EL PAíS › OPINION
› Por Eduardo Aliverti
Cualquiera de las noticias políticas que se tome, de la última semana, es o podría ser un termómetro apropiado para ratificar esas buenas vacaciones que la sociedad argentina resolvió tomarse al cabo de 2001/2002, visto su interés por los grandes asuntos públicos.
En realidad, más que a las noticias en sí mismas cabe observar, justamente, la (no) reacción que provocaron. Porque hubo hechos, cómo no, de muy interesante monta. Por empezar, la Cámara de Senadores aprobó la reforma jubilatoria, que permite optar entre el sistema privado y el estatal. Llega a su fin el carácter de virtuales rehenes de las AFJP en que la ley previsional de la rata había sumido a la mayoría de los argentinos, nada menos. Podrá pensarse que esto no es suficiente, en tanto las administradoras de esos fondos conservan un grueso del mercado que, por vía del marketing y de la ignorancia o frialdad populares, continuará sujetando la porción mayoritaria del ahorro hacia la vejez. Podrá tomarse nota de que varios de los legisladores que votaron la nueva ley son quienes alzaron la mano a favor de la otra, en los ‘90. Y podrá dudarse de que el destino de lo recaudado de aquí en más sea exclusivamente para los futuros jubilados y pensionados. Pero aun así, sólo una concepción extremista de la realidad dejaría de rotular al dato como una buena noticia. O como un principio de tal. No se puede estar en contra de emparejar un poco las cosas.
Del mismo modo, la sanción del marco regulatorio de la nueva empresa de aguas, y la transformación de la de aeropuertos en una sociedad mixta (medidas que también ofrecen reparos formales, si la lupa se afina), son avances hacia una reinserción del papel del Estado –habrá que ver si eficiente– en el diseño de políticas públicas que puedan ser socialmente más justas. Todo por verse, en definitiva, pero aunque sea se lo puede ver de una manera que, al revés de la era roedora, ofrece algún margen para la duda positiva.
¿Es acaso esta percepción favorable lo que signa el desinterés masivo? ¿Es por eso que en los planos destacados de los diarios y los noticieros, e inclusive en los programas radiofónicos y televisivos que se proclaman “políticos”, o de “interés general”, casi ni se registra este tipo de informaciones que hacen a los servicios públicos, a la administración de los ingresos de todos, a la calidad de vida de la sociedad, vaya? Puede que sí. Y tan puede que sí, que por algo no hay sensación térmica ni encuesta ni nada de nada que no testimonie una enorme victoria del oficialismo en las elecciones que se avecinan, tomado el distrito que sea y fuere que lleve nombres propios, prestados o comprados (unido, está bien, a que la oposición no existe). En esta hipótesis, la indiferencia política no es eso sino conformismo: ¿para qué preocuparse por las grandes cosas públicas si hay un Gobierno que está haciendo bien las cosas? Puede que sí. Pero la duda es si no podría ser a la inversa. Indiferencia en lugar de conformismo. Livianamente se los puede considerar casi sinónimos o parientes cercanos. Sin embargo, conformismo significa apoyo e indiferencia implica que todo da lo mismo. Genera algo de pudor resaltar obviedad semejante pero, en política, la distancia entre uno y otro término es la que hay entre estar atento y (poder) desayunarse con un martes 13. No parece que deba insistirse en la larga experiencia argentina al respecto.
Viéndolo por la contraria, entonces, ¿es la sociedad la que ha reclamado, por ejemplo, el cambio del sistema jubilatorio? ¿Habría ocurrido algo, en el corazón social, si se seguía con el régimen anterior? ¿Conforma realmente lo que se dice que se hará con los caños y las cloacas, con la medicina prepaga, con el tránsito urbano? El manejo de los afiliados a la salud privada, precisamente, es otro termómetro que hace dudar de cuánto interesan ciertas cuestiones centrales. Se publicitó un acuerdo por el cual las empresas resignan un aumento del 6 por ciento, pero resulta que quienes conserven el paquete de servicios que tenían contratado deberán pagar adicionales; y de lo contrario aceptar un 22 por ciento de incremento en planes que se consideran nuevos. Significa que nadie accederá a los servicios de que disponía sin pagar agregados, mientras el Gobierno promociona, lo más campante, que se dio marcha atrás con los aumentos. Es joda, pero nadie dijo mu. ¿Conformismo?
Ayer debutó la maratón electoral del año, en Corrientes. Se eligieron convencionales, para decidir la reelección de gobernadores por un solo período. Están en medio del carnaval y no hubo cargos de gobierno en juego. Compitieron un frente kirchnerista que apoya al gobernador en su búsqueda reelectiva; otro frente que se opuso al mandatario provincial pero más kirchnerista que el anterior, con un cura a la cabeza; y un rejuntado de derecha que nucleó a Macri, Blumberg y Sobisch pero sin López Murphy, que fue con boleta propia. Fuera de eso, pedacitos de conservadores y de izquierda aislada. Una radiografía casi perfecta del escenario electoral de todo el país. ¿Conformismo?
Todo aquel que haya seguido lo que marca la televisión periodísticamente –-que a su vez es lo fijado por los diarios– se habrá encontrado esta semana con que vivimos en Suiza y nadie nos avisó. El más visto o significativo de los noticieros nocturnos dedicó alrededor de 20 minutos de introducción al cassette de las declaraciones de Riquelme. Pero no se trata de tomárselas con alguien en particular: es solamente un indicio que dan ganas de mutar a prueba. Sígase con el resto, en la gráfica, la radio o la tevé, y habrá de constatarse que ninguno de los episodios estructuralmente importantes figura difundido en el lugar que corresponde (el periodista continúa aburriéndose de repetir esto). ¿Manipulación de los medios o espejo de la sociedad?
Resumiendo, dejémonos para el final la duda acerca de si estamos conformes o indiferentes. Pero sí podría concluirse en que la sociedad no está activa. Porque atención: no confundir el “ruido” permanente de la conflictividad social, circunscripta a grupos sueltos, con el estadio de interés y debate popular por los temas vertebrales. En esto último, parecería que, más o menos, todo da igual.
Y uno no conoce de experiencias colectivas que terminen bien si el antecedente es que todo dio igual.
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