EL PAíS › ENCUENTRO DE AMBIENTALISTAS EN GUALEGUAYCHU
Unos 500 acreditados provenientes de todo el país y de países limítrofes realizaron un encuentro en el corte de la Ruta 136.
› Por Marta Dillon
Desde Gualeguaychú
Con las caras bronceadas y las mochilas oficiando de almohadas y a la vez de distintivos del largo viaje que los había depositado en Gualeguaychú, los jóvenes que se reunieron a orillas del Arroyo Verde, sobre la Ruta 136, ahí donde el corte por tiempo indeterminado montó un asentamiento al que muchos ya consideran su lugar de pertenencia, cerraron su encuentro con cantos más contundentes que las mismas conclusiones generales: “Si Botnia trabaja, Gualeguaychú estalla”. Más de mil personas acompañaron con su parafernalia de sillas playeras y equipos de mate el entusiasmo juvenil que a los mayores humedecía los ojos. “Acá está el futuro”, comentaban dos mujeres cerrándose sobre el pecho las mañanitas de lana mientras la tarde prestaba otro color al verde constante del llano y por los parlantes se repetían la procedencia de los más de 500 acreditados al pomposamente llamado “Encuentro sudamericano de ambientalistas”: Catamarca, Mendoza, San Juan, Misiones, Santa Fe, Córdoba, Buenos Aires; Uruguay, Chile y Paraguay; aunque de esos países limítrofes haya habido tantos participantes como los que se cuentan con los dedos de la mano.
Gualeguaychú, como siempre, sostuvo el microclima de fervor popular y emociones violentas que pone en la amenaza del funcionamiento de la pastera en la vecina costa uruguaya una causa de vida o muerte. Poco importaba ayer que en Concordia apenas lleguen ecos de lo que sucedía en ese tramo de Entre Ríos, o que en Colón, a sólo cien kilómetros, el corte del Puente General San Martín se sostuviera con seis militantes locales y treinta gualeguaychuenses. La euforia por haber logrado interrumpir en simultáneo los pasos a Uruguay el último viernes se vibraba en la asamblea que cada tarde se realiza a cielo abierto. La preocupación mayor pasaba por armar las listas para seguir cubriendo el corte en Colón. Tampoco parecían notar las familias de siempre cierto cambio en el color de la asamblea. De pronto, la oferta de revistas de partidos de izquierda que suele verse acompañando las manifestaciones en Buenos Aires se hizo un lugar común en Arroyo Verde; y ni siquiera los más reacios a que se lean las siglas que distinguen a los partidos políticos en medio de esta causa “blanca” –o verde, a tono con el lenguaje internacional– se molestaban por las banderas –discretas, es cierto– o las remeras de los militantes.
“Está bien que podamos hacer alianzas, siempre que respeten nuestros métodos pacíficos de lucha; si no nos aliamos con quienes entienden la urgencia de la cuestión ambiental, nos quedamos 10 mil locos en una vía muerta”, explicaba Jorge Pouler, uno de los coordinadores históricos de la Asamblea. “Nosotros no somos piqueteros –insistió una vez más el hombre–, pero si los piqueteros dejan su actitud violenta y se suman, bienvenidos sean. ¿O acaso se ve acá algún desmán?”
El encuentro de jóvenes fue el evento más importante en el siempre en crecimiento campamento de Arroyo Verde. La mayoría de los asistentes llegaron a instancias de la Corriente Estudiantil Popular Antiimperialista (CEPA), una agrupación con presencia en buena parte de las universidades del país que cada año realiza una asamblea nacional. Esta vez decidieron hacerla sobre la Ruta 136, ahí donde un movimiento social como el de Gualeguaychú estuvo dispuesto a recibirlos. “El ejemplo de este pueblo nos llevó a nosotros a volver a pensar sobre las inundaciones en nuestra provincia, la contaminación del polo industrial, los volcaderos de basura; razones para luchar por el medio ambiente no faltan”, explicaba el militante de CEPA en Santa Fe, Sebastián Saldaña.
El polo petroquímico en Dock Sud, las extracciones mineras a cielo abierto, la tarea del Ceamse en Buenos Aires, el PCB, los agroquímicos, la plantación indiscriminada de soja; la enumeración pobló las conclusiones que no fueron más allá de eso y de “valorar el rol de la juventud en esta lucha”. Pero más allá de lo variopinto del debate, es fácil ver cómo la experiencia de Gualeguaychú parece haber ofrecido una causa para atraer a muchos de aquellos desmoralizados después de los días álgidos de 2001/2002, cuando para sentirse hermanados sólo hacía falta cuestionar a la clase política. Ahora el enemigo son “las empresas”.
“Nosotros acabamos de formar una asamblea en Mendoza, impulsados por lo que muestra Gualeguaychú; ahora, ellos tienen que recorrer otras provincias para que el efecto mediático que tienen los entrerrianos se contagie a todo el país”, decía Nico, sin apellido, 22 años, como planificando una posible reacción en cadena. Lo cierto es que en esta margen del río Uruguay el espíritu sigue tan alto como las aspiraciones de los habitantes de Gualeguaychú, y es difícil ver más allá del bloqueo que ellos mismos montaron para resguardar su realidad paralela.
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