› Por Mario Wainfeld
“No jodan con Perón” sugiere un afiche distribuido profusamente por las 62 Organizaciones. El sugestivo texto omite el apercibimiento (“porque si no”) y también soslaya precisar el destinatario. En la Casa Rosada se interpreta que esas campanas silentes doblan por el kirchnerismo.
No es insensata esa inferencia. La relación del Presidente con el peronismo realmente existente es más sofisticada que lo que proponen el afiche referido o las vulgatas oficialistas u opositoras. Por un lado, Kirchner tensiona al PJ, se niega a asumir su liderazgo e interpela a otras pertenencias políticas. Por otro, no se priva (por deseo, razón o necesidad) de ciertos gestos identitarios. El acto del 25 de Mayo del año pasado tuvo un fuerte ingrediente peronista, la presencia de Kirchner estaba prevista para convalidar la tenida de San Vicente el 17 de octubre. Peronómetro en ristre, aliados contingentes o adversarios internos le miden el pulso al compañero presidente en aras de sacar alguna ventaja. El ofrecimiento del ex presidente Eduardo Duhalde como abogado defensor de Isabel Perón es una referencia de ese juego de astucias. Seguramente la viuda del General tomará en cuenta que se trata de un gesto simbólico y no se arriesgue a ser representada por un letrado que hace mucho no trajina por tribunales.
Las 62 Organizaciones son un viejo sello de goma cuya entidad se ha vuelto ociosa con la legalidad imperante. Actualmente la encabeza Gerónimo “Momo” Venegas, secretario general de Uatre, sindicato que representa a los trabajadores rurales y, un tanto sorpresivamente, a los estibadores. El Momo, comentan los que lo frecuentan, se siente un custodio de la identidad peronista en cuya defensa viene armando una ronda de sucesivas reuniones con compañeros de variado pelaje, a los que alerta sobre las desviaciones de Kirchner. Su relato acusa al Presidente de haber sido el gestor de los incidentes en San Vicente. La teoría conspirativa no encuentra mucho cobijo en los hechos, pero eso no desalienta a Venegas.
Emergente de un sindicato cuya masa de afiliados creció exponencialmente durante estos últimos años, Venegas fue en los albores del gobierno un favorito del Presidente, uno de los contadísimos jefes gremiales que dialogaron a solas con él. Luego fue quedando raleado. Hugo Moyano lo distingue con su atención, en parte porque las 62 conservan cierto prestigio simbólico entre las cúpulas gremiales, en parte porque el hombre integra la conducción cegetista, como secretario del Interior, lo que le abre alguna interlocución con dirigentes de todo el país.
El líder camionero dialogó en estos días con el Presidente y, según comentó a sus circunstantes, le señaló su preocupación por el avance de las causas judiciales y las discusiones sobre Juan Domingo Perón. La versión se completa diciendo que Kirchner lo tranquilizó diciendo que era un tema judicial sin intencionalidades políticas detrás.
El Gobierno, empero, se preocupa un poco más de lo que confiesa por esa polémica. Carlos Kunkel, que no da puntada sin nudo, eximió a Perón y hasta a Isabel (¡!) de vinculaciones con la Triple A, en una intervención que tributa más a su rol de soldado kirchnerista que a una lectura histórica verosímil. En el Gobierno nadie replicó la sobreactuación de Duhalde, lo que no prueba que no lo haya molestado sino que no encontró una respuesta adecuada a sus tácticas que no son lineales, como ya se dijo.
¿Importa algo la imagen postrera de Perón a dirigentes que en su aplanadora mayoría hicieron trizas el mejor legado histórico de su fuerza durante añares? La respuesta de este cronista (hija del relevamiento empírico) tal vez chocante a cierto sentido común, es que sí, que algo les importa. Las identidades son un blasón, aun en manos de quienes las han desdibujado, incluidos los exponentes más cínicos que no se asumen plenamente como tales.
Toda identidad es una narrativa que incluye recuerdos selectivos y omisiones marcadas. A cada lector le quedará merituar si, en muchos casos, el autorretrato incurre en demasiadas elipsis.
Más acá de la sinceridad está la astucia de mantener cierto perfil, que se supone sigue teniendo prosélitos. Se trata de pura funcionalidad, que les vale a peronistas varias veces conversos tanto como a radicales que hicieron trizas los más encomiables legados de Hipólito Yrigoyen.
Todo ese enjambre gira alrededor de las causas judiciales que rondan el exilio de Isabel. La del juez Héctor Acosta, como auguró este cronista, tiene más de seminario interdisciplinario sobre los ’70 que de pesquisa judicial. El ex presidente Raúl Alfonsín se vio obligado a hacer un descargo que debió ahorrársele y dijo su verdad relativa que enardecerá a otros ponentes, sobre todo a los que sean competidores electorales del correspondiente segmento del balcanizado radicalismo.
Es más que posible que, a su tiempo, las respectivas cámaras federales revoquen las decisiones de Norberto Oyarbide y Acosta respecto de la ex presidenta. La contingencia acicatea debates fascinantes, por ejemplo acerca de las diferencias y continuidades entre el gobierno y la dictadura. U otro más denso, acerca de los límites del concepto jurídico de terrorismo de Estado. Fascinantes discusiones que convivirán con operaciones políticas de vuelo bajo, porque así funciona la vida.
“¿Qué va a pasar si joden con Perón? Envíeme un paper de diez carillas lo más detallado posible”, aprieta el decano de la Facultad de Sociales de Estocolmo. El destinatario del correo electrónico, el politólogo sueco que hace su tesis de postgrado sobre la Argentina, prolonga sus perezosas vacaciones. Está poco dispuesto a trabajar, zaherido por los desempeños de Boca en la era La Volpe y lo que va de la de Russo. La pelirroja, prima de su amigo el periodista independiente, lo tiene a maltraer con reclamos de mayor atención y mestizados con desatenciones intermitentes.
Dispuesto a salirse del paso, el politólogo dobla la apuesta, acude a los tópicos del sujeto estudiado: “¿Qué pasará si joden a Perón? Pues tronará el escarmiento, porque la única verdad es la realidad”.
Convencido de que los slogans cumplirán su función y distraerán al decano, el hombre se atilda. Va en pos de la pelirroja. Siente una acuciante necesidad y, según es fama, donde hay una necesidad hay un derecho.
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