EL PAíS › OPINION
› Por Sandra Russo
Si la dejan picando, va a rebotar. Anoche, en una charla sobre escritura, tenía que explicar una técnica del tallerista norteamericano Jerome Stern. Se llama “Fachada”. Consiste en escribir en primera persona un monólogo en el que el personaje, a través de lo que dice, y sin ser consciente de eso, va deslizando algunas pistas que le permiten al lector advertir que está escondiendo algo o que lo que relata no sucedió tal como él lo cuenta. Es una técnica narrativa, pero quise encontrar un ejemplo para aquellos que no escriben narrativa sino ensayo o crónica.
Y cómo no usar la frase que fue tapa de este diario, la de Mauricio Macri arrepentido de haberse lanzado desde una tarima de diez centímetros en medio de basura y de pobres. “Le hubiese dicho retirate, que estoy por comenzar.” Me llamó la atención no leer ningún comentario sobre el alcance del verbo utilizado por el candidato, y del campo semántico que abre ese verbo en ese contexto. Porque más allá de técnicas y análisis semánticos, la construcción de esa frase es un jugo exprimido de significados.
Nadie que no haya crecido rodeado de mucamas con cofias y de subordinados de todas las especies pronuncia el clásico “Puede retirarse”. No se le dice “retirate” a un amigo, ni a un par, ni a nadie que no esté esperando, desde por lo menos diez centímetros abajo, una orden amable y recubierta de fondant. Pero una orden.
Cuando Barthes indica que la lengua es fascista porque, más que impedir decir, obliga a decir sin que podamos evitarlo, y cuando señala que aquel que pretenda escribir debe antes que nada dominar la lengua, no está diciendo que debe manejar correctamente gramática y ortografía. No es un saber organizado el que se necesita, sino precisamente un saber adquirido para zafar de la lengua y sus traiciones. “Retirate, que estoy por comenzar” es una frase en la que la lengua obligó a Macri a revelar sin que él supiera evitarlo cuál es su mirada sobre los que lo rodeaban ese día, y sobre la niña que tan contenta posaba a su lado. A la madre de la niña le hubiese dicho un “Puede retirarse” de los miles de “Puede retirarse” que Macri debe haber dicho en su vida. A la niña le hubiese dicho “Retirate”. ¿No hace ruido ese verbo para dirigirse a alguien de diez años?
Los que tenemos alguna ayuda en casa de parte de señoras o jóvenes que usan calzas y remeras, cuando queremos que se vayan solemos decir andate, listo, vaya nomás, déjelo así, nos vemos el martes. Pero nunca diríamos “Puede retirarse” o “Retirate”, porque esa expresión está muy por afuera de nuestro campo semántico, no la hemos escuchado en nuestras casas, si la hemos escuchado la detestamos, y directamente no se nos pasa por la cabeza porque sería inapropiado: a una chica que ayuda en casa uno no le dice “Retirate”, salvo que tenga delirios de grandeza.
Macri no tiene delirios de grandeza. Lo que tiene es una historia personal con extras uniformadas que se retiraban si él se lo pedía, y es posible que siempre lo haya pedido amablemente. Pero inequívocamente esa frase revela una clase.
Esta columna no pretende más que señalar que la literatura se construye con trazos de realidad esquivos y que los escritores deben estar atentos a esos ruidos de la lengua, a esas fachadas que se nos ofrecen diariamente. Un candidato patrón se expresa como un candidato patrón, y no está de más resaltar con amarillo flúo las grietas de su discurso.
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