EL PAíS › OPINION
› Por Mario Wainfeld
El cronista dialoga –por separado, de modo informal, en el decurso de febrero– con dos cuadros empresariales del sector energético. Ambos dan por hecho que, antes de las elecciones de octubre, el Estado argentino comprará Repsol-YPF. El importe de la operación virtual lo ponderan en diez mil o doce mil millones de dólares. No es una bicoca, en ningún confín del orbe. Página/12 inquiere cuáles son las fuentes de la información, le hablan de comentarios en quinchos VIP especializados, de run runes en Gobierno, de notas periodísticas. Página/12 propone escollos sensatos, en buena medida para sondear si sus fuentes tienen más data: adquirir los activos de una petrolera descomunal no es exactamente como comprar un auto. Son necesarios trámites endiablados, intervención de gobiernos extranjeros, de accionistas, requisitos bursátiles. Incluso, imagina, hace falta el concurso de la voluntad del vendedor. Las objeciones son salvadas con velocidad: si el gobierno argentino quiere puede. Así lo leen los interlocutores que son falibles como todo el mundo pero saben de lo que hablan. “¿Cómo va a exponerse con la negativa a una oferta en firme una empresa que tiene caños metidos en el país?” Los beneficios que persigue el Gobierno, discurren, son básicamente simbólicos, congruentes con su discurso de recuperación del patrimonio público. “¿Se imagina a Kirchner anunciando que YPF vuelve a ser de los argentinos?” En horario de labor, Página/12 opta transitoriamente por no imaginar, sino por seguir preguntando.
El primer nivel del Gobierno calla, en el segundo el relato también tiene sus cultores. La verba se inflama, el recuerdo del general Mosconi, las diatribas contra el neoliberalismo, la afirmación de identidad. Emociones, no siempre justificadas por el currículum previo de los compañeros justicialistas, abundan. Detalles concretos no hay.
El cronista añade un dato que le consta. En la intimidad, el Presidente ha reconocido que fue errónea la política de su sector, de él mismo como gobernador respecto de la salvaje privatización de YPF. La ventaja de las regalías, la necesidad de construir un poder propio –confiesa Kirchner ante oídos íntimos– los indujeron a una contradicción fenomenal que está pagando.
La suma algebraica de las versiones y el background no arroja ninguna conclusión certera, pero habilita una observación de carácter general. La voluntad política, ausente en el fin del siglo pasado, ha recuperado peso específico tanto como los estados han recuperado caja. Los políticos o los actores corporativos dan por hecho que el Estado ha vuelto a ser un jugador importante, con aptitud de intervenir con firmeza en el mercado. Toda una novedad respecto del pasado cercano.
Kirchner y Hugo Chávez, allende sus diferencias en política doméstica, son dos ejemplos de lo que se viene comentando. Son presidentes elegidos democráticamente, en ambos casos, sobre las crisis del sistema político que los precedió. La palabra “populista”, explica el politólogo Philippe Schmitter, es más un epíteto que un sustantivo, “ser calificado de populista es ser insultado y, si es posible ser excluido de las ‘respetables’ prácticas políticas liberales” (revista El debate político, número 45, noviembre de 2006). Un sayo democrático calza y condiciona a los presidentes de la región, “necesitan la constante ratificación popular”. Están sometidos a ese karma, a la exigencia imperiosa de resultados. Para eso no se basta solamente la reivindicación valorativa de sectores populares sojuzgados (que prima más en Bolivia y en Venezuela que en otras comarcas) es menester validarse merced a la satisfacción de necesidades materiales. Eso, sin plata, no se consigue.
Hugo Chávez es un exportador de su prédica y procura ampliar su liderazgo en Sud y Centroamérica. Su carisma, su discurso, su férrea voluntad no tienen parangón entre sus pares, pero nada de eso colaría si no fuera mezclado con su participación intensa en la economía de sus potenciales aliados. Fidel Castro recibe plácemes y plática telefónica pero la relación entre Cuba y Venezuela no se explica sin mirar un poco los flujos de ayuda económica. El gas, barato o gratuito, también será clave en los anhelos chapistas de propagar su predicamento en Nicaragua.
Kirchner seguramente no tiene aspiraciones internacionales homólogas. Pero piensa de modo similar en la política local.
“Cuando mi viejo me daba plata para salir, me decía que me divirtiera pero que no gastara todo, que siempre conservara algo, por si ocurría alguna emergencia”, metaforiza y proyecta de lo privado a lo público. La solidez fiscal, toda una primicia de esta camada de dirigentes, es un arma política formidable. “Estoy líquido”, dice el Presidente significando que está sólido, que dispone de la virtualidad de transformar sus recursos en un centenar de futuros posibles.
El jueves aludió dos veces a los 37.000 millones de dólares de reservas, que puede transformar en acción, en iniciativa, en catalizador de nuevos escenarios. Para su coleto, para su ansia, “seremos un país en serio cuando tengamos 60.000 millones”. Claro que ese objetivo sólido se promedia con la necesidad de mantener la legitimidad y la gobernabilidad, que siempre requieren liquidez. En todos esos casos, echar mano a los recursos es una necesidad o sea una virtud. Si hay sorpresa, mejor.
La operación de que da cuenta la nota central sería, de concretarse un drenaje virtuoso para el imaginario presidencial, no desmesurado tomando en cuenta la robustez fiscal. ¿Lo de YPF? Ya es otra magnitud, otro precio. Imposible is nothing.
Lo que sí es innegable es que varios protagonistas de la política regional reversionan el proverbio del filósofo epicúreo Jacobo Winograd, aquél de “billetera mata galán”. Lo que ellos creen y ponen en acto es que para ser galán con aceptación popular hay que tener la billetera a mano. Eso sí, guardando para otra salida, como aconsejaba el papá.
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