Lun 12.02.2007

EL PAíS  › OPINION

El descanso

› Por Eduardo Aliverti

Evidentemente, la sociedad argentina resolvió tomarse unas muy largas vacaciones.

Una observación rápida podría retrucar que la ausencia de cualquier debate profundo, o siquiera relevante, se debe al estío. Pero resulta que se está así, con un mapa sólo influido por el universo K, desde hace ya un enorme rato. Y mirando hacia adelante, al ojo de la “tormenta” electoral, se ratifica que las chances de un cambio de panorama son completamente nulas, a menos que algún hecho imprevisible sacuda al escueto elenco gubernamental. ¿Quién o qué, entre lo conocido, podría variar los designios K, visto desde la política con forma de nombres institucionales? ¿Quién o qué podría alterar esta simbiosis de sensación y realidad que dice que todo está mejor o que, en todo caso, no hay nada mejor que esto? ¿Quién? ¿Un adversario principal que elabora su propio índice de inflación mostrando lo que le salió una planta de lechuga? ¿Qué? ¿Una seria sospecha de que el Gobierno manipula los precios estadísticos, como si hubiera alguna grave incidencia cotidiana en la distancia entre 1,1 y 1,5, 2 o 2 y pico?

A propósito de otra cosa, el sociólogo Horacio González recordó por estos días, en este diario, que el conocimiento es una creencia previa. Que valga esa sentencia para acordarse de que la Argentina sintió estar al borde del abismo, o en el abismo propiamente dicho, hace apenas cuatro años. Fue un horrible pero a la vez apasionante momento de este país. Fue un corto pero intenso lapso de ebullición protestataria, que al no disponer de conciencia profunda, ni de vocación ni capacidad organizativa, terminó sujetado y manipulado por las mismas fuerzas reaccionarias que lo generaron. Se podrá discutir, entonces, cuán en vano o no fue esa intensidad popular. Pero no es discutible la intensidad per se. Ni tampoco que no existió ni existe pueblo alguno en condiciones de sostener un estado permanente de movilización o queja masiva.

La habilidad de la derecha, al cabo de aquel “tiempo”, se conjugó con la necesidad de reposo social. Y ésta vino a coincidir con una etapa o momento internacional formidablemente favorable, traccionado por una devaluación descomunal y por un mundo necesitado de lo que Argentina produce: alimentos y materias primas. Con un oportunismo del que los peronistas hacen gala como ninguno, Kirchner y su séquito se montaron allí con el habilidoso plus de cooptar a la izquierda, por vía de una política institucional de derechos humanos que como quiera que sea es elogiable, y gracias a todo eso el debate político argentino quedó postergado hasta más ver. Entran divisas sin parar; se le hace una quita a la deuda con el exterior que el capitalismo financiero ya había descontado que ocurriría al cabo de su fiesta noventista, pero que aun así también es destacable en comparación con el cipayismo de otras administraciones; se recupera la industria; las empresas privatizadas de servicios públicos aceptan tarifas que sólo son amargas en el cotejo con la orgía previa de que gozaron; hay más trabajo, sin entrar a evaluar su calidad; los terratenientes apenas si pueden quejarse de perder de ganar; el delito, amainado con la droga como nunca, permanece igual, o un poco menos o un poco más, pero ya como paisaje habitual a no ser corregido por nadie; y los más grandes emblemas progresistas –los organismos y figuras de derechos humanos– sucumben ante la derogación de las leyes de impunidad, el acto en la ESMA, Bendini descolgando el cuadro de Videla en el Colegio Militar y ahora la acción oficial u oficiosa contra la Triple A (a la que, igualmente, no hay cómo entrarle de manera condenatoria). Todo es K, porque el conocimiento como creencia previa, como necesidad de confiar en algo al cabo de 2001/2002, como forma de sentirse agarrado a algo aunque el ancla es nada más que un país agro-exportador sin proyecto alguno de desarrollo científico-técnico a largo plazo, es inmensamente más concreto y eficaz que las ganas de escuchar o escudriñar opciones. Que no existen o no parecen existir, como si fuera poco. Salvo alguna perspectiva de correr a K por izquierda desde geografías distritales, la oposición es un coro lamentable, y hasta patético, que va y viene entre un cafishio que como mucho concreta la vuelta de Riquelme a Boca, una megalómana que anuncia el Apocalipsis a la vuelta de la esquina y un par de ratunos reciclados.

Obsérvese: en el principal distrito electoral del país, la provincia de Buenos Aires, es probable que gane el menemista Daniel Scioli; en la Capital ocurre otro tanto con Jorge Telerman, que no es menemista pero tampoco goza del favor de la Casa Rosada o que, de mínima, fue relegado a favor de Filmus; en Santa Fe debería ocurrir algo hoy impensado para que no se imponga el socialista Hermes Binner, aliado con los restos radicales; y en Córdoba podría suceder que triunfe un delfín del gobernador De la Sota, ubicado en las antípodas del pensamiento explícito del kirchnerismo. En una palabra: la continuidad K está asegurada más allá de la adscripción partidaria de los candidatos decisivos, porque ninguno expresa contradicción central alguna respecto del conformismo global. Los que pueden ganar se pueden llamar androides, socialistas, pan-peronistas, desarrollistas, menemistas, radicales. Se pueden llamar como sea, pero todos expresan el mismo modelo, en términos de lo que harían de distinto, y gracias si se descubren diferencias de matices.

¿Es malo o es bueno que casi todos estén de acuerdo, o que casi todos no tengan nada novedoso con lo cual oponerse? Según. Si se lo mira desde que eso expresa al conjunto de la sociedad, hasta ahora nada le demuestra a ese conjunto que tiene por qué embarcarse en algo más audaz, por derecha o izquierda. Pero si se lo mira a media o larga distancia, la historia demuestra que no hay experiencia mundial de un país que haya avanzado detenido en el goce del presente y produciendo valor agregado cero a sus materias primas.

Si es por el caso particular de los argentinos, bien que no solamente, convendría acordarse de recientes etapas de nuestra historia en las que la percepción cortoplacista acabó en boomerang. Los milicos y la necesidad de poner orden, los radicales y el discurso maestro-ciruela, la rata y la conveniencia de integrarse al mundo rematando el país, la Alianza y acabar con la corrupción como toda panacea.

Kirchner y...

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