EL PAíS › COMIENZA A REVERTIRSE LA BRECHA SALARIAL
Con datos de la EPH de INDEC, investigadores de FLACSO sostienen que los trabajadores no registrados han recuperado una porción mayor del salario perdido que los registrados y los estatales. Esto contradice el sentido común prevaleciente y proyecta significativas consecuencias políticas y sindicales. La brecha social no es irreversible, siempre que se superen los límites estructurales de un modelo de crecimiento basado en el tipo de cambio alto y los salarios bajos.
› Por Horacio Verbitsky
Desde la devaluación de 2002 las remuneraciones de los trabajadores no registrados crecieron a una tasa superior a la de los registrados y a la de los empleados públicos. Este cambio de tendencia sugiere que el proceso de fragmentación de la clase trabajadora que comenzó con la dictadura militar y continuó con Menem-Cavallo-De la Rúa no es irreversible y que puede modificarse en el sentido de la recuperación de la homogeneidad social perdida, a pesar del efecto devastador de la devaluación de 2002. Pero ello requeriría una modificación de fondo en el modelo de crecimiento basado en el tipo de cambio alto y los salarios bajos. Estas afirmaciones, que contradicen el sentido común prevaleciente y la mayoría de los estudios públicos y privados, provienen del área de Economía y Tecnología de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSOa), que dirige Eduardo Basualdo. Los autores del estudio, Nicolás Arceo, Ana Paula Monsalvo y Andrés Wainer, trabajaron a partir de los datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC). Sus conclusiones, que condicionarán los debates entre distintos actores políticos y sociales, constatan el efecto de la sostenida creación de empleo, en su mayoría registrado, y de los aumentos en el salario mínimo y de suma fija para el sector privado, que otros analistas desdeñaban como irrelevantes dada la aún elevada informalidad del mercado de trabajo.
Una verificación similar difundió la Sociedad de Estudios Laborales, SEL, que dirige Ernesto Kritz. Cada uno prevé efectos distintos. Mientras los investigadores de FLACSO entienden que estas nuevas condiciones en el mercado de trabajo abren buenas perspectivas para la lucha de la clase obrera argentina por mejores condiciones de vida (lo cual a su vez revaloriza la importancia de la lucha sindical), el consultor Kritz no avizora “demandas que pongan en riesgo el superávit fiscal”. Su análisis se centra en las contradicciones del indicador con los que surgen de otras fuentes, como el sistema integrado de jubilaciones y pensiones de la AFIP y el índice de salarios que difunde el propio INDEC. Kritz recomienda revisar la estadística de salarios del INDEC, lo cual sugiere que también él considera más confiable la Encuesta de Hogares del mismo organismo.
Hace medio siglo la Argentina era la sociedad más equitativa y de mayor integración social del continente, por encima de la mayoría de los países europeos. Con avances y retrocesos esta situación se mantuvo hasta el golpe de 1976. La recuperación de todo lo perdido no ocurrirá por la mera acumulación de crecimiento macroeconómico distribuido con irritante desigualdad, como lo demuestra la década pasada, y requerirá de decisiones de política económica más audaces e innovativas, pero lo que estos análisis demuestran es que no se trata de una meta imposible, siempre y cuando se avance sobre los límites estructurales del actual patrón de crecimiento.
A partir de las intensas luchas sociales y políticas de los últimos años de la década de 1960, que culminaron con el regreso del peronismo al gobierno en 1973, los salarios reales crecieron por encima de la productividad. Esto redujo la tasa de ganancia del capital y fue una de las causas centrales del golpe de 1976, cuyo gobierno abandonó el modelo de sustitución de importaciones y adoptó un patrón de crecimiento basado en la especulación financiera, que transformó en forma drástica las relaciones entre capital y trabajo. Su política, que Guillermo O’Donnell caracterizó como de “revancha social”, implicó un forzado disciplinamiento de los sectores populares, por medio de la represión dictatorial, la apertura externa y la desregulación económica. El objetivo de reducir los salarios para recuperar la tasa de ganancia aglutinó en torno de la Junta Militar y su ministro Martínez de Hoz a todas las fracciones del capital.
