EL PAíS › OPINION
› Por Eduardo Aliverti
No se sabe si el aumento a los docentes podrá ser pagado en varios distritos. De mínima, las dificultades deben ser ciertas porque hasta saltó la mismísima provincia de Buenos Aires diciendo que está 800 millones de pesos por debajo de lo que necesita para cumplir con el incremento. Igualmente, nadie cree que, en plena temporada electoral, el gobierno nacional dejará de girar los fondos que hagan falta. Y cuando pasen las elecciones se verá.
No se sabe, aunque hubo concreciones como el salvataje de SanCor y la colocación de bonos, cuál es el verdadero alcance de los acuerdos con Venezuela. Por lo pronto, el faraónico Gasoducto del Sur que atravesaría el Amazonas demuestra haber entrado en vía muerta; y Enarsa continúa siendo un sello. Cuidado: nadie dice que no sea positivo avanzar hacia signos de integración regional y bilateral, y aprovechar la coyuntura internacional excepcionalmente favorable que atraviesa el gobierno de Chávez, y apreciar las declaraciones de Kirchner contra las presiones antichavistas de Washington (a más de lo entrañables que resultan los encontronazos de Chávez con los yanquis, y la percepción de que alguien se les anima por fuera de Cuba; podría razonarse que con petrodólares se anima cualquiera, pero si algo quedó demostrado es que ésa no es la norma). Sin desmerecer eso ni nada que se le parezca, entonces, lo cierto es que se sabe mucho más poco que mucho acerca de los rimbombantes anuncios que dejó la visita de K al Orinoco. Pinta bien, o por la duda positiva. Hasta ahí.
No se sabe nada de López.
No se sabe en qué quedó que el menemista Daniel Scioli está inhabilitado para ser candidato en la provincia, porque sólo vivió allí unos años antes de cumplir la mayoría de edad.
No se sabe nada de qué pasó realmente con Gerez.
No se sabe qué pasará con la medición de precios del Indec, excepto por versiones de todo tipo que siguen hablando de una intromisión gubernamental escandalosa. Pero como en realidad nunca nadie creyó del todo en las cifras oficiales de la inflación...
No se sabe si el candidato será Kirchner, o la esposa, o ambos. No se sabe si Macri irá por Capital o provincia. No se sabe con quién irá Lavagna. Y no se sabe cómo irá la izquierda, salvo en el caso de los sellos testimoniales que insisten en conformarse con eso. Aclaremos: las decisiones y las comunicaciones ya fueron tomadas o son inminentes, pero el solo hecho de que la incertidumbre se haya extendido hasta aquí, a apenas pocos meses de los comicios, demuestra que ninguno se vio urgido a decidir.
Se supone que lo que corresponde preguntarse, frente a semejante cantidad y calidad de cosas que no saben, es si lo que importa es determinar por qué no se saben o por qué a la sociedad no le interesa mayormente que se sepan. El autor adscribe a que no se saben porque, justamente, a la sociedad no le interesa que se sepan. ¿Y por qué a la sociedad no le interesa que se sepan? La respuesta podría ser que no le interesa porque ninguna de esas cosas influye directamente en el pasar cotidiano de las grandes mayorías.
Por ejemplo, aunque el aumento a los docentes sea de dudosa o manipulable aplicación en varias provincias, nadie imagina que los docentes estarían mejor si el oficialismo fuese otro. Si los acuerdos con Venezuela se revelasen como fuegos artificiales, nada indica que vayamos a estar peor que ahora. Si no se sabe nada de López, o de que pasó realmente con Gerez, nadie siente que eso vaya a cambiarle la vida. Si Scioli está constitucionalmente vedado para ser candidato bonaerense, a nadie se le ocurre que eso no pueda ser resuelto por una decisión política. Y si el Gobierno moldea a su gusto los números de la inflación, en primer lugar todos sienten que eso es lo que hizo cualquier gobierno.
Además, nadie deja de pensar que esos números son meras referencias indicativas: si la inflación fuera galopante el Gobierno no podría inventar nada. Y si lo que hace es meter mano en que no aumenten los precios de las marcas más berretas, permitiendo que el resto vuele, se siente que al fin y al cabo deja correr lo mismo que toda la vida: estabilización para el consumo de los pobres y que el resto goce o se acomode como quiera o pueda.
De casos como éstos, enraizados en lo que no sabe a partir de que a la sociedad no le parece importante que se sepa, se puede saltar a lo que sí se sabe y llegar a conclusiones análogas. Por ejemplo, que la campaña electoral porteña arrancó con la apasionante denuncia de que Telerman firmó despachos como “licenciado” cuando no lo es. O que de golpe y porrazo descubrieron que detrás del incendio de Villa Cartón hay alguna mano de punteros kirchneristas. Si éste será, como viene siendo hace demasiado tiempo, el nivel de la(s) campaña(s), ¿qué justifica que alguien se preocupe por ellas? Y en cuanto a lo que se tarda para definir los candidatos y siendo que los partidos políticos ya no quieren decir nada, porque sólo hay figuras individuales, ¿para qué preocuparse, si todo se circunscribe a las figuras más allá del distrito que elijan o la decisión que tomen?
Si se tratase de que esta indiferencia popular fuera en verdad un respaldo a la gestión oficial, uno diría que el pueblo mira para el costado en la seguridad de que trapisondas, engaños, actitudes demagógicas, etc., sirven al objetivo mayor de consolidar el rumbo. Pero como lo que en verdad parece es eso de que todo da más o menos lo mismo, se lo haga con gestos de izquierda o de derecha, lo que queda es la sensación de que las mayorías dejan hacer con un sentido de complicidad. Entre eso y una conciencia de apoyo, que ponga a (mejor) resguardo de cualquier avatar, hay una diferencia terrible.
La hipótesis sigue siendo que estamos atravesadas por el cortoplacismo, el Gobierno y la sociedad. Comprensiblemente, es cierto, al cabo de lo que se vivió hace muy pocos años.
Este sería un muy buen momento para ejecutar una política impositiva que distribuya las cargas de otra manera, para lanzar un plan de combate a la pobreza y la indigencia, para imponer en serio líneas de crédito accesibles a las pymes. Nada revolucionario, ni siquiera pretencioso. El Estado como gran burgués, si se quiere. No hay eso. O hay casi nada.
Sólo se está repitiendo para que después nadie venga a decir “yo no sabía”.
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