EL PAíS › OPINION
› Por Mario Wainfeld
Se va acabando diciembre, preludio de unas vacaciones que el Gobierno espera (y estimula) sean a puro consumo. Este tramo del año, concuerdan los especialistas, es el que acumula más riesgos de desbordes en el uso de energía eléctrica: todo trabaja a full, las empresas, los shoppings, las oficinas, los hogares. El supuesto talón de Aquiles del Gobierno, parece, tiene plazo fijo. En enero “la gente” se diseminará hasta donde se lo permita su bolsillo, habrá menos actividad productiva. Lentamente, todo deriva a las fiestas, las salidas, los dos fines de semana bastante largos y consecutivos. Ninguna imagen de la semana y pocos protagonistas eluden el clima perezoso, ayudado por una canícula consistente. Pero, si se mira acá y allá, algunas postales de los albores navideños (capturadas en una semana casi aburrida para lo que saben ser los excitados parámetros locales) iluminan parcialmente el tablero político.
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El día del subte-charter: Una apreciable cantidad de consejeros universitarios burló el sitio impuesto por los militantes de la FUBA al Congreso desembarcando en la estación Congreso del subte, en una suerte de subte-charter. Ese nuevo formato de transporte es una innovación producto del tradicional ingenio criollo. La argucia fue urdida entre Interior y la Federal. Como cuadra a esos operativos comando nadie más la conocía, ni siquiera la futura cúpula de la Universidad.
La picardía destrabó, muy parcialmente, la eterna fumata del rector, cuya prolongación amerita unas líneas en el libro Guinness de los records.
El flamante rector Rubén Hallú festejó en términos futboleros haber logrado (muy desgarbadamente) la realización de la asamblea en un tiempo asimismo record universal. Fue su primer error como representante electo: un trámite tan traumático imponía modos más recatados, hasta alguna disculpa por los patéticos modos de su unción. Su foto, gritando a voz en cuello sus acusaciones de delincuentes a quienes fueron sus aliados en algunas peripecias de este proceso, le harán poco favor a futuro. Un error propagado entre muchos dirigentes es el de creer que los papelones en una brega no recaen sobre quienes son sus contingentes vencedores. Es la Universidad de Buenos Aires (UBA) en su conjunto la que ha quedado herida en su imagen pública, con sus dirigentes a la cabeza y su rector por encima de todos. El tiempo permitirá medir cuánto ha favorecido el escandelete (en el que todos los protagonistas aportaron su cuota) a las universidades privadas en los imaginarios ciudadanos. No da la sensación de que el impacto sea neutro, precisamente.
Aunque la FUBA se comió el amague del subte-charter, no puede decirse que su tozuda movilización fue vana. Más bien, cabe inscribir el acontecimiento en la saga que acumula acciones determinantes de grupos de acción directa en la agenda política. Esas “minorías intensas” son la relevante excepción en un marco de desmovilización creciente, de atonía de los partidos políticos, de digitación de prácticamente todos los candidatos, oficialistas u opositores. Lo que prepondera es la abulia ciudadana, quizá porque la realidad y las expectativas económicas derivan muchas libidos a la búsqueda del bienestar, de la salvación, de la subsistencia, de ligar algo.
Atilio Alterini, el rector que no fue, puede dar testimonio del peso de esas minorías en acción, máxime si cuentan con aliados dentro del sistema institucional. Los votos no le alcanzaron, aunque en condiciones regulares le hubieran sobrado. Su derrocamiento tiene algún parentesco con el de Aníbal Ibarra, que merecería un análisis más exhaustivo que estas pinceladas. Las reglas no escritas del sistema político premian fastuosamente la convicción e irreductibilidad de grupos muy convencidos, muy poco dispuestos a negociar, muy amparados en la decisión oficial de limitar la represión a niveles asombrosos en casi cualquier latitud del orbe.
La FUBA es una organización con raigambre institucional, dominada por partidos de izquierda. En eso se diferencia de otros grupos, sin existencia previa, surgidos espontáneamente a partir de un perjuicio concreto y común. Se emparienta con ellos en que su fuerza mayor es la movilización, si hubiera jugado con las reglas institucionales su derrota estaba sellada desde el vamos.
La rebeldía intratable no sólo vetó al aspirante a rector que había recorrido todo el cursus honorum, incluida la suma de adhesiones. También se impuso una agenda diferente para la Universidad, que su nueva conducción deberá abordar.
Escapa al saber de este cronista saber cuál será el saldo global de un año en algún sentido perdido, un tema que deberá preocupar a especialistas de toda laya. Pero es un hecho que un grupo cerril puesto en la calle se hace sentir, aunque un subte-charter le juegue una mala pasada.
Las postales del lunes fueron la del subte, la del bramido descortés del rector. Cuando se repase el álbum del año serán más ostensibles las instantáneas de las asambleas previas frustradas, las del clímax de los vecinos de Gualeguaychú, las de la caída de Ibarra.
Sería un buen pretexto para pensar en la dificultad de estas minorías para articular, para ponerle un broche legal y negociado a sus enérgicas interpelaciones, su tendencia a embriagarse con la herramienta que les permitió hacerse ver y sentir.