En este terreno la dictadura mostró resultados inmediatos. La devaluación del 80 por ciento mientras se congelaban los salarios redujo nada menos que 18 puntos la participación de los asalariados en el producto ya en 1976. Muchas veces desde 1955 ajustes similares habían producido efectos parecidos aunque de menor intensidad, que luego eran revertidos por la lucha popular. La última dictadura se propuso terminar con esos forcejeos y redefinir de modo irreversible la relación entre capital y trabajo. Para ello, impulsó una transformación estructural del patrón de crecimiento, favorecida por las condiciones de extraordinaria liquidez del mercado financiero internacional. Este fue el objeto de la reforma financiera que en 1977 desnacionalizó los depósitos bancarios, de la apertura externa que expuso el aparato productivo a los vientos del mundo, del endeudamiento externo y del atraso cambiario. La producción industrial dejó de ser así el eje de la actividad económica. Si en 1974 representaba casi el 23 por ciento del Producto, en 2001 apenas superaba el 15 por ciento.
La mano de obra industrial, que en 1976 era de dos millones de asalariados, podría haberse duplicado en 2001, si sólo se hubiera mantenido su tasa de crecimiento de la década anterior. En cambio, cayó a setecientos mil, es decir un tercio de lo que fue y un sexto de lo que pudo haber sido. Uno de los datos más llamativos de la situación actual es la recuperación del empleo industrial luego de tres décadas de contracción continua.
En el contexto de desarticulación productiva y pérdida de relevancia del mercado interno que produjo la dictadura, la reducción en los niveles de empleo fue acompañada por una contracción de los salarios reales. Desde el golpe del 76 hasta el desgobierno de De la Rúa se contrajeron a una tasa anual del 0,6 por ciento. “El cambio estructural o punto de quiebre en la evolución de la serie se registra en el año 1976, en el cual los salarios reales se redujeron un 35,6 por ciento”, dice el estudio.
La devaluación de 2002 volvió a modificar el patrón de crecimiento de la economía y los precios relativos. Entre 2002 y 2005, la economía se expandió un 30 por ciento, pero los sectores productores de bienes crecieron cerca de un 40 por ciento, casi el doble que el 20 por ciento del sector servicios. Esto invierte los resultados de la década anterior. En un contexto de reducidas tasas de interés en todos los mercados del mundo, la rentabilidad relativa de las inversiones productivas aventaja ahora a la de las financieras.
Pero la magnitud de la devaluación produjo una nueva transferencia masiva de recursos desde el trabajo al capital, de seis puntos porcentuales del Producto entre 2001 y 2005, lo que agudizó la inequitativa distribución del ingreso de los años de la convertibilidad.
Los salarios se redujeron en 2002 casi en una cuarta parte y los costos laborales de la industria más de un tercio, con el consiguiente incremento en la tasa de ganancia industrial. “Los salarios reales recién comenzaron a recuperarse hacia finales del 2003, impulsados fundamentalmente por la política oficial de ingresos (básicamente: los incrementos de suma fija en los sueldos del sector privado y las subas del salario mínimo, que se articularon con un cierto dinamismo en materia de negociaciones colectivas en diferentes sectores económicos)”, dicen los autores. Aun así en el primer semestre de 2006 no habían recuperado todo lo perdido por la devaluación.
El nuevo patrón de crecimiento de la economía incluye una elasticidad empleo-producto más elevada que la que rigió durante el plan de convertibilidad. Es decir que por cada punto de crecimiento del producto es mayor que entonces el porcentaje de incremento del empleo. Luego de la previsible fuerte recuperación posterior al colapso de 2002, la elasticidad empleo-producto ha sido más moderada, pero a partir del segundo trimestre de 2005 ha vuelto a crecer y hoy está en niveles similares a los de 2003 y 2004. Más allá del efecto rebote de la crisis, no sólo ha crecido la industria sino también los servicios, aunque a un ritmo inferior. Ambos han ido muy por detrás de la construcción en la creación de empleo. Las ramas industriales que más crecieron durante la convertibilidad son las de mayor estancamiento relativo ahora, y a la inversa.
En el período 1991-2001 el volumen bruto de producción industrial se contrajo a una tasa anual acumulativa del 1,5 por ciento, mientras que entre 2002 y 2005 creció a una tasa acumulativa del 4,8 por ciento cada año. Algo similar ocurrió con el empleo: durante la convertibilidad se contrajo un 3,5 por ciento acumulado anual y se expandió a un 7,3 por ciento acumulativo anual en el período posterior. Esta recuperación del empleo industrial se basó en el crecimiento de sectores que sustituyen importaciones con un uso intensivo de mano de obra.
