vicente. Empezando por lo segundo, parece ser que Hugo Moyano sufre ahora el cerco tendido por algunos compañeros de la CGT que, sin duda, implican una renovación de los métodos y filosofía combativa de esa central obrera. Luis Barrionuevo es quien lidera ese saludable aire fresco. Y asimismo, la derrota oficialista en Misiones sacudió el letargo de la oposición, porque ahora hay por fin los contactos entre macristas y lavagnistas, y entre el ARI y los socialistas, y entre los duhaldistas con los primeros. Todo lo cual, claro está, lo generó Misiones. Lamentablemente, uno sigue estando loco y pensando que la orfandad opositora hubiera dado lugar, de cualquier manera, a que empezaran a juntarse el hambre y las ganas de comer. Pero parece que fue por Misiones. Igual que el proyecto de achicar la Corte Suprema y el de reinstalar a Cristina Fernández como eventual candidata: no es que eso ya estaba previsto, sino que el Gobierno desayunó ambas movidas de la noche a la mañana. Vamos.
En una palabra, la invitación es a razonar que lo que se mueve está más bien quieto. Las noticias no son novedad, porque no hay nada de nuevo, viejo. La realidad argentina suele tener episodios inesperados y grandilocuentes. Y cuando no hay eso es altamente previsible, como lo demuestran las últimas y grandes informaciones circulantes. El asunto es que los diarios tienen que salir todos los días, igual que los noticieros. Y algo hay que vender.
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