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Una derrota no pírrica: El juez Diego Estévez, crucificado mediáticamente por el contenido de su decisión sobre la tragedia de Río Tercero y por su berreta fundamentación (sacada de un impresentable site y mencionada sin citar fuente), zafó en el Consejo de la Magistratura. Lo favoreció una alianza entre los representantes de los magistrados, los de los abogados y legisladores de la oposición.
Para el oficialismo puede haber sido lo contrario de una victoria pírrica: perdió con la moción que seguramente tenía mejor repercusión en la opinión pública.
Tal vez fue un leading case, en el que los consejeros radicales se plegaron a los corporativos para ir prefigurando una coalición que ponga coto al Gobierno.
De rondón, la votación dejó ver que eran apocalípticos algunos de los anuncios opositores respecto de la pérdida total de autonomía del Consejo y del armado de una imbatible estructura de impunidad. En este caso, al menos, los roles parecieron invertirse: un juez muy cuestionable, cuya cabeza buscaba el ejecutivo, recibió una bocanada de aire, quizá no por sus méritos sino porque su caso formaba parte de un debate mayor.
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Aguas opacas: Algún consuelo le cabe al oficialismo en el Consejo de la Magistratura, algún rédito verosímil para más adelante. No puede decirse lo mismo de su fracaso para conseguir los votos necesarios para aprobar el marco regulatorio de la empresa Aguas y Saneamientos Argentinos Sociedad Anónima (AySA) en Diputados.
Se trata de una experiencia de reestatización que debería ser cuidada por sus implicancias políticas e ideológicas. Si el caso piloto sucumbe a la ineficiencia o a la corrupción o aún a la sospecha, las consecuencias se proyectarán mucho más allá de AySA.
Desde su inicio, hay una polémica acerca de la figura de sociedad anónima que el Gobierno reivindica con el argumento de que así se logra mayor libertad operativa. El contra razonamiento, muy digno de ser tomado en cuenta, es la falta de controles.
Un proyecto de marco regulatorio, una bruta ley de más de 120 artículos, no debe sustanciarse a velocidad de rayo. Debe antecederla un debate ampliado previo, con participación de los organismos de consumidores, de las academias. Un proyecto no debe salir como una hamburguesa fast food sino cocinarse a fuego lento, con repercusión en la opinión publica.
El oficialismo se inclinó por una presentación sigilosa, colándolo de raje en el vértigo de fin de año. Una anécdota subraya ese designio. El proyecto fue titulado como Convenio tripartito entre el Ministerio de Planificación federal, la provincia de Buenos Aires y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Así figuraba en el site de Internet del Parlamento. O sea que ni la selecta minoría que se informa por ese medio podía dilucidar que, en un anexo, aparecía el marco regulatorio. Una travesura parlamentaria, si se quiere, pero sugestiva. Los pocas ONG que se desayunaron de la maniobra, entre ellas el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), hicieron saber a los legisladores una ristra de señalamientos al proyecto de ley.
La pulsión de los bloques oficialistas por apurar y cerrar el debate no le bastaron para acumular los votos necesarios, pero sí para aglutinar un frente del rechazo opositor. Uno de los principales reproches es la cantidad de sombreros que portaría el Ministerio de Planificación, que maneja la gestión y quedaría a cargo del Ente Regulador y de la Agencia Planificadora. Demasiados resortes en mano del gobierno y sin accountability externa para una empresa que debe ser, ejem, cristalina.
La postal del miércoles es un fotograma de una película. En el año que se va perdió estado parlamentario el buen proyecto de marco regulatorio para las empresas privatizadas, una iniciativa que el Gobierno motorizó en el envión de su primer año y dejó marchitar en los siguientes. En línea con esa decepción estaba la propuesta de dejar casi sin control a AySA. Seguramente el verano será testigo de la controversia que el Gobierno quiso saltear, añadiendo una mancha más al tigre de la calidad institucional.
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Las postales navideñas dan una pátina de actualidad a tendencias constantes de la vida pública. Intransigencia por doquier, manejos entre hábiles y sórdidos, actores traviesos o taimados todos más dedicados a cerrar los debates que a discurrirlos. Una lógica política crispada, muy tributaria del hecho consumado, en la que cada cual usa su fuerza relativa lo más que puede.
Entre tanto, se intuyen unas vacaciones con marcas altas en los lugares de veraneo, con esa arrasadora propensión al consumo que tienen (dentro de sus respectivas, muy mal distribuidas, chances) los argentinos de variados sectores sociales.
En un fiel de la balanza, un escenario político cuyo espíritu parece ser el de las borrascosas y embroncadas jornadas de 2001.
En el otro, cambios sociales y económicos que no han acabado con la desigualdad pero sí producido un crecimiento inesperado, con precedentes muy remotos, abriendo expectativas personales y sectoriales que seguramente dominan los afanes cotidianos de casi todos los ciudadanos.
Es verosímil, para nada seguro, que esa alquimia perdure hasta fines del año que viene y que presida las elecciones de 2007. De momento, la resultante parece dar como amplio favorito al oficialismo, más allá de sus traspiés y sus peripecias.
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