Pero la devaluación en sí no es una política económica. Pese a todo lo que ha cambiado, quedan rasgos de la etapa anterior. Por ejemplo, el extraordinario crecimiento de la demanda y de los niveles de empleo no se originó en el consumo de los sectores populares sino en el de los de altos ingresos y en la demanda externa de productos primarios. El tipo de cambio elevado, que el gobierno mantiene pese a todas las presiones en contrario, tanto políticas como de mercado, explica, junto con los bajos salarios reales y la reducción de los costos de producción, la recuperación significativa de la mayor parte de los sectores industriales afectados por la apertura externa y por la apreciación cambiaria de la década anterior. Otra de las secuelas de entonces es que las ramas industriales que más dinamismo mostraron en la recuperación del empleo fueron aquellas volcadas a la exportación, aunque las que producen para el mercado interno hayan liderado la expansión industrial. Mientras se discute sobre las causas posibles de esta modificación de comportamientos tradicionales, lo indudable es que en los sectores que producen para el mercado interno fue mucho más elevado el incremento de la productividad. Aun con su menor dinamismo, las ramas que producen para el mercado interno tienen un mayor peso relativo en el conjunto de la industria y explican casi la mitad de los puestos de trabajo generados. Otra novedad es que las ramas industriales orientadas al mercado mundial, pese a su mayor intensividad en el uso del capital, deben su expansión no sólo a la abundancia de recursos naturales sino también a la disponibilidad de mano de obra a bajo costo en términos internacionales.
Desde el rodrigazo de 1975 y el golpe de 1976 se han sucedido periódicos momentos catastróficos en los que los trabajadores perdieron empleos, ingresos y posición relativa frente al capital. Después de cada hecatombe la recuperación ha sido lenta e incompleta y la clase trabajadora emergió cada vez más fragmentada. La última crisis empeoró una vez más las condiciones laborales, pero desde mediados de 2004 comenzó una paulatina reversión. Esta semana el Ministerio de Trabajo informó que en 2006 el empleo privado registrado había crecido un 7,7 por ciento. Según los investigadores de FLACSO, entre mayo de 2002 y el primer trimestre de 2006 el 53 por ciento de los 1,1 millones de empleos privados que se crearon fueron registrados, lo cual invierte la tendencia vigente durante la convertibilidad, cuando el empleo no registrado se implantó como el rasgo dominante del mercado de trabajo.
El empleo no registrado retrocede, pero sus remuneraciones no. Los datos de la Encuesta de Hogares de INDEC indican que desde la devaluación los no registrados mejoraron sus remuneraciones a una tasa superior a la de los registrados, con lo cual comienza a reducirse la brecha entre ambos. Pero el gráfico que muestra esta evolución también indica que a pesar del fuerte crecimiento de los últimos años aún no se han recuperado los niveles salariales previos a la devaluación.
La recuperación ha sido más profunda y acelerada de lo que nadie había imaginado y sus efectos políticos están a la vista. Pero también es ostensible que se está llegando a un punto que no se podrá dejar atrás sin cambios de fondo. El fuerte crecimiento económico de los últimos años ha reducido el desempleo, la pobreza y la indigencia pero sin revertir la fuerte inequidad distributiva que se instaló en 1976, por más que el incremento del empleo y, en menor medida, de los salarios, permitió recuperar en forma parcial la participación de los trabajadores en el producto. Si el desempleo masivo produjo la fragmentación de la clase trabajadora, la reducción del ejército de reserva mejora la capacidad de lucha y negociación de los asalariados. Es posible que al terminar este año la desocupación haya descendido al 8 o al 9 por ciento, ya sin planes, por lo cual los próximos avances no deberían esperarse del empleo sino de una mejora salarial. Ahí es donde la lucha reivindicativa de la clase trabajadora choca a mediano plazo con los límites estructurales del actual patrón de crecimiento, en el que la recuperación del sector manufacturero y sus altas tasas de ganancia se basan en la reducción del costo laboral. Sin una política integral de desarrollo industrial, sólo la moneda devaluada y los salarios reducidos compensan la falta de competitividad internacional de buena parte de la industria. Que el crecimiento manufacturero reciente haya sido liderado por los sectores de menor productividad, volcados al mercado interno, estrecha aún más la posibilidad de un incremento significativo de los salarios en el mediano plazo. Sólo un programa orgánico e integral de desarrollo, con una reindustrialización basada en nuevos sectores y actores, dirigida a satisfacer necesidades del consumo popular masivo y no sólo el consumo sofisticado de los sectores de altos ingresos, y una inserción menos pasiva y subordinada en el mercado mundial, permitirían sostener un incremento significativo de los salarios reales que mejore la distribución del ingreso sin afectar el crecimiento.